La única guarida de Maduro

La represión contra la oposición, que se declara ganadora de las presidenciales, excedió de nuevo todos los límites con muertos, heridos y detenidos




El baño de sangre prometido por Maduro
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La farsa electoral venezolana se pareció a la nicaragüense. Ambos regímenes son primos ideológicos hermanos. La diferencia radica en los tiempos y las formas de cada uno. El régimen de Venezuela amenaza a la líder opositora proscripta, María Corina Machado, y al candidato presidencial, Edmundo González Urrutia, con encarcelarlos por “acciones terroristas” y otros dislates después de los comicios del 28 de julio. En Nicaragua, Daniel Ortega y su esposa y vicepresidenta, Rosario Murillo, más expeditivos y descarados, enviaron a prisión a todos los opositores antes de las elecciones del 7 de noviembre de 2021.

Tiempos y formas. Uno, el coloso petrolero, maquilló los comicios como si hubieran sido un ejercicio destinado a revalidar la tiranía, más allá de la falta de evidencias del resultado real. El otro, sin nada de particular en el concierto internacional, hizo y deshizo a su antojo, al margen del estupor de propios y extraños por la ausencia de libertades, la violación de los derechos humanos y la censura. La casa matriz, Cuba, bendijo el esperpento revolucionario de supuesta izquierda en Venezuela con el guiño cómplice de Honduras y Bolivia en la región y de Rusia y China, miembros del Consejo de Seguridad de la ONU, y de Irán. Países flojos de credenciales democráticas.

Después del anuncio del presidente de Panamá, José Raúl Mulino, de retirar al personal diplomáticos de Caracas y poner en suspenso las relaciones con Venezuela por la proclamación de Maduro por seis años más, el régimen decidió retirar a los suyos de ese país y de Argentina, Chile, Costa Rica, Perú, República Dominicana y Uruguay. Les pidió que hicieran lo mismo con su personal diplomático en Venezuela. Los gobiernos de esos países, así como el de Paraguay, omitido por no tener relaciones bilaterales desde el gobierno anterior, exigieron “la revisión completa de los resultados con la presencia de observadores electorales independientes”.

Frente a la virtual usurpación del gobierno ante la posibilidad de terminar en prisión, el poder pasa a ser el único salvoconducto de Maduro y compañía

Algo inaudito para el régimen de Maduro, alérgico a los veedores del exterior excepto a los afines. Les impidió el ingreso en el país. Una muestra del autoritarismo competitivo o electoral, régimen híbrido cada vez más frecuente cuyo rasgo principal es la posibilidad de oposición en distintas áreas sin alcanzar el estatus de democracias plenas debido al abuso de los recursos públicos y la manipulación o el cierre de medios de comunicación.

Frente a la virtual usurpación del gobierno ante la posibilidad de terminar en prisión, el poder pasa a ser el único salvoconducto de Maduro y compañía mientras los aparentemente más cercanos, como Lula, Andrés Manuel López Obrador y Gustavo Petro, toman distancia sin estrechar filas con los gobiernos sancionados por el régimen por desconocer el resultado. Estados Unidos ofreció en 2020 una recompensa de 15 millones de dólares a quien capturara y entregara a Maduro. Lo acusaban de narcoterrorismo. Los fiscales aseguraron entonces que “el chavismo ha conspirado durante los últimos 20 años para introducir cocaína en Estados Unidos”. Una empresa criminal, esgrimieron, al servicio de grupos armados de Colombia, como las FARC y el ELN.

Las encuestas no siempre mienten. Sobre todo, cuando se palpan en la calle. La oposición puede exagerar su virtual triunfo. ¿Qué más dan 10 puntos más o 10 puntos menos cuando sostiene una diferencia de 70 contra 30? El régimen, después de demoras e irregularidades atribuidas a hackers de Macedonia del Norte y los infaltables tentáculos del “imperialismo de Estados Unidos, de la extrema derecha fascista”, como adujo Maduro frente su gabinete, se planta en 52 contra 44 sin más pruebas que su palabra. Pidió justicia. Traducido: que Machado y González Urrutia vayan a la cárcel.

No dan más, como quien dice, en medio de una profunda crisis económica, política y social imputada a un régimen “autoritario y profundamente antiobrero”

Cárcel o exilio, como le ha ocurrido a casi ocho millones de venezolanos en este cuarto de siglo de socialismo del siglo XXI. Un eslogan inventado por Hugo Chávez y aplicado por su delfín, Maduro, en un país rico con un pueblo pobre que lleva a una generación sin conocer otro sistema. Una dictadura perfecta, al estilo del PRI mexicano, aunque no llegue al extremo de 71 años en el poder, con la excusa cubana del bloqueo norteamericano y la connivencia de los beneficiarios de los petrodólares que supo repartir a mansalva en la época de bonanza de la Patria Grande. Una fábrica de mendigos detrás de salvavidas estatales.

Según Rafael Darío Ramírez Carreño, presidente de Petróleos de Venezuela (PDVSA) durante 2004 y 2013 y ministro de Petróleo y Minería entre 2002 y 2014, “no hay debate ideológico ni de un programa político específico; lo que existe es un fuerte repudio al presidente actual”. Se trata, agrega, “del cansancio y la negativa, en todos los sectores sociales, a la posibilidad de que Nicolás Maduro se mantenga en el poder por otro periodo presidencial”. No dan más, como quien dice, en medio de una profunda crisis económica, política y social imputada a un régimen “autoritario y profundamente antiobrero” con “cárceles llenas de detenidos y secuestrados del gobierno”.

En Argentina, Cristina Kirchner condecoró a Maduro en 2013, cuando era presidenta, con la Orden del Libertador San Martín, el máximo galardón para “funcionarios civiles o militares extranjeros”. Tanto ella como La Cámpora, su facción política, no reaccionaron esta vez en las redes, como acostumbran. En cambio, las Madres de Plaza Mayo, frágiles de memoria, se embanderaron con la revolución bolivariana. Lo mismo hicieron otras organizaciones no gubernamentales del continente, pasando página de los años de plomo. Otros tiempos, otras formas, con la promesa cumplida de Maduro de un baño de sangre para preservar el poder. Su única guarida.

Jorge Elías

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