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El voto miedo de las presidenciales derrocó al voto bronca de las primarias, abiertas, simultáneas y obligatorias (PASO). En apenas 70 días, el ministro de Economía de Argentina, Sergio Massa, revirtió el magro resultado obtenido el 13 de agosto. Desde ese día, Javier Milei ocupaba el centro del ring. Pasó a ser la contracara de la vicepresidenta y expresidenta Cristina Kirchner, ensimismada en sus causas judiciales por corrupción y desentendida del gobierno que creó con un presidente ausente, Alberto Fernández. Desentendida, también, de su candidato, reprobado en un país con una inflación brutal apenas inferior a la de Venezuela y a la de Líbano.
Massa y Milei deberán dirimir el 19 de noviembre quién será el próximo presidente. Un dilema en medio de una campaña electoral agotadora e interminable en la cual la remontada de Massa se debe a todas luces al descarado plan platita. Traducido: compra de votos con fondos públicos. Y, asimismo, al miedo que sembraron los suyos frente a una eventual victoria de un candidato excéntrico de prédica agresiva que, entrenado como panelista de televisión, no respeta la libertad de prensa ni la de expresión.
Milei no es tu ley ni la ley. Viene a ser el emergente de las crisis recurrentes de Argentina, corregidas y agravadas por eso que llama casta. Curiosamente, los indignados españoles usaron el mismo latiguillo desde las antípodas ideológicas el domingo 15 de mayo de 2011, Día de San Isidro, patrono de Madrid, para acampar en la Puerta del Sol “hasta que ganéis 600 euros como nosotros”. Fue el embrión de Podemos, luego Unidas Podemos, con una impronta básica: alcanzar el poder. Lo lograron. Comparten el gobierno con el Partido Socialista Obrero Español (PSOE). La casta, según el guion original.
Los extremos se unen. Si aquellos jóvenes españoles de izquierda se inspiraban en el libro ¡Indígnate!, del diplomático francés Stéphane Hessel, con su aliento a una revolución pacífica contra la injusticia social, los argentinos de derecha solo reparan en sus vivencias. Ver un país despojado de valores, aguijoneado por la inflación, la inseguridad y la corrupción, en el 40° aniversario de la recuperación de la democracia. Solo hay una salida: Ezeiza, el aeropuerto internacional, de modo de proyectarse frente a un deterioro del cual culpan a sus mayores.
La rebelión de los indignados no comenzó en España, sino en Islandia. Un tal Hördur Torfason se apostó con su guitarra frente al Parlamento y comenzó a preguntarles a los transeúntes qué podían hacer frente al caos económico. Transcurría la crisis financiera global de 2008, originada en Estados Unidos por la caída del banco Lehman Brothers. El desencanto con los políticos y los banqueros brotó a flor de piel en la ciudadanía. Nació de ese modo del movimiento Voces del Pueblo. Hubo elecciones generales. En un referéndum, los islandeses resolvieron no pagarles deudas millonarias a Gran Bretaña y Países Bajos.
Milei captó a una franja etaria de 18 a 35 años y de mayores de 60 que no entrevén presente ni futuro con el bipartidismo tradicional
No era lo mismo una isla con 332.000 habitantes que un país con 47 millones. El movimiento 15-M, nombre adquirido por el natalicio en España, abrió una sucursal en el Zuccotti Park, de Nueva York. Era de extrema izquierda, pero caló con igual furia en la extrema derecha. En Argentina, después de Donald Trump en Estados Unidos y de Jair Bolsonaro en Brasil, contra un enjambre de políticos, sindicalistas, piqueteros y otras lacras que, al amparo del Estado, destruyeron la clase media. La bronca en las primarias se tradujo en el miedo en las generales. Miedo al día después. Miedo a perder la ayuda del Estado a través de los planes sociales, por ejemplo.
Milei captó a una franja etaria de 18 a 35 años y de mayores de 60 que no entrevén presente ni futuro con el bipartidismo tradicional, repartido entre la coalición gobernante, peronista, y la opositora, Juntos por el Cambio, engarzada entre el partido del expresidente Mauricio Macri, la centenaria Unión Cívica Radical (UCR) y la disruptiva Coalición Cívica de Lilita Carrió. El desencanto no necesitó un micrófono como en Islandia ni una acampada como en España para abrazar propuestas concretas sin certeza de sus resultados.
Un outsider con apenas dos años de experiencia como diputado nacional y 53 de edad cumplidos el día de las elecciones se apropió de la agenda huérfana con arengas intimidantes, como la motosierra para terminar con los gastos exagerados del Estado, la dolarización de la economía frente al desplome del peso, la extinción del Banco Central, la libre comercialización de órganos humanos y la portación de armas, entre otras, en un país de corte presidencialista que, dentro de lo que cabe, mantiene la división de poderes. La frustración social no repara en la negación del cambio climático al mejor estilo Trump y Bolsonaro.
Desde el temprano comienzo de la campaña, en 2022, el divorcio de la sociedad marcó el rumbo de los políticos, empeñados en vencerse los unos a los otros inclusive dentro de sus espacios
“Zarpazo a zarpazo, Milei le mete el colmillo a la casta, pero ha terminado aliado a alguno de los personajes que mejor la representan”, observa con acierto la columnista Carmen de Carlos, en El Debate, de España. Su alianza con el sindicalista Luis Barrionuevo, aquel que dijo en los noventa que había que dejar de robar durante dos años para que se recuperara el país, exhibió el delgado hilo entre las palabras y los hechos.
Desde el temprano comienzo de la campaña, en 2022, el divorcio de la sociedad marcó el rumbo de los políticos, empeñados en vencerse los unos a los otros inclusive dentro de sus espacios. Milei, con su prédica de despertar leones en lugar de guiar corderos, ocupó el lugar de Juntos por el Cambio. Comenzó a representar el cambio, despintado en la placa de Patricia Bullrich, la gran derrotada en las generales, mientras dirimía diferencias internas. Sobre todo, con el expresidente Macri, encantado con el triunfo de Milei en las primarias en el mismo escenario en que era consagrada candidata. Un error estratégico o, acaso, un seguro de vida política.
De la crisis interna tampoco zafó Unión por la Patria, el nuevo nombre de la coalición gobernante. El ministro Massa, supuesto candidato de unidad, era un detractor de La Cámpora, ala manejada por el hijo de la vicepresidenta, el diputado nacional Máximo Kirchner, pero se apropió del gobierno con la anuencia de un presidente desaparecido en acción. Desmadre que aprovecharon los libertarios de Milei para ganar en 16 de las 24 provincias en las primarias. Algo que no había ocurrido en las elecciones provinciales desdobladas. No competía Milei, sino candidatos asociados con la dictadura militar o con los residuos del gobierno de Carlos Menem.
Si los indignados españoles recitaban el libro de Hessel, pocos dentro de las filas libertarias argentinas han leído a Murray Rothbard, de la escuela austriaca de economía, con su teoría sobre el anarquismo de la propiedad privada. El padre del anarcocapitalismo, exaltado por Milei, echa por tierra la idea keynesiana del Estado de Bienestar. Cara y ceca con el estatismo rampante en una sociedad, la formal al menos, sometida a golpes de impuestos sin retribución alguna. ¿Medicina? Mejor prepaga. ¿Educación? Mejor privada. ¿Seguridad? Sálvese quien pueda.
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