El autor era un poeta ignoto. Daba cuenta, en una carta adjunta, de los años que había invertido en fraguar ese aporte a la literatura universal.
El editor redactó de su puño y letra: «Acuso recibo de sus versos y le manifiesto que me han parecido admirables. Imposible me es prodigarles toda la alabanza que merecen. Tanto me gustaron que yo mismo los escribí hace dos años».
En los años cincuenta, Selecciones del Reader’s Digest publicó un artículo titulado Plagios y plagiarios. La volanta prometía: «Los piratas de la literatura hurtan a diestra y siniestra, pero siempre son descubiertos».
Según la revista, nunca falta algún crítico sagaz que descubre el plagio y procura blandirlo frente al editor.
En una redacción de Nueva York recibieron un cuento presuntamente inédito. El título era En la colonia de enfermos. Al editor le gustó. Decidió cambiarle el título por una expresión que se repetía en los diálogos: ¡Nunca digas que no!
Un lector avispado advirtió que el cuento había aparecido en una revista británica con el título que el editor había elegido.