Es de mal gusto entre los árabes, casi una ofensa, mostrar la suela, considerada la parte más baja y sucia del cuerpo. Más aún si uno se dirige de ese modo a otra persona. A nadie se le ocurriría, por ejemplo, apoyar los pies sobre el escritorio como un cowboy del Far West.
Tampoco es de buena educación que uno se recueste en la pared o ponga las manos en los bolsillos cuando habla con otra persona. Por la calle, sin embargo, es común que los hombres caminen de la mano sin que ello revele su orientación sexual.
Si un árabe va con su mujer, lo usual es que él se pavonee unos pasos delante y que ella vaya con los hijos detrás. De tener el rostro cubierto, el marido será reacio a presentarla. ¿Por qué, en algunos casos, sólo quedan a la vista los ojos y las manos de la mujer? “Porque la belleza es sólo para el marido”, me dice Básam, radicado en el sector oriental de Jerusalén.
En público, las mujeres no se tocan ni se besan ni se miran. Y no muestran el pelo ni los hombros desnudos.
En el momento del saludo no es correcto el apretón de manos; lo consideran agresivo. Entre ellos, de conocerse, se dan cuatro besos cuando se encuentran. Suelen citarse para comer. Lo hacen con la mano derecha; destinan la izquierda a la higiene corporal.
Como creen en la vida después de la muerte, no prima entre los árabes el apuro nuestro de cada día. De la paciencia como virtud se han ganado el mote de “IBM” como defecto: “I” por in sha Alá (si Dios quiere), “B” por bukra (mañana) y “M” por maalesh.
Con esa palabra, maalesh, se arregla todo. Significa no importa, no te preocupes. Total, en esta vida o en la siguiente cada uno encontrará la horma de sus zapatos. Maalesh.