Política

Presidentes, hijos y entrenados

A menudo los hijos se nos parecen, canta Serrat, pero no siempre nos dan satisfacciones. El primer presidente de izquierda de la historia de Colombia, Gustavo Petro, cumplió su primer año de gobierno envuelto en un escándalo que involucra a su hijo mayor, Nicolás Petro Burgos, el único que ha seguido sus pasos políticos. Petro Burgos, diputado de la Asamblea Departamental del Atlántico, el más rico del Caribe, está en prisión domiciliaria después de haber sido detenido por enriquecimiento ilícito y lavado de activos. La trama involucra a su exesposa, Day Vásquez, también arrestada, y a narcotraficantes. No se trata de un caso excepcional. Como no todo se resuelve en familia, el presidente Petro enfrenta las sospechas de la Fiscalía General de Colombia sobre el financiamiento ilegal de la campaña de 2022. Está en duda si utilizó dinero de procedencia dudosa y si se excedió en los gastos permitidos. Antes del arresto de su hijo, Armando Benedetti, exjefe de su campaña, exembajador en Venezuela y expresidente del Senado, había insinuado en audios que cobraron estado (leer más)

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Más inmigración, más ultraderecha

La población de Alemania creció un 1,3 por ciento en 2022. No porque se haya disparado la tasa de natalidad, sino por el ingreso de refugiados ucranianos a raíz de la invasión de Rusia. Arribaron 1,12 millones de personas, según la Oficina Federal de Estadística. Especialmente, a ciudades importantes como Berlín y Hamburgo. En una proporción similar ascendió en las encuestas la adhesión hacia Alternativa por Alemania (AfD), el primer partido de ultraderecha que ingresó en el Parlamento Europeo desde la Segunda Guerra Mundial. Fue en 2017. Seis años después, AfD trepa en los sondeos hasta disputarle el liderazgo a los socialdemócratas del canciller Olaf Scholz en alianza con Alianza 90/Los Verdes y el Partido Democrático Libre. La coalición semáforo, como la llaman, por los colores de cada partido. En 2022, un tribunal alemán dictó que AfD, partidaria de dinamitar la Unión Europea desde sus propias tripas, era una amenaza para la democracia. El Instituto de Derechos Humanos de Alemania se mostró afín a prohibirla por su afán de «eliminar el orden básico democrático libre» (leer más)

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Entre un extremo y el otro

Dice el diccionario de la Real Academia Española (RAE) sobre el significado de la palabra autocracia: “Forma de gobierno en la cual la voluntad de una sola persona es la suprema ley”. Sinómino de Cuba, Venezuela, Nicaragua, El Salvador y siguen las firmas en una región, América Latina y el Caribe, en la que regímenes diversos con credenciales democráticas dudosas amagan con defender la multipolaridad, al mejor estilo de Rusia y de China, en desmedro de la unipolaridad, espejo del predominio de Estados Unidos. Entre un extremo y el otro, la tribuna, polarizada, no admite un término medio. Un discurso doméstico para amansar a las fieras, las antiimperialistas, y otro externo para acallar a los acreedores, los imperialistas, en un siglo, el XXI, en el cual izquierdas y derechas confluyen en una maraña de negocios despojados de ideologías. Sonaba mejor hace un ratito, no más, la pertenencia a la izquierda, sinónimo de resistencia y de rebeldía, que a la derecha, emparentada con el nefasto legado de las dictaduras militares y, últimamente, con los gobiernos autocráticos (leer más)

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La muerte cruzada como método de supervivencia

El presidente de Ecuador, Guillermo Lasso, decidió disolver la Asamblea Nacional antes de vérselas con un juicio político. Quizás haya serenado por un rato los ánimos, pero no resolvió el problema de fondo de las democracias latinoamericanas y caribeñas. Lasso, acusado de haber malversado fondos en un contrato entre la empresa pública de transporte de petróleo, Flota Petrolera Ecuatoriana (Flopec), y la compañía Amazonas Tanker, que le costó al Estado al menos seis millones de dólares, dio un paso al costado. Apeló a un recurso constitucional de nombre apocalíptico, la muerte cruzada. Nunca había sido aplicado. Nada que ver con el autogolpe fallido de su excolega peruano Pedro Castillo, destituido y detenido después de haber intentado disolver el Congreso al estilo Alberto Fujimori. Una crisis sin fin la del Perú. La de Ecuador o la de Lasso después del gobierno de Lenín Moreno, expresidente de Rafael Correa desligado de su liderazgo, exhibe el desmadre de una región signada por la polarización y el desencanto. Lasso gobierna por decreto hasta que se celebren elecciones, algo que (leer más)

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Biden versus Trump, ¿segundo round?

Joe Biden decidió ser candidato a la reelección en 2024. Le cabe el derecho, sobre todo después de la remontada de los demócratas en las elecciones de medio término de 2022. Esa media victoria a mitad de camino, algo así como un referéndum, desinfló por un rato la ambición de Donald Trump dentro de las filas republicanas por la irrupción como precandidato presidencial del gobernador de Florida, Ron DeSantis. En el léxico de Trump, Sleepy Joe pasó a ser Crooked Joe. Traducido: de dormilón, como llamaba a Biden en las presidenciales de 2020, pasó a ser torcido, el apodo despectivo aplicado a Hillary Clinton en las de 2016. Los problemas legales no amilanan a Trump en su cruzada por volver a la Casa Blanca a pesar de los disturbios del 6 de enero de 2021, cuando los suyos, los muchachos trumpistas, quisieron impedir la certificación de la victoria de Biden con el vergonzoso ataque contra el Congreso. Trump tampoco ahorra epítetos contra DeSantis. Lo llama DeSanctimonious y DeSanctus. O contra otro eventual rival de su (leer más)

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El averno en Tierra Santa

Semanas de tensión en Israel se vieron momentáneamente aplacadas con el frenazo del primer ministro, Benjamin Netanyahu, a una reforma judicial hecha a su medida. Estaba en vías de aprobación en la Knesset (Parlamento), más allá de las críticas domésticas y de la preocupación internacional frente a la posibilidad de que socave la independencia del Poder Judicial. La fatiga diplomática, con los Acuerdos de Oslo para crear dos Estados prácticamente descartados frente a la escalada de los enfrentamientos con los palestinos, influyó en el desmadre de calles atiborradas, puertos y aeropuertos cerrados y una huelga general en cierne. La economía comenzó a mostrar signos de deterioro: el séquel (unidad monetaria) cayó a su menor valor desde 2021. Indicios más que suficientes para que Netanyahu, líder del Likud y de la coalición de partidos ultranacionalistas y ultrarreligiosos que alguna vez fueron marginales, pactara retrasar sus planes hasta el verano con el ministro de Seguridad Nacional, Itamar Ben Gvir, principal impulsor de la controvertida reforma judicial. La moneda de cambio sería la creación de una suerte de (leer más)

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El divorcio de las naciones

Si las fronteras son las cicatrices de la historia sobre los mapas, las separaciones territoriales por cuestiones políticas, económicas o raciales reflejan diferencias irreconciliables. Un camino sin retorno que, en países polarizados, pueden llevar a la estupidez de recrear guerras civiles. En Estados Unidos, la representante republicana Marjorie Taylor Greene, enrolada en la derecha radical alentada por el expresidente Donald Trump, propuso un divorcio nacional, textuales palabras, entre Estados rojos (republicanos) y azules (demócratas). Delirante, pero real. Una cosa es el Brexit, del cual muchos británicos se sienten decepcionados, y otra, muy distinta, es el separatismo dentro de los países, como el que se plantea Cataluña de España o Escocia del Reino Unido. La iniciativa de la representante Taylor Greene tiene poco sentido en un país que, a pesar de sus discrepancias internas, marca el pulso del planeta para bien o para mal. La división coyuntural, latente en las cloacas de las redes sociales de medio mundo con improperios contra aquel que no piensa igual, ¿llevaría a los rojos a mudarse de los Estados azules (leer más)

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Amigo de Bin Laden y aliado de Bush

En vísperas de las presidenciales norteamericanas de 2000, George W. Bush no sabía cómo se llamaba el presidente de Pakistán. Un año después, tras la voladura de las Torres Gemelas, el general Pervez Musharraf, criticado tanto por la mano dura que aplicaba en su país como por su amistad pretérita con Osama bin Laden, iba a convertirse en un aliado clave de Estados Unidos: cedió su espacio aéreo para el despliegue de la mayor coalición de la historia en el vecino Afganistán, nido del régimen talibán y de Al-Qaeda, y entregó a varios sospechosos de terrorismo que luego iban a ser interrogados en Guantánamo. Bush no pagaba caro su lapsus o su desliz, sino el favor recibido. Musharraf tenía un defecto de fábrica: había derrocado como jefe del ejército al primer ministro Nawaz Sharif, hermano del actual primer ministro, Shehbaz Sharif, en 1999. Era un presidente de facto. Sus herederos políticos, así como aquellos que respondían a la ex primera ministra Benezir Bhutto, asesinada a finales de 2007, se aprestaban a sucederlo tras su renuncia (leer más)

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Nicaragua no tiene cura

A los ojos de Daniel Ortega, sus enemigos responden a una conjura orquestada por Estados Unidos, el Vaticano y todo aquel que no comulga con el régimen. En agosto ordenó el arresto del obispo de Matagalpa, Rolando Álvarez; de 11 sacerdotes, y de dos seminaristas sin precisar los cargos. Cinco meses antes había expulsado al nuncio apostólico, Waldemar Sommertag, representante del Papa. Hasta las 18 monjas de Misiones de la Caridad, creada por la Madre Teresa de Calcuta, debieron salir de Nicaragua. El país, polarizado desde los años noventa, no tiene cura. La Corte Interamericana de Derechos Humanos (Corte IDH) ha declarado en desacato permanente a Nicaragua por no respetar sus resoluciones sobre 46 opositores presos por razones políticas. La mayoría está en la opresiva cárcel policial El Chipote, de Managua, desde hace más de un año. Algunos de ellos osaron presentarse en 2021 como candidatos en las presidenciales que ganó sin escollos ni rivales el gobierno de Ortega y de su mujer, la vicepresidenta Rosario Murillo. Lo pagaron caro: fueron arrestados. La farsa electoral (leer más)

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Media victoria a mitad de camino

Las elecciones de mitad del mandato de Estados Unidos suelen ser un referéndum sobre los dos primeros años de gestión gubernamental y sobre la figura del presidente. Una derrota categórica hubiera dejado a Joe Biden como un pato rengo hasta 2024 y, de ser capitalizada por el ala dura de los republicanos, le hubiera dado un empujón a Donald Trump para reincidir como candidato. En ambos casos a pesar de sus edades: uno, 79; el otro, 76. Si Biden no goza del aprecio de muchos, inclusive de los suyos, los muchachos trumpistas, enlodados por el asalto al Capitolio el 6 de enero de 2021, tampoco pueden sacar pecho. En ese ámbito, el legislativo, ni los demócratas ni los republicanos pudieron cantar victoria hasta ahora, más allá de las tendencias: que unos conserven su exigua mayoría de número en el Senado, donde estaban en juego los dos tercios de las bancas, y que los otros dominen la Cámara de Representantes, renovada por completo. Como en otras comarcas, las campañas muchas veces se enfocan más hacia dentro (leer más)

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Cinco años más para Xi Jinping

La guerra en Ucrania no cuenta, así como tampoco la sociedad larvada con Rusia. Cuenta, más que todo, el poder amasado por Xi Jinping desde que asumió el primer mandato en 2012 como secretario general del Partido Comunista Chino. Diez años después impuso su visión doctrinaria entre los pilares fundamentales de la China moderna, fundada y liderada por Mao Zedong entre 1946 y 1976, y remozada por Deng Xiaoping entre 1978 y 1989. La reforma constitucional de 2018, aprobada por casi todos los delegados del congreso partidario, eliminó el límite de dos períodos y le permite a Xi gobernar cinco años más. El culto a la personalidad cambió el modelo dictatorial de no más dos quinquenios consecutivos por uno prácticamente indefinido. Eterno, en realidad. Xi endureció los controles estatales y no bajó un ápice la tensión con Estados Unidos, estrenada por Donald Trump con la guerra comercial y tecnológica y continuada por Joe Biden con el aumento de los aranceles. Una guerra por la supremacía mundial, ni más ni menos, con mucho negocio de por (leer más)

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El silencio de los votantes

La victoria de Luiz Inácio Lula da Silva en las elecciones de Brasil resultó exigua en comparación con los pronósticos que indicaban que podía superar hasta por 20 puntos al presidente, Jair Bolsonaro, y evitar la segunda vuelta. Ganó por un dígito. Algo así como un cinco por ciento. ¿Fallaron las encuestas o callaron los votantes en una sociedad más polarizada que nunca? El dato relevante no surge de los sondeos previos sobre las preferencias electorales, sino de otro. El de la intimidad de los brasileños. Casi la mitad confiesa que en los últimos meses dejó de hablar de política con sus amigos y sus parientes, según Datafolha. El silencio en la intimidad se traduce en respuestas contradictorias o engañosas en las encuestas. Una actitud más frecuente en las mujeres jóvenes, educadas y acomodadas y, entre los dos candidatos, más en los votantes de Lula que en los de Bolsonaro. En la campaña hubo asesinatos y episodios de violencia. Tanto uno como el otro decidieron usar chalecos antibalas en los actos. El miedo a las (leer más)

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La caída del puente de Londres

Setenta años, siete meses y dos días después del 6 de febrero de 1952 cayó el puente de Londres. Era el mensaje clave que debía recibir antes que nadie, fuera de la familia real, la primera ministra británica, Liz Truss: “El puente de Londres ha caído”. Cayó a los 96 años y, por anunciado que fuere, dejó un hondo vacío entre monárquicos y antimonárquicos, respetuosos de la figura de Isabel II, fallecida el 8 de septiembre en el castillo escocés de Balmoral, su residencia de verano, a 1.600 kilómetros de Londres. La reina más longeva de la historia invistió a 15 primeros ministros desde Winston Churchill y sobrevivió a siete papas desde Pío XII y a innumerables reyes y mandatarios de otras latitudes. Le dejó una vara muy alta a su primogénito, Carlos III, de 73 años, el monarca de mayor edad en acceder al trono después de Guillermo IV, coronado a los 64 en 1830. “Los políticos llegan al poder con la sensación de haberse ganado la lotería; los monarcas acceden al trono afligidos (leer más)

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Cómo destruir un país

Si la ceguera ideológica es peor que la biológica, la última camada de autócratas no debe esforzarse mucho para crear un rebaño de fanáticos. Lo demuestran Donald Trump, Jair Bolsonaro y Viktor Orbán, de lado derecho del mostrador, y Nicolás Maduro, Daniel Ortega y Andrés Manuel López Obrador, del izquierdo. No son necesariamente figuras carismáticas capaces de provocar un fenomenal cambio social, como postulaba Max Weber con aquello que denominó “rutina del carisma”, sino líderes capaces de convencer o de comprar a buena parte del electorado con discursos contra las elites, aunque pertenezcan a ellas. Ece Temelkuran, periodista turca exiliada en Croacia, describe en su libro Cómo perder un país, la estrategia del presidente de su país, Recep Tayip Erdogan, para convertir el intento de golpe de Estado del 15 de julio de 2016 en su mayor capital político. Seis años después, Erdogan propicia el diálogo entre Rusia y Ucrania, negocia con la anuencia de la ONU la salida de barcos cargados de granos por el minado Mar Negro y subordina el ingreso en la (leer más)

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Víctima de sí mismo

Desafiante en su papel de víctima, Donald Trump se rehusó a declarar sobre las prácticas empresariales de su compañía en Nueva York poco después de que el FBI emprendiera una redada sin precedente en su mansión con refugio nuclear y club de golf privado de Mar-a-Lago, Palm Beach, Estado de Florida. Lo usual en otras latitudes resulta una rareza en Estados Unidos, no habituado al allanamiento de la propiedad de un expresidente, su domicilio fiscal desde 2019. Trump y los suyos compararon al gobierno de Joe Biden, desmarcado de los procesos judiciales, con el de países rotos del Tercer Mundo. Más precisamente con Nicaragua bajo el régimen de Daniel Ortega. La Ley de Registros Presidenciales de 1934 obliga a los expresidentes de Estados Unidos a entregar todo el material relacionado con su gestión. Trump, acusado dos veces de haberse quedado con registros confidenciales, está involucrado en una extensa serie de pesquisas por su conducta personal y política, así como por su desprecio del Estado de Derecho. Lo pinta de cuerpo entero el asalto del Capitolio (leer más)