Cambio de época en Argentina

La victoria de Javier Milei en el balotaje de Argentina abre un interrogante sobre la gobernabilidad, pero pone fin al ciclo kirchnerista




Milei, presidente electo
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En Argentina, dos más dos no suman cuatro, observaba antes del balotaje Orestes Enrique Díaz Rodríguez, profesor investigador en Ciencia Política de la Universidad de Guadalajara, México. Basaba esa anomalía empírica, como la definió, tanto en la adhesión de la excandidata presidencial Patricia Bullrich, la gran derrotada en las generales, al candidato libertario Javier Milei, la gran sorpresa desde las primarias, como en el repunte del ministro de Economía, Sergio Massa, en un país quebrado por la inflación y las penurias sociales. Ganó Milei y, en cierto modo, rompió el sistema.

En ese entramado, Milei colgó la motosierra de la campaña y abrazó a Bullrich, tildada de “montonera tira bombas”. Massa sustituyó de facto a un presidente prácticamente ausente e irrelevante, Alberto Fernández, desahuciado por propios y extraños con una reprobación exorbitante. Detrás de Bullrich, a su vez, estuvo el expresidente Mauricio Macri, el gran ganador del duelo, por más que haya encendido la mecha para dinamitar su propio espacio, Juntos por el Cambio, en beneficio de Milei. Detrás de Massa estuvo la vicepresidenta Cristina Kirchner, llamada a silencio por conveniencia, pero dispuesta a seguir en política sin un cargo electivo.

El peronismo, después de 78 años, fabrica vertientes. El kirchnerismo quiso ser una expresión superadora, desentendida del llamado neoliberalismo aplicando el selectivo capitalismo de amigos. En un campo de pruebas de la inteligencia artificial, Milei recogió otras banderas de ese movimiento que se resiste a ser partido. Las de Carlos Menem, amado y detestado por los Kirchner según soplara el viento. Massa, arropado por varios colectivos que se expresaron en contra de un retroceso hacia la dictadura militar, echó mano sin pudor de los recursos estatales durante la campaña, algo vedado por la ley, y del aparato peronista, movilizado, sobre todo, en el populoso cinturón de la ciudad de Buenos Aires.

“Los problemas de la democracia impiden la reducción de los problemas para la democracia, y los problemas no resueltos para la democracia bloquean la posibilidad de disminuir los problemas de la democracia”

Miedo contra miedo. Poco trecho hubo en términos históricos, apenas dos décadas, entre el reclamo de que se fueran todos al rechazo a la casta de Milei, aupado finalmente por la casta. Flor y nata de ese sector, Massa no vaciló en torcer su promesa de “echar a los ñoquis (empleados estatales que no trabajan, pero cobran sus sueldos el 29 de cada mes, día de esa pasta) de La Cámpora (facción liderada por el diputado Máximo Kirchner, hijo de la vicepresidenta)”. Milei creó un nuevo paradigma en Argentina. El de la excepcionalidad.

Un Estado ausente, por más que se precie de su socorro permanente desde los altavoces gubernamentales, dejó caer tanto la seguridad, su razón de ser desde Max Weber y Thomas Hobbes, hasta la sanidad y la educación a costa de infinidad de impuestos y de trabas burocráticas que deprimieron al motor de toda economía, la clase media. ¿La rebeldía se volvió de derecha?, como supo preguntarse Pablo Stefanoni, periodista y doctor en Historia. Se corrió más hacia la derecha de la derecha tradicional, creando émulos de Donald Trump, Viktor Orbán, Jair Bolsonaro y el partido español Vox. El más reciente: Milei.

“Los problemas de la democracia impiden la reducción de los problemas para la democracia, y los problemas no resueltos para la democracia bloquean la posibilidad de disminuir los problemas de la democracia”, hace un juego de palabras Gerardo L. Munck, profesor de Ciencia Política y Relaciones Internacionales en la Universidad del Sur de California. La anomalía empírica y la excepcionalidad hablan por sí mismas de la democracia de baja calidad, empantanada en la naturalización de la pobreza, el descaro de la corrupción y la habilidad del narcotráfico para influir en los tres poderes. No solo los nacionales, sino también los provinciales y los municipales.

El divorcio de las naciones se declaró dentro de ellas con polos enfrascados y enfrentados. Las elecciones suelen tener un patrón: se vota según el resultado de la gestión gubernamental. Son algo así como un plebiscito, dice Anthony Downs en su libro An Economic Theory of Democracy (Una teoría económica de la democracia). En Argentina, los latigazos contra el presidente Fernández provinieron del núcleo duro de sus creadores, empezando por una vicepresidenta outsider, y de una sociedad cabreada por los quebrantos y la incertidumbre. La devaluación del país perjudicó al peronismo, kirchnerismo, massismo o como se llame ahora. ¿Milei? Un enigma en bandeja con la nostalgia de tiempos mejores.

Jorge Elías

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