Volver a los libros

¿Por qué en Suecia, donde la educación digital ha sido norma, los alumnos vuelven a la escritura manuscrita y los libros impresos?




Menos pantallas, más libros
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Le pregunté a una estudiante universitaria de 27 años cuánto era ocho por siete. Me respondió que no sabía. ¿Para qué, en realidad? Podía consultarlo en la calculadora de su teléfono inteligente. Más inteligente que nosotros, supuse. Desde ese momento, a falta de un libro o de un periódico impreso en cada viaje más o menos largo en el transporte público, repaso mentalmente las tablas de multiplicar de atrás para adelante y viceversa. No sea que caiga en la ignorancia frente a una inquietud similar o, peor aún, que responda 87.

En un mundo a golpes de tuits parece cumplirse la profecía de los gordos que viven sentados frente a las pantallas. Pasó a ser una rareza hacer cuentas en un papel, escribir a mano y leer impresos. La tecnología, eficaz en muchos aspectos, desplazó todo tipo de ejercicio mental. Una sociedad hiperdigital como la sueca decidió desechar los dispositivos electrónicos en preescolar, por más que sus niños obtengan mejores resultados en niveles de lectura que el promedio europeo. Entre 2016 y 2021, las autoridades gubernamentales notaron un declive en cuarto grado. Tres años después alzaron la voz. De alarma.

La pandemia y el aumento de alumnos inmigrantes cuya primera lengua no es el sueco pudieron haber influido en la carencia, pero la mayoría coincidió en que el uso excesivo de pantallas era la clave. ¿Quién garantiza la veracidad de los textos esparcidos en herramientas de aprendizaje digital? La tecnología, según la Unesco, no debería reemplazar la instrucción del maestro. El papel no solo agiliza la mente. También une generaciones. Y permite recobrar un patrimonio perdido: el silencio.

El 46 % de los alumnos de tercer grado no entiende lo que lee, según la Unesco

En Argentina, el Estado regalaba laptops para acercar a los niños a la tecnología. Nunca pensaron que la presunta buena intención podía tener otro fin. O, tal vez, sí. El clientelismo político. El 46 % de los alumnos de tercer grado no entiende lo que lee, según la Unesco. La cifra sube hasta el 61,5 % entre los estudiantes de menor nivel socioeconómico. Solo uno de cada 10 alumnos, el 14 %, logra el desempeño adecuado. El promedio en la región ronda dos de cada 10, el 21 %. En Brasil y Perú asciende al 30 %.

En las pruebas PISA 2022, que evalúa 81 países, tres de cada 10 alumnos argentinos de 15 años no alcanzaban el nivel mínimo en comprensión lectora. Cifra que ascendía a siete de cada 10 en los niños de nivel socioeconómico más bajo. No se trata de una consecuencia de la pobreza, sino de un problema estructural. Más de 180 organizaciones de la sociedad civil lanzaron una campaña por la alfabetización con el hashtag #QueEntiendanLoQueLean. La crisis argentina no es solo económica. Concierne al aprendizaje de la lectura y de la escritura, así como al de las tablas de multiplicar.

¿Menos pantallas, más libros? Estados Unidos y en Polonia, entre otros países temerosos de que el futuro pasara de largo, también repartieron laptops. La brecha digital expone más a los mayores que a los menores. Hay regiones que carecen de conectividad. En Alemania, muchos alumnos pueden completar su educación sin instrucción digital. Eso corre por cuenta de ellos mismos o de sus padres. La tecnología, concluyeron los suecos, no mejora el aprendizaje. La red, según el asesor político ecuatoriano Jaime Durán Barba, “nos embruteció, encerrándonos en sociedades maniqueas en las que cada grupito vive su burbuja de verdad”.

¿Cuánto hace que un presidente o primer ministro no concede una entrevista periodística a la antigua?

En el fondo, internet “está debilitando la capacidad de atención y de concentración de la gente”. La información que antes estaba en el cerebro, como el resultado de ocho por siete o el número de teléfono de un pariente, “ha pasado a los dispositivos electrónicos, debilitando nuestra capacidad de procesarla”. Con la calculadora y la agenda en el teléfono inteligente está todo resuelto mientras Facebook nos recuerda los cumpleaños. No hablamos. Nos comunicamos por WhatsApp con mensajes grabados breves o, de ser extensos, acortados con el aumento de la velocidad de reproducción. Si son de texto, las faltas de ortografía a veces lastiman las pupilas.

¿Cuánto hace que un presidente o primer ministro no concede una entrevista periodística a la antigua? Con preguntas y repreguntas durante un par de horas. Le resulta mucho más fácil comunicarse por las redes, sea personalmente o por medio del community manager (responsable de construir y administrar la comunidad online y gestionar la identidad y la imagen de marca). No discutimos. Imponemos ideas desde nuestro bando. Semilla de la polarización de varias sociedades, si no todas, expuestas a supuestas verdades absolutas en las cuales el dubitativo pasa a ser el tibio bíblico que vomita Dios.

La inteligencia artificial nos devora ahora. Es tan tentadora como disponer todo el tiempo de un asistente infalible. O casi. Un juguete para el cual no estamos preparados. Vino sin aviso. Como en su momento internet. No la critico. La veo con ojos escépticos sin miedo a lo nuevo, sino precaución. Volver a los libros impresos, como los suecos, resulta novedoso para los más pequeños. Dice un estudio del Instituto Nacional de Estadística y Geografía (INEGI) de México que la gente lee cada vez menos. Lo dudo. Nada se pierde en las pantallas. Por cierto, la calculadora de la estudiante universitaria dio el resultado de ocho por siete: 56. ¡Acertó! ¿Y…?

Jorge Elías

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