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Sábado 11 de octubre de 2008. Hördur Torfason decide apostarse con su guitarra frente al Parlamento de Islandia y preguntarles a los transeúntes qué está ocurriendo y qué pueden hacer. En medio del caos económico, la gente expresa con un micrófono su desencanto con los políticos y los banqueros. Comienza a gestarse el movimiento Voces del Pueblo. La concurrencia aumenta cada semana. En unos meses, el Parlamento se disuelve. Hay elecciones generales. En un referéndum, los islandeses resuelven no pagarles a Gran Bretaña y Holanda una deuda de 4.000 millones de dólares. Es la piedra de toque del modelo de protesta contemporánea, pero necesita un escenario mayor para globalizarse.
Domingo 15 de mayo de 2011. Es San Isidro, patrono de Madrid. Falta una semana para las elecciones municipales y autonómicas. El desempleo y la crispación baten récords. Los indignados hacen suya la calle, sortean las prohibiciones y prometen quedarse en la Puerta del Sol, de Madrid, “hasta que ganéis 600 euros como nosotros”, según me dice uno de ellos. Cumplen con su palabra blandiendo un opúsculo de 60 páginas convertido en best-seller. El título lo resume todo: ¡Indígnate! Su autor, el diplomático francés Stéphane Hessel, nacido en Berlín, ha sido héroe de la lucha contra el nazismo. Exalta a sus 93 años la revuelta pacífica contra la injusticia social.
Cuatro meses después, el sábado 17 de septiembre de 2011, el movimiento 15-M (nombre adquirido de su fecha de nacimiento en Madrid) inaugura su casa matriz en los Estados Unidos en el Zuccotti Park, de Lower Manhattan, Nueva York, extendiéndose como en España a varias ciudades del país. El 15 de octubre siguiente, también sábado, se hace global por la urgencia de ver atendido el pedido de certidumbres de los más jóvenes en un presente que, en coincidencia con las revueltas árabes y las revelaciones de WikiLeaks, sólo garantiza empleos chinos, salarios africanos y, de haber contraído deudas e hipotecas, ejecuciones sumarias.
¿Es sorprendente que estallen las protestas cuando tramitan la jubilación la generación del Mayo francés del 68 y los baby-boomers norteamericanos (nacidos entre 1946 y 1964)? Estaba escrito. ¿Dónde? En las previsiones del gobierno británico. Una isla remota como Islandia, con apenas 332.000 habitantes, no podía exportar una revolución sin mayor trascendencia que el cabreo colectivo. Los sábados islandeses requerían los domingos en España y las reacciones contra los ajustes en Grecia, Irlanda, Portugal, Francia, Italia y Gran Bretaña, entre otros, para cruzar el Atlántico y confirmar “la percepción de injusticia entre aquellos cuyas expectativas no se cumplen”.
Eso infiere el informe Global Strategic Trends – Out to 2040, del Development, Concepts and Doctrine Centre (DCDC), del cual se guía el Ministerio de Defensa británico, para vaticinar desde 2007, un año antes de los reclamos en Islandia, que la desigualdad económica, social y política iba a “aumentar la tensión y la inestabilidad tanto dentro de las sociedades como entre ellas” y a dar lugar a expresiones de malestar, como el desorden, la violencia, la criminalidad, el terrorismo y la insurgencia. La desigualad, agrega, hará resurgir ideologías anticapitalistas, como el anarquismo. Hasta es posible que la clase media sustituya al proletariado en la visión clásica de Marx y promueva una revolución.
Los mileuristas europeos, rebajados a compensaciones aún menores que los mil euros de salario mensual por los cuales reciben ese mote, culpan a la democracia, sin prescindir de ella, de los abusos de los políticos y de las ganancias de los banqueros. Es la razón de ser de los indignados de buena parte del mundo, unidos, como en el Manifiesto del Partido Comunista, de Marx y Engels, cual fantasma que “recorre Europa”. Ese fantasma, tras la debacle de la Unión Soviética, no responde al viejo PC (Partido Comunista), sino a la nueva PC (Personal Computer): se vale más de las redes sociales que de los actos multitudinarios.
La clase media, según las predicciones del gobierno británico, tiende «a transformar los procesos transnacionales de acuerdo con sus propios intereses de clase» y se apresta a encender la mecha de una revolución. Es lo que hay. Lo traduce el informe de DCDC en “la brecha entre ricos y pobres” que “es probable que aumente, así como las quejas y los resentimientos a pesar del número creciente de personas que serán sustancialmente más prósperas que sus padres y abuelos”.
En palabras de un indignado español, “somos la generación mejor formada y peor pagada” de la historia reciente. Lo mismo puede decir un indignado norteamericano en virtual representación del 99 ciento perjudicado por el sistema. Ni uno ni el otro emprenden una revolución abrupta con un cambio de régimen, como la rusa, la china o la cubana. La revolución, de ser acertados los pronósticos, decantará en la dictadura de una clase media más disconforme con las fallas del sistema que con el sistema mismo, caiga sábado o domingo frente al fantasma más temido: pasar los lunes al sol, metáfora española del desempleo y la incertidumbre.
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