Argentina: cambio y fuera




Scioli y Macri: mano a mano hemos quedado
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Las presidenciales, que se dirimirán en la primera segunda vuelta de la historia, han logrado polarizar a la ciudadanía entre una continuidad imprecisa y un cambio también impreciso

No ha de haber peor miedo que el provocado por la posibilidad de un cambio, sobre todo cuando lo plantean como una amenaza aquellos que veneran la continuidad en desmedro de un eventual retroceso. Eso representan los candidatos argentinos Daniel Scioli y Mauricio Macri, comprometidos a decidir en una segunda vuelta, el 22 de noviembre, quién será el próximo presidente de la Nación. Esa instancia, que es inédita, excede las virtudes de ambos, empañadas por la tónica de la confrontación que han desplegado los Kirchner –Néstor, primero; Cristina, después– como única vía para la consolidación de su propio poder.

No por nada el frente opositor de Macri se llama Cambiemos e incluso el tercero en discordia, Sergio Massa, utilizó en su momento el eslogan “El cambio justo”. El cambio inquieta a propios y extraños, más allá de que los extraños estén convencidos de que debe producirse para terminar con los enfrentamientos, capaces de dividir familias y sepultar amistades, y volver a la normalidad. El cambio, aunque sea Scioli el vencedor, es un reclamo social. Nadie, excepto los políticos, vive en pensando en quién será hoy su rival. Si los ganaderos, si los granaderos, si los periodistas, si las corporaciones, si los que opinan diferente…

Esa lógica de poder, asimilada por una parte de la sociedad, duró más de una década. La otra parte de la sociedad se hartó. Desde el oficialismo, durante la campaña, se atizaron fantasmas asociados con el cambio del modelo político, el cambio del modelo económico, el cambio del cambio. Y el cambio caló más hondo que los miedos, al menos en la primera vuelta. En el balotaje, Scioli y Macri, hijos de empresarios, dirimirán la herencia de un gobierno que, acertado en algunos aspectos, lleva la marca de adolescentes tardíos que se jactan de burlar la ley, tildar de traidores a quienes disienten y creer que son los dueños del Estado al que idolatran y del cual, of course, como suelen decir, obtienen beneficios.

El peronismo, concebido sobre la base de que manda el más votado, es un movimiento que se resiste a ser partido y, como tal, fabrica vertientes según la época. El menemismo, abrazado sin pudor por los Kirchner en los noventa, resultó ser la escuela de Scioli y de Macri. El kirchnerismo quiso ser una expresión superadora, desentendida de las políticas neoliberales y antipopulares de aquellos años más allá de haber aplicado el selectivo capitalismo de amigos. Algunos aún apelan a los motes de izquierda y de derecha como sinónimos de progresismo y conservadurismo como si no fueran las dos cosas a la vez.

La arrogancia gubernamental, desflecada después de las elecciones del 25 de octubre, les impide hacer algo tan usual como aceptar errores. Reconocer que no se sabe o que se puede estar equivocado quizá sea doloroso para su ego. En el fondo, la arrogancia es algo así como una máscara detrás de la cual se oculta el miedo a la alternancia, como si la vida de 40 millones de personas estuviera sujeta a una hegemonía política. El ególatra no cambia porque es presuntuoso. Le cuesta ser autocrítico y más aún ponerse en los zapatos de los demás. Por eso se violenta cuando escucha ideas diferentes a las suyas.

¿Existe un paralelo entre el lujoso barrio porteño de Puerto Madero, donde los kirchneristas tienen sus propiedades, y Sierra Maestra, de la cual se proponen convencer a los argentinos de que acaban de bajar? ¿Existe un paralelo entre la ostentación de la presidenta Kirchner, más allá de su desmedido crecimiento patrimonial desde que su marido asumió el gobierno, y la modestia del papa Francisco, sumado a la causa después de haber sido subestimado cuando era arzobispo de la ciudad de Buenos Aires? La petulancia les impide ver y entender que el otro, el de a pie, puede enseñarles algo, empezando por los modales y la humildad.

La complejidad del Sistema Electoral en Argentina | Jorge Elías

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