La burbuja de la desigualdad

Ricos más ricos y pobres más pobres son el resultado del año pandémico sin miras de reducir la desigualdad




La imagen de la desigualdad: un refugiado sirio en el Líbano | Foto de la ONU
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En 2020 se perdieron cuatro veces más empleos en el mundo que durante la crisis financiera global de 2008. Lacónico, el informe de la Organización Internacional del Trabajo (OIT) sobre el impacto de la pandemia en el mercado laboral pronostica “una recuperación lenta, desigual e incierta, a menos que los progresos iniciales se respalden con políticas de recuperación centradas en las personas”. Esos progresos iniciales, los previstos tímidamente para mediados de 2021, se ven agravados por una baja generalizada de las horas de trabajo y de los ingresos. En un solo año se esfumaron 255 millones de puestos de trabajo.

El virus de la desigualdad, como se titula otro estudio, el de la organización no gubernamental Oxfam, ahonda el abismo ente un extremo y el otro de las sociedades. La chispa desencadenó la ola de protestas distantes y no coordinadas previas a la expansión del coronavirus. En 2019, el planeta vivía sumido en estallidos relacionados con la polarización de los países, la uberización de la política y el renacimiento de los nacionalismos mientras crecía la brecha entre ricos cada vez más ricos, pobres cada vez más pobres y, cual bisagra, una clase media, en el mejor de los casos, en equilibrio entre la cima y el pozo. O viceversa, en realidad.

La pandemia demostró que el ejemplo no proviene de los líderes, sino de aquellos que ponen el cuerpo y el alma para hacer más llevadera la nueva normalidad

Las estadísticas lapidan la realidad. Murieron en Estados Unidos más personas por el coronavirus que por la Primera Guerra Mundial, la de Vietnam y la Corea juntas. Puros números: 400.000 fallecidos y 25 millones de contagiados. Un cuarto de los contagiados en el mundo: 100 millones, según la Universidad Johns Hopkins. Nada que, en números, conmueva a quienes se burlaban del uso de las mascarillas y del respeto de la distancia social, pero terminaron en cuarentena, como los presidentes Andrés Manuel López Obrador, Donald Trump, Jair Bolsonaro y Aleksandr Lukashenko y el primer ministro Boris Johnson. O a otros más cautos, como Emmanuel Macron, que corrieron la misma suerte.

La pandemia demostró que el ejemplo no proviene de los líderes, sino de aquellos que ponen el cuerpo y el alma para hacer más llevadera la nueva normalidad. No están exentos se los malos augurios de la OIT: se perderán entre el 1,3 y el 4,6 por ciento de los empleos. Más aún entre las mujeres y los jóvenes de 15 a 24 años. ¿Menos horas de trabajo y más empleos precarios? Una generación perdida, con 258 millones de niños sin escolarizar y 10.000 personas por día sin atención médica por falta de recursos. Es la peor crisis desde la Gran Depresión de 1929, con un nuevo récord de refugiados y desplazados a pesar del cierre de fronteras en 2020.

Llovido sobre mojado en un mundo marcado por la desigualdad, los multimillonarios no son culpables de haber aumentado en forma exorbitante su patrimonio, excepto aquellos que no pagan sus impuestos como cualquier ciudadano de a pie. La fortuna de los 22 más ricos supera la de todas las mujeres de África. Los 10 más ricos acumularon 540.000 millones de dólares entre el 18 de marzo y el 31 de diciembre de 2020. Ese monto, dice Oxfam, “podría servir para tener una  vacuna para todo el mundo o incluso para que nadie caiga en la pobreza durante el tiempo de la pandemia, así que la escala de la diferencia es extraordinaria».

“Numerosos gobiernos están alimentando esta crisis de desigualdad al conceder enormes beneficios fiscales a las grandes empresas y las personas ricas», dice Oxfam

Tan extraordinaria como esas cifras que inquietan a pocos, al parecer. En el mundo, la esperanza de vida en las comunidades pobres oscila entre 10 y 20 años menos que en las zonas prósperas. Mientras Corea del Sur lucha contra la desigualdad con la suba del salario mínimo y de la inversión en sanidad y en educación, al igual que Nueva Zelanda, Argentina llama aporte solidario a un impuesto a las grandes fortunas, que desincentiva la inversión, la creación de empleo y el ahorro en moneda nacional, e insiste en achatar a su clase media con más gravámenes que alicientes.

¿Quitarles a los más ricos para darles a los más pobres al estilo Robin Hood? “Numerosos gobiernos están alimentando esta crisis de desigualdad al conceder enormes beneficios fiscales a las grandes empresas y las personas ricas mientras siguen sin financiar adecuadamente servicios públicos básicos, como la salud y la educación”, observa Oxfam. Casi la mitad de las personas vive con menos de 5,50 dólares por día. El uno por ciento más rico posee más del doble que 6.900 millones de personas. Números, no más, de un mundo lleno de burbujas por la pandemia. Burbujas no siempre transparentes.

Jorge Elías

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