Todo tiempo pasado parece mejor

El dogma de la ultraderecha consiste en mirar el futuro con nostalgia, como si se tratara de una vuelta a aquello que ni siquiera vivimos




En sintonía: Bolsonaro, Milei y Trump
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Decía un periodista español que los programas de la ultraderecha populista son a la política lo que las croquetas de una madre son a la cocina. Titulaba su artículo con letra de tango: “Votar con el alma aferrada a un dulce recuerdo”. Y afirmaba que aquel recuerdo, “de una manera sencilla, nos devuelve a un pasado feliz y simple”, en el que “no había tantos problemas”. Como la canción Take me back, de Van Morrison: “Oh, recuerdo, cuando la vida tenía más sentido”. Éramos chicos o, quizá, no habíamos nacido. A la distancia, todo tiempo pasado parece mejor. ¿Lo fue, en realidad?

La política que recordamos, vedada por dictaduras militares en algunos países como los del Cono Sur, era bipartidista. Portugal seguía atado a ese esquema desde la Revolución de los Claveles, en 1974, hasta las elecciones del 10 de marzo. El ascenso de Chega! (¡Basta!) quebró la rutina. En apenas dos años, el partido ultraderechista fundado en 2019 por André Ventura, primo hermano de Vox, en España, cuadruplicó sus escaños en la Asamblea de la República. Le quitó votos a los conservadores y los liberales tradicionales con su prédica sobre un pasado mejor frente a un futuro incierto. Su lema, “Portugal necesita una limpieza”, remite al descontento.

La pandemia del malhumor no respeta fronteras. El presidente de Argentina, Javier Milei, dijo antes de asumir el cargo: “Hoy volvemos a abrazar las ideas de Alberdi. De nuestros padres fundadores, que hicieron que en 35 años pasáramos de ser un país de bárbaros a ser potencia”. Juan Bautista Alberdi nació en 1810, después de la Revolución de Mayo, y murió en 1884, cuando el presidente Julio Argentino Roca promulgaba la histórica Ley 1420 de educación común, gratuita y obligatoria. La bendición de Donald Trump a Milei, “Make Argentina Great Again”, resume todo en una sola palabra: again. El eslogan MAGA solo cambia Argentina por América sin tilde.

Ese fenómeno, así como el uso y el abuso de la palabra libertad en los nombres de los partidos de la ultraderecha, como el Partido de la Libertad de Austria, de Jörg Haider, y su homónimo de los Países Bajos, insiste en un lema. El del Brexit: “Let’s Take Back Control”. No se trata de tomar el poder, sino de recuperarlo. Back (atrás) como again (de nuevo) refiere al pasado. Siempre mejor. En palabras del excandidato presidencial francés Éric Zemmour, “para que Francia siga siendo Francia”. Un país en el que las banlieues, suburbios de las grandes ciudades, eran un edén cuando era niño. No un polvorín como ocurre desde 2005.

En sociedades polarizadas como las del siglo XXI, las ideologías recobraron vigor, más allá de que sean alentadas por extremos populistas en una suerte de actualización de las teorías dogmáticas del liberalismo y del marxismo

La memoria sentimental se codea con el bienestar pretérito. El de los aromas de la cocina o el de la tranquilidad del barrio. Tiempos edulcorados con una grandeza pretérita que la ultraderecha se propone rescatar a golpes de redes sociales en un mundo diferente y diverso de frases cortas e imágenes impactantes. Alternativa por Alemania, tildado de neonazi, cuenta con el apoyo del 20 por ciento de los votantes alemanes al igual que los socialdemócratas del canciller Olaf Scholz. ¿Por qué atrae tanto a la ultraderecha como a la izquierda? No porque sienta nostalgia de Hitler, aducen los suyos, sino porque ve peligrar la identidad nacional frente al avance de la inmigración.

Eso que llama despertar social tiene un vértice. El partido Hermanos de Italia de la primera ministra Giorgia Meloni, la primera mujer en la historia al frente del gobierno de ese país, abrazó el eslogan «Dios, patria y familia». Copia de los fascistas de la década del treinta del siglo XX que arropaban a Mussolini. La frase viene de Cicerón: “Pro Aris et Focis”. Del latín, “para el hogar”. Otra vez, la defensa de la tradición, la cultura, la identidad y la pertenencia. Proclama parecida a la de la oposición chilena, encarnada en José Antonio Kast, frente al gobierno de Gabriel Boric, con su rechazo a la inseguridad rampante, la inmigración irregular y el declive económico.

El sociólogo norteamericano Daniel Bell, profesor emérito de la Universidad de Harvard, sostenía en 1960 en su libro El final de la ideología que las visiones totalitarias de derecha y de izquierda habían perdido sentido. En sociedades polarizadas como las del siglo XXI, las ideologías recobraron vigor, más allá de que sean alentadas por extremos populistas en una suerte de actualización de las teorías dogmáticas del liberalismo y del marxismo. Extremos que se unieron ahora según las conveniencias políticas. Sin necesidad de invocar a Adam Smith o Karl Marx.

Un síntoma del descontento y, a su vez, de la reconfiguración del mapa político con la inmolación de la derecha básica. El odio de Jair Bolsonaro en Brasil, derrotado por escaso margen por Luiz Inácio Lula da Silva, tuvo como correlato una rebelión popular similar a la de los muchachos trumpistas contra la asunción de Joe Biden. Ambos berrinches marcan una época de extremos. En el medio, el Partido de la Social Democracia Brasileña (PSDB) de Fernando Henrique Cardoso quedó hecho trizas, así como en Portugal el Partido Socialista tras la renuncia del primer ministro António Costa, envuelto en un escándalo de corrupción. Señales de una era en la cual lo urgente se impone a lo importante, caso Bukele en El Salvador. Con olor a croquetas.

Jorge Elías

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