Castillos de arena
Los ejércitos no combaten contra ejércitos, sino contra fuerzas militares que, a veces, son más poderosas que ellos mismos En la biblioteca de su casa de campo de las afueras de Londres, Tony Blair se sentó en la alfombra y, en mangas de camisa, desplegó entre sus piernas un mapa de Medio Oriente. Estaba por emprender un viaje a la región más conflictiva del planeta. A su lado, Bill Clinton procuraba orientarlo sobre el derrotero y, en cada sitio en el que detenía el índice de su mano hábil, la izquierda, sobre las personas que debía ver. Testigo de ello, Fernando Henrique Cardoso, aún presidente de Brasil, concibió la idea de que su par de los Estados Unidos, comprometido como nadie en el proceso de paz durante sus ocho años de gestión, fuera el secretario general de las Naciones Unidas después de Kofi Annan. En eso quedó la idea: en nada. George W. Bush, el día y la noche con su antecesor en la visión de Medio Oriente, no iba a apoyarla. Era descabellada, en (leer más)