En el alma sólo tengo soledad
De Salamanca a Mar del Plata, no pocos presidentes están abrumados por el exceso de tiempo que pasan en el exterior En el fondo, todo presidente está solo y espera. Espera, siempre, una retribución por su labor. Un premio. En apariencia, un premio más claro en democracias consolidadas: que su obra figure en los libros de historia y que su vida útil no termine al final de la gestión. En apariencia, también, un premio menos claro en democracias no consolidadas: que su obra figure en los libros contables y que su vida útil tampoco termine al final de la gestión. Que la gestión nunca termine, en realidad. ¿Por qué, si no, algunos presidentes latinoamericanos, mimados por altos índices de adhesión, cambian de pronto las reglas de juego, de modo de reincidir con un segundo o tercer mandato no previsto inicialmente? Porque se sienten imprescindibles, tal vez. ¿Lo son? Hasta Alberto Fujimori, símbolo de una era de corrupción, mentiras y videos en Perú, amenazó con un pronto retorno. No al país, del cual huyó a Japón, (leer más)