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Nahuel Gallo, cabo primero de la Gendarmería Nacional Argentina, está detenido en Venezuela desde el 8 de diciembre porque, según el ministro de Relaciones Interiores, Justicia y Paz de ese país, Diosdado Cabello, “venía a cumplir una misión”. Nada menos que, acaso al estilo Rambo, liberar a los seis opositores refugiados desde el 26 de marzo en la embajada argentina en Caracas, sin agua ni luz y bajo el asedio de francotiradores. Uno de ellos, Fernando Martínez Mottola, negociador del expresidente encargado Juan Guaidó, decidió volver a su casa. Insólito: tardó nueve meses en admitir sus diferencias con los otros cinco.
En esa madeja, el régimen de Nicolás Maduro y el gobierno de Javier Milei confrontan en las redes sociales con acusaciones y réplicas de todo calibre. Cabello emprende la embestida desde su programa de televisión, Con el mazo dando. La ministra del Interior de Argentina, Patricia Bullrich, responde con un tono parecido al de las peleas de barrio. Para empeorar las cosas, la vicepresidenta Victoria Villarroel, enfrentada con Milei, tuiteó: «Lo que está ocurriendo es una consecuencia tristemente obvia. Pero como no soy del área de seguridad no opino de las sanciones o acciones que se deberían tomar». Luego borró el mensaje.
El mensaje, lejos de contribuir a la liberación de Gallo, alimenta las sospechas sobre la posibilidad de que, como dijo Cabello, sea un “agente especial” de un equipo coordinado por Iván Simonovis, excomisario disidente que vive en el exilio. Cargo sin pruebas de un presunto “plan terrorista”, como tampoco existen pruebas de que Maduro haya ganado las elecciones del 28 de julio. Por esa farsa, el presidente electo, Edmundo González Urrutia, está exiliado en Madrid y la candidata proscripta, María Corina Machado, vive en las sombras para no correr la suerte de los 2.400 detenidos desde esa fecha.
Puro fogueo interno, para los suyos, mientras se aproxima el 10 de enero, fecha en la que González Urrutia debería asumir la presidencia
Gallo, preso en una base de inteligencia de Táchira, límite con Colombia, “fue a ver a su novia, a su hijo, a su familia en su tiempo de licencia anual”, según la ministra Bullrich. En sus diatribas, Cabello mencionó a Milagro Sala, “una persona muy cercana al gobierno de Venezuela presa en Argentina”, así como al exvicepresidente ecuatoriano Jorge Glas, detenido en Guayaquil. Ambos, enrolados en el llamado eje bolivariano, purgan en prisión por corrupción.
El canciller colombiano, Luis Gilberto Murillo, deslizó la hipótesis de que el régimen de Maduro buscaría un canje por ellos de Gallo y los refugiados en la embajada argentina. Otro delirio, como si se tratara de prisioneros de guerra.
Toda política es local, como dejó dicho el legislador demócrata Tip O’Neill, presidente de la Cámara de Representantes de Estados Unidos.
Maduro, aupado por Rusia, China, Irán, Nicaragua y Cuba, entre otros, procura continuar en el Palacio de Miraflores.
Milei, enfrentado con su vicepresidenta, dispara munición oral contra el “dictador criminal” por el “secuestro ilegal” de Gallo.
Puro fogueo interno, para los suyos, mientras se aproxima el 10 de enero, fecha en la que González Urrutia debería asumir la presidencia, y el 20 de ese mes, cuando Donald Trump regrese con ínfulas de autócrata a la Casa Blanca para echar de su país a los indocumentados perseguidos, casualmente, por el régimen bolivariano y otras dictaduras de la región.
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