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Política

El general Desconcierto y el mayor Sigilo

Resuelta dentro de la democracia, la crisis argentina refleja el peligro que representa la desatención de los problemas sociales Lejos estaba Fernando de la Rúa de pensar que su visita a Asunción, el lunes 15 de mayo de 2000, iba a ser el preludio de un intento de golpe militar. El más cruento y cercano. En la misma semana del encuentro con su par paraguayo, Luis González Macchi, con el cual pretendía recomponer la relación bilateral, maltrecha por el cortocircuito que había ocasionado el asilo de Lino Oviedo en la Argentina, como correlato del asesinato del vicepresidente Luis María Argaña, y su fuga, en la víspera del final de la gestión de Carlos Menem, después de haberse sometido a primorosas sesiones de lifting y entretejido. Lejos estaba De la Rúa de pensar, también, que sus reflexiones en un almuerzo con empresarios iban a convertirse en un boomerang: «Cuanto más se desatienden los problemas sociales, más graves se vuelven –dijo–. En la Argentina hay problemas sociales, como en toda la región, pero no hay peligro de (leer más)

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Política

Cuando ya me empiece a quedar solo

Vino a echar luz Fidel Castro. De nuevo. Sin él, los participantes del X Encuentro del Foro de San Pablo, realizado en La Habana, se habrían privado del diagnóstico más preciso, y más sagaz, de la crisis argentina: «Es que todavía existe una ficción de que hay un presidente», dijo, irónico. O burlón. Con el tono de aquel que celebra el quebranto ajeno para atenuar, o disimular, el propio. Propio de Castro, digamos. De la rima consonante con la cual, en un discurso de apenas cinco horas y cinco minutos, prodigó sus mejores deseos para la tierra del Che: «¿Hay que soplar? –dijo–. No hay que soplar. Eso se derrumba. Eso no tiene remedio. Es insostenible». Y echó más luz aún. O leña: «Ya el neoliberalismo los había liquidado y la crisis los hizo picadillo». Gracias, Fidel. Un amigo. De esos que siempre están. Sobre todo, en los peores momentos, tendiendo su mano franca y su consejo acertado. Sin interés, como la deuda que Cuba no paga a la Argentina. O, como durante la dictadura (leer más)

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Política

Dos conflictos en un instante

Derrotado el régimen talibán, Arafat está en la disyuntiva entre convalidar la política de Sharon o combatir el terrorismo Tropezó el chico y lanzó un alarido; la montaña tosió un sonido casi idéntico. Gritó de nuevo y, de nuevo, estalló la réplica. Casi idéntica. Pero, a la vez, más ruidosa, menos clara, disipándose en réplicas sucesivas hasta la hondura del silencio. El chico miró a su padre, asombrado. ¿Qué era aquello? El eco, hijo. O, acaso, la vida misma. Que devuelve todo lo que uno dice o hace. En el eco del silencio, o de la indiferencia, ha caído Yasser Arafat, tosiendo impotencia frente a las réplicas, y las advertencias, de Ariel Sharon. Con el inconcebible récord mutuo de poco menos de 1000 muertos, palestinos en su mayoría, en poco más de 14 meses. Los muertos y los meses de la renovada intifada (sublevación), desde el 28 de septiembre de 2000, como grabado de la lápida bajo la cual descansan los restos del acuerdo de paz de Oslo, rubricado el 13 de septiembre de 1993 (leer más)

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La mitad partida por la mitad

Hasta poco antes de los atentados, Washington creía que el régimen talibán era el apropiado para preservar sus intereses Cualquier parecido con la realidad no es más que una coincidencia. Pura casualidad. O, acaso, mera travesura de la imaginación: «Volveremos a ser amantes bajo el sol de Acapulco / o a la orilla de una barricada / incendiada en la Frontera de Gaza. / Si no tomaré por asalto un 747 / en dirección opuesta a los horizontes / me coronarán mina terrorista / y volaremos entre el humo colorado de una explosión / así recogerían nuestros pedazos / y volveríamos a la madera / como cuerda de guitarra. / Hundida en el mar». ¿Apología de los atentados? Tarek William Saab, presidente de la Comisión de Política Exterior de la Asamblea Nacional de Venezuela, no tomó por asalto un 747 en dirección opuesta a los horizontes, ni se coronó mina terrorista, ni voló entre el humo colorado de una explosión. Sólo escribió el poema, titulado Al Fatah, una década antes del espanto, reunido ahora en (leer más)