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En los primeros seis meses de gestión del presidente Javier Milei, el 37 % de las agresiones contra periodistas provino del gobierno, según el Foro de Periodismo Argentino (Fopea). “La mayoría, agrega el informe, fue hecha por el propio presidente de la Nación”. Un récord y una paradoja. Aquello que era atribuido a los sucesivos gobiernos de Néstor y Cristina Kirchner, con su tirria hacia la prensa tradicional, giró a la derecha, si ellos eran de izquierda, con epítetos corregidos y aumentados sin más pruebas que los latigazos presidenciales. Palabra mayor desvalorizada por el intento de domesticar voces críticas.
Eso también ocurría con los Kirchner y sus ministros, cómodos con periodistas convertidos en propagandistas y medios de comunicación afines que, nobleza obliga, eran premiados con la pauta de publicidad oficial, ahora suspendida. ¿Qué gana Milei con la hostilidad mientras sume al periodismo en la deslegitimación? Tiempo y distracción frente a una sociedad doblegada desde la crisis de 2001. En apenas dos semanas, Milei atacó a 33 periodistas y 12 medios de comunicación. Otro récord: 45, en total, acusados de “ensobrados”, “pauteros”, “esbirros manipuladores” y “cómplices de los verdaderos violentos”, entre otras groserías.
Desde Maquiavelo, “todos ven lo que aparentas; pocos advierten lo que eres”. En esa disyuntiva se encontraba Barack Obama durante su primer período presidencial. Le preocupaba que su gobierno fuera percibido como “una amenaza”. Quienes pensaban de ese modo, infería, “ignoran que, en una democracia, todos somos el gobierno’’. Transcurría la primera década del siglo XXI. En Estados Unidos, observaba el escritor Paul Auster, “hay una especie de guerra civil, no con balas, sino con palabras e ideas, que se agrava; pensé que acabaría al irse Bush, pero ahora la división parece mayor”. Aumentó aún más con Donald Trump.
Catorce años después, en Argentina, Milei subió al ring a los periodistas, con nombre y apellido, y a los medios de comunicación a falta de una oposición política consolidada. Le resultó fácil usar y abusar de la red social X para despacharse con insultos destemplados en primera persona o con reposteos de influencers que, bajo el manto de nombres de fantasía, forman fila para cometer el asesinato de una reputación (character assassination, en inglés) con amenazas, escraches y hostigamientos. Aprovechó el descrédito del periodismo en general. La escuela de Trump y de otros autócratas alistó a un fiel discípulo.
“En los últimos meses se ha instalado en Argentina la persecución de la crítica”, expone Amnistía Internacional en una presentación ante la Comisión Interamericana de Derechos Humanos
El periodismo no está a la altura para responder los ataques porque no ocupa el rol de un partido político frente a un presidente que, curiosamente, cosechó votos con su discurso antipolítico desde sus comienzos como panelista agresivo en un programa de televisión. Era un postureo, no más. Desde que ganó las elecciones en 2023 no hizo más que apostar a revertir en el Congreso el complejo de inferioridad numérica de La Libertad Avanza, su partido, en las de 2025. Y, mientras tanto, pasa la gorra por votos de legisladores a los cuales, al mismo tiempo, insulta. Raro equilibrio de poder y de poderes.
Esa búsqueda permanente de culpables, inclusive dentro de sus propias filas, de las cuales eyectó a más de 50 funcionarios en poco más de medio año de gestión, refleja el caballo sobre el cual cabalga su presunta batalla cultural. “En los últimos meses se ha instalado en Argentina la persecución de la crítica”, expone Amnistía Internacional en una presentación ante la Comisión Interamericana de Derechos Humanos por el deterioro del ejercicio de la libertad de expresión. Tema serio en una geografía extensa, salpicada de desiertos informativos por las condiciones limitadas para ejercer el periodismo.
Un problema estructural que, en la agenda gubernamental, se codea con banalidades, como la cantidad de perros de Milei, a los cuales llama “hijitos de cuatro patas”. ¿Son cuatro o cinco, incorporado el mastín inglés Conan, fallecido en 2017 y después clonado? Esa duda trivial llevó a Milei a fastidiarse y a su vocero, Manuel Adorni, a responder en una conferencia de prensa: “Si el presidente dice que hay cinco perros, hay cinco perros y se terminó”. Su pregunta molesta, quiso decir. Nada que envidiarles a los Kirchner, Evo Morales, Rafael Correa y Hugo Chávez, entre otros presidentes del arco opuesto que no vacilaron en reprender y ridiculizar a periodistas en público.
En una democracia, insistía Obama, “se puede discrepar sin necesidad de demonizar a la persona con la que uno disiente y se pueden poner en duda sus juicios sin necesidad de cuestionar sus motivos o su patriotismo”. La tendencia a descalificar al otro por disentir incrementa la tensión y la polarización. ¿Cómo evitarla? Obama les propuso a los suyos: “Si solo leen los editoriales de The New York Times, traten de leer de vez en cuando los de The Wall Street Journal. Les pueden hacer hervir la sangre, pero no van a cambiar su forma de pensar”. Tampoco Milei con diatribas en las cuales mete a todos los periodistas en la misma bolsa y, como los Kirchner y compañía, elige a sus interlocutores. Dóciles, proclives a la autocensura.
https://reporteasia.com/opinion/2024/08/31/javier-milei-asesinato-reputacion/