La larga sombra de Irán

La sorpresiva y brutal incursión de Hamas en Israel, apoyada por Hezbollah desde Líbano, tiene como objetivo aislar a Israel dinamitando el acuerdo con Arabia Saudita




Consternación tras el comienzo de otra guerra
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Cuenta Ruth Margalit, columnista de la revista The New Yorker, que sus dos hijos entraron en su habitación a eso de las siete de la mañana y se acurrucaron en la cama con los ojos llorosos. Sonaban las sirenas. “Nos metimos en las escaleras de nuestro edificio, nuestro espacio seguro a falta de cualquier otro en esta antigua zona de Tel Aviv, continúa.

Algunos vecinos estaban allí, en pijama, “sonriendo torpemente”. Luego pispearon las pantallas de sus teléfonos y comprobaron que no había motivo para sonrisa alguna. Cincuenta años y un día después de la guerra de Yom Kipur, la milicia islamista Hamas había lanzado un ataque terrorista sin precedente por aire, por tierra y por mar contra Israel. Era Simjat Torá, uno de los días más alegres del calendario judío.

Hamas justificó la operación como una defensa de la Mezquita de Al-Aqsa. Un lugar sagrado para musulmanes y judíos en Tierra Santa. Como dijo alguna vez David Ben Gurion, padre del Estado judío y del laborismo, Israel paga caro su “exceso de historia”. En la ciudad vieja de Jerusalén, eternamente disputada, convergen las piedras basales de las tres grandes religiones monoteístas: el Muro de los Lamentos, la Cúpula de la Roca desde la cual Mahoma subió al cielo y el Santo Sepulcro.

Las incursiones de Hamas han sido frecuentes desde que ganó las elecciones de 2006 en la Franja de Gaza, pero nunca habían tenido esta envergadura. ¿Qué falló? La inteligencia israelí, coincide la mayoría, convencida de que no previó que Hamas iba a exponerse a otro estallido violento como el de la primavera de 2021. El estado de guerra declarado por el primer ministro israelí, Benjamin Netanyahu, escaló pronto en el sur de Líbano.

Israel debió repeler en esa frontera ataques de Hezbollah, aliado de Hamas. Dos frentes y uno más, Cisjordania, donde el sempiterno presidente de la Autoridad Palestina, Mahmud Abbas, separado política y geográficamente de la Franja de Gaza, bendijo la brutal incursión de Hamas. La muralla que separa a Cisjordania de Israel no fue obstáculo este verano para los cohetes lanzados por primera vez desde el campo de refugiados de Jenin en respuesta al aliento de Netanyahu a la expansión de las colonias.

Detrás de los tres frentes campea la sombra de Irán, financista de Hamas y de Hezbollah, renuente a la posibilidad de que Arabia Saudita, su otro archienemigo regional, suscriba con Israel los Acuerdos de Abraham, como ocurrió con Emiratos Árabes Unidos, Bahréin, Marruecos y Sudán bajo el padrinazgo de Donald Trump, encargado de la mudanza de la embajada de Estados Unidos de Tel Aviv a Jerusalén.

El objetivo era obligar a los países musulmanes a apoyar la causa palestina y congelar sus relaciones con Israel

La despiadada embestida de Hamas contra civiles y la colaboración de Hezbollah tuvieron como finalidad dinamitar ese pacto entre Netanyahu, empeñado en concentrar la suma del poder público en Israel, y el controvertido príncipe heredero Mohamed bin Salmán, impune tras el asesinato del periodista Jamal Khashoggi, crítico de la monarquía, en el consulado de Arabia Saudita en Estambul.

La Organización para la Cooperación Islámica, bloque de 57 países que incluye a Irán y Arabia Saudita, condenó la agresión militar israelí. Ese era el objetivo: obligar a los países musulmanes a apoyar la causa palestina y, de escalar aún más el conflicto, congelar sus relaciones con Israel. El aislamiento como represalia frente al derecho de defensa, más allá de los excesos cometidos en un territorio sin paz que nunca pudo enhebrar la creación de dos Estados prevista en los Acuerdos de Oslo de 1994.

Un año antes, Israel había convenido la retirada de la Franja de Gaza y de Cisjordania, de modo de facilitar el diálogo con Palestina. El primer ministro Yitzhak Rabin no se animó: quiso evitar un enfrentamiento con los colonos judíos. Ese año, curiosamente, aumentaron tanto la construcción como la inmigración en los territorios ocupados durante la guerra de 1967. Eran los días del proceso de paz de Oslo y eran, también, las vísperas del histórico apretón de manos entre Rabin y Yasser Arafat frente a Bill Clinton, juez y parte en el conflicto.

Cuatro hombres y una mujer norteamericanos que estuvieron en prisión durante varios años en Irán fueron liberados después de que Estados Unidos descongelara 6.000 millones de dólares

Los odios no son solo contra los otros, sino también contra sí mismos. En 2005 presencié como periodista el éxodo de 7.000 colonos judíos de la Franja de Gaza, dispuesto por el entonces primer ministro israelí, Ariel Sharon. La partida de las tropas israelíes fue tan caótica como la de los civiles, atrincherados en las casas y las sinagogas. Desde los techos arrojaban ácido a los soldados mientras llovían disparos de morteros de los palestinos.  Al año siguiente, Hamas ganó las elecciones y rompió lanzas con la otra cara de la Autoridad Palestina, Al Fatah, fuerte en Cisjordania. En 2007, la guerra entre ambas facciones se saldó con 700 muertos.

La división, llamada desconexión por Sharon, malograba el anhelo israelí de tener un país más grande, pero facilitaba la creación de un Estado limítrofe, Palestina, que prometía mitigar el rechazo a la existencia de Israel. Oslo murió como Rabin: asesinado. La eventual normalización de las relaciones de Israel con países de mayoría sunita (seguidores de los primeros califas sucesores de Mahoma), como Arabia Saudita, deja en desventaja a Irán, de mayoría chiita (fieles a los parientes del profeta, como su primo y yerno Alí).

La retirada precedida de violencia también se dio en 2000, cuando Israel abandonó el sur de Líbano y dejó a su merced a los colonos judíos frente a los disparos de Hezbollah. Esta vez, en un contexto global diferente marcado por la guerra contra Ucrania, Irán no quiere que Arabia Saudita, guardián de los lugares sagrados del islam de La Meca y Medina, cobre relevancia y divida aún más al mundo musulmán. Rusia también se opone al acuerdo auspiciado por Estados Unidos. Varios países árabes se solidarizaron con el gobierno de Volodomir Zelenski frente a la invasión ordenada por Vladimir Putin.

En septiembre, cuatro hombres y una mujer norteamericanos con ciudadanía iraní que estuvieron en prisión durante varios años en Irán fueron liberados después de que Estados Unidos descongelara 6.000 millones de dólares de fondos iraníes retenidos en Corea del Sur. Era dinero proveniente del petróleo que quedó retenido por las sanciones dictadas por gobierno de Trump tras desactivar el acuerdo nuclear con Irán. En el canje medió Qatar. Motivo de críticas de los precandidatos presidenciales republicanos contra Joe Biden por haberlo permitido. Entre ellos, Trump.

Caldo de cultivo de la barbarie de Hamas contra Israel, con drones y tecnología aparentemente cedidos por Rusia, fue también el frente interno

Poca gracia le ha causado al régimen de los ayatolás que Narges Mohammadi, encarcelada en el penal de Evin, en Teherán, por su lucha contra la opresión de las mujeres, haya sido premiada con el Nobel de la Paz un día antes de la masacre. Las protestas por la muerte de Mahsa Amini, la joven que estuvo tres días bajo arresto por la policía de la moral acusada de no llevar debidamente el velo islámico, se cobraron más de 100 muertes y de 1.500 detenidos en Irán.

Caldo de cultivo de la barbarie de Hamas contra Israel, con drones y tecnología aparentemente cedidos por Rusia, fue también el frente interno, debilitado por el rechazo popular a los avances de los conservadores y religiosos extremos aupados por Netanyahu en su afán de limar instituciones democráticas, como la Corte Suprema. La confianza en la Cúpula de Hierro, capaz de interceptar los cohetes lanzados por Hamas antes de que alcancen sus objetivos en territorio israelí, se desvaneció en medio de la tragedia.

“No puede ser una coincidencia que esta operación se haya lanzado cuando Israel ha estado experimentando su peor conflicto cívico en años, con la campaña del gobierno para reformar el Poder Judicial, intentos que han sido respondidos con concentraciones masivas y furia pública”, evalúa la periodista Margalit, preocupada por la suerte de los rehenes civiles. En 2011, el soldado israelí Gilad Shalit fue liberado después de cinco años de cautiverio a cambio de más de mil prisioneros, principalmente palestinos.

Jorge Elías

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