Tarjeta roja para los jóvenes

¿Por qué será que el 84 por ciento de los jóvenes argentinos siente preocupación, miedo, desconfianza y, si pudiera, emigraría?




Apocalipsis XXI | Martín Dinatale, 2021
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A veces, el orden de los factores puede alterar el producto. Y el producto, acaso el resultado, termina siendo devastador: ocho de cada 10 argentinos menores de 25 años ven el futuro con preocupación, miedo y desconfianza, razón por la cual no dudarían en emigrar si tuvieran ocasión, según el relevamiento ¿Qué piensan los jóvenes en la Argentina?, de la consultora Taquion. Tarjeta roja para los jóvenes en un país de inmigrantes que comenzó a ser un imán para los extranjeros en 1880 y, casi un siglo y medio después, irradia kriptonita a sus descendientes.

Ese país, en el cual se creó y se recreó la saga de Amores inmigrantes, recopilados por la periodista Diana Arias, la mayoría de los empadronados de la llamada  Generación Millennial “ve que las oportunidades de desarrollo y trabajo se esfuman” y que el futuro “tiene más puntos negativos que positivos”. La frustración parece ser hereditaria. Anida hace desde añares en los mayores. La pandemia vino a agravar la situación: hizo caer los ingresos de más de la mitad de los enrolados en la Generación X, la de los nacidos entre 1965 y 1980, y de la anterior, la de los baby boomers, nacidos entre 1946 y 1964.

No sólo ocurre en Argentina. Lo cual no es consuelo. El español del año 2050 “posiblemente sea autónomo o sin contrato fijo, trabaje hasta los 70, no tenga casa propia, recurra al tren para viajar distancias cortas y, si bebe o fuma, deba pagar más impuestos”, prevé el gobierno de Pedro Sánchez. En lo inmediato, seis de cada 10 españoles de 15 a 29 años “opina que es altamente probable que empeore la situación económica en los próximos años” y que decaigan “las oportunidades laborales y de futuro especialmente para ellos”, revela una investigación de la Fundación Pfizer y Fad.

Una decepción no sólo para los jóvenes, sino también, y especialmente, para aquellos que tenemos más pasado que futuro

El confinamiento en Argentina durante 2020, prolongado en 2021, dio en la frente de una generación hiperconectada, la Z o de los centennials, nacidos entre 1996 y 2010, impedida de asistir a clases. El mundo virtual profundizó una brecha. La de la desigualdad en un país con el 42 por ciento de pobreza o más en el cual ese azote, aprovechado por sectores políticos inescrupulosos para captar votos a expensas de las ayudas estatales, determina que seis de cada 10 menores coman mal y salteado, y que la meta que alienta la cúpula no sea la dignidad del trabajo, sino otra urgencia. La de subsistir.

Si en Estados Unidos la nueva normalidad se debe al plan masivo de vacunación, los jóvenes de América latina, con protestas masivas en Chile, Colombia y Perú, aún no vislumbran cuándo saldrán del pozo. La pusilánime aplicación de vacunas a los amigos del poder, como ocurrió en Argentina y en otros países, no ha sido sancionada. La renuncia de ministros y afines no devuelve la vida ni la salud a las personas mayores ni a los médicos, los enfermeros y aquellos que ponen el pecho frente a la emergencia. Hemos naturalizado los recuentos de contagios y muertes por COVID-19 como los resultados de los partidos de fútbol.

En 2020, la mitad de los jóvenes de 18 a 29 años de todo el mundo volvió a residir con uno o dos de sus padres, según datos del Pew Research Center. Un dilema que existía antes de la crisis sanitaria global, pero refleja ahora las dolorosas tasas de desempleo, el cataclismo de la clase media y el derrumbe del consumo. Inclusive, entre los graduados universitarios. El salto al vacío niveló hacia abajo, con salarios deprimidos y ofertas de superación escasas. El aumento de la precariedad frente a la mediocridad gubernamental lleva a los centennials argentinos a confiar más en las organizaciones sociales que en las instituciones.

Una decepción no sólo para los jóvenes, sino también, y especialmente, para aquellos que tenemos más pasado que futuro. Así como la canciller alemana Angela Merkel “entiende” la frustración de los jóvenes por el ritmo lento de los esfuerzos para combatir el cambio climático, otros también “entienden” esa realidad paralela en la cual están dispuestos a subvertir el orden de los factores y alterar el producto, acaso el resultado, de una realidad que apremia y trastabilla cuando se conjuga un verbo en futuro perfecto o imperfecto. Futuro, al fin.

Jorge Elías

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