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El histórico acuerdo entre Irán y el G5 + 1 responde al nuevo mapa global, marcado por la caída del precio del petróleo, el avance del EI y la creación de una fuerza militar árabe conjunta
En la fachada del hotel Beau Rivage Palace, de Lausana, Suiza, hay un enorme tablero de ajedrez. Sus trebejos brillan más que los rostros de los ministros de Exteriores que participaron durante una semana larga del cónclave entre Irán y el G5 + 1 (Estados Unidos, Reino Unido, Francia, Rusia, China y Alemania) sobre el programa nuclear iraní. El acuerdo, alcanzado dos días después del plazo fijado tras 15 meses de negociaciones, llevó al presidente de Irán, Hassan Rouhani, a celebrarlo por Twitter: “Alcanzadas soluciones en los parámetros clave en el caso nuclear de Irán. La redacción del borrador empezará de inmediato para finalizar el 30 de junio”.
Eran “buenas noticias”, como también escribió la jefa de la diplomacia europea, Federica Mogherini, al tiempo que el secretario de Estado norteamericano, John Kerry, no se quedaba atrás: «A volver al trabajo pronto para trabajar en un acuerdo final». Menos el primer ministro de Israel, Benjamin Netanyahu, todos respiraron aliviados por Twitter. El pacto, después de muchos años de tira y afloje, no es antojadizo. Coincide con varios factores: la caída del precio del petróleo; la expansión del grupo sunita Estado Islámico (EI); la creación de una fuerza militar árabe conjunta, y la incursión de Arabia Saudita en Yemen para restituir al presidente Abd Rabbuh Mansur al-Hadi, depuesto por los rebeldes chiitas.
No son datos menores para Irán, así como tampoco lo son para los Estados Unidos. De no firmar la pipa de la paz y levantar las sanciones, Barack Obama poco y nada iba a poder hacer si el Congreso de su país, dominado por los republicanos, afilaba las uñas y bloqueaba las negociaciones, cuya siguiente etapa concluirá el 30 de junio con el acuerdo final. La cuenta regresiva terminaba el 13 de abril, día de regreso de los congresistas de sus vacaciones. Los republicanos, antes de hacer las maletas, se dejaron persuadir por el primer ministro Netanyahu, renuente a negociar con Irán.
Netanyahu, reelegido días después de su controvertido discurso en el Capitolio, hizo cálculos. Los senadores norteamericanos, sus anfitriones, ocupan sus bancas durante seis años y pueden ser reelegidos infinidad de veces. El presidente tiene un límite: Obama, disgustado con su intervención, promedia su segundo y último mandato. No había mucho que perder, aunque Netanyahu se arriesgara a dar un paso en falso en su propia carrera electoral. Los Estados Unidos habían decidido excluir de su lista de terroristas a Irán y uno de sus ahijados, Hezbollah, partido político y brazo paramilitar del Líbano.
Tanto Israel como Arabia Saudita, de mayoría sunita, rival regional de Irán, de mayoría chiita, temen que las concesiones logradas durante las negociaciones permitan que, a la larga, el régimen de los ayatollah fabrique la bomba nuclear. Los iraníes, según un sondeo de Gallup, no vieron afectada su vida cotidiana por las sanciones de la Organización de las Naciones Unidas (ONU), los Estados Unidos y la Unión Europea. En 2014 hubo un alivio por las negociaciones iniciadas en noviembre de 2013. Irán pudo acceder a miles de millones de dólares confiscados. El temor de la gente a la posibilidad a verse perjudicada cayó de un 62 por ciento en 2013 a un 45 por ciento en 2014.
El descenso del precio del crudo en un 50 por ciento desde junio de 2014 supone por sí mismo un mazazo para la economía iraní. Lo mismo ocurre en Venezuela (obligada a recortar sus envíos de crudo a los 17 países de Petrocaribe y Cuba para enfrentar la crisis), Argelia (también forzada a ajustarse el cinturón con la reducción de las partidas destinadas a inversiones públicas y con recortes en los gastos de funcionamiento de la administración pública, gran proveedora de empleo) y Nigeria (el país más poblado de África, agobiado por la violencia terrorista de Boko Haram, socio del EI). Sus presupuestos dependen de un barril que supere con creces los 100 dólares. Está ahora a mitad de precio.
Irán posee la segunda reserva de petróleo convencional del mundo, pero produce la tercera parte que Arabia Saudita. Los sauditas, con el tiempo y las divisas a su favor, aprovecharon este momento de debilidad de Irán y, con el guiño de los Estados Unidos e Israel, bombardearon Yemen para frenar el avance del movimiento chiita Huti, apadrinado por Irán. La Liga Árabe, a su vez, aprobó la creación de una fuerza militar árabe conjunta de intervención rápida. La propuso su presidente, el mandatario de Egipto, Abdel Fatah al Sisi, ex militar que depuso al gobierno islamista de los Hermanos Musulmanes, también cobijado por Irán.
La vieja aspiración de los países árabes de disponer de una suerte de OTAN resurge en medio del desbarajuste en varios países. En el tránsito, los Estados Unidos combaten contra Irán en Siria y codo a codo con Irán en Irak mientras negocian con Irán en Suiza. Es una partida de ajedrez múltiple en la cual está en juego la posibilidad de arribar a un acuerdo definitivo que les permita a ambos trabajar juntos durante una década o, si no, presenciar la fragmentación de Medio Oriente. Eso no le conviene a nadie. Menos que menos a Israel, salvo que, en el caos de alianzas y porfías, Netanyahu vea con buenos ojos al EI. Cosa que dudo.
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