Afganistán, punto y aparte

El vértigo ya pasó, así como el aniversario del 11 de septiembre, pero Afganistán sigue a merced del régimen talibán




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El 911, número de teléfono de emergencias en Estados Unidos, pasó a ser el símbolo de un aniversario doloroso. El de los atentados del 11 de septiembre de 2001. Veinte años y monedas después hubo otra catástrofe: la caída de Afganistán en manos de la supuesta versión edulcorada del régimen talibán. El mundo pasó página rápidamente, como si se tratara de un episodio más de la segunda temporada de una serie de televisión, mientras decenas de personas intentaban huir del tormento de la sharía (ley islámica). Uno de cada tres afganos no sabe “de dónde saldrá su próxima comida”, dice el secretario general de la ONU, António Guterres.

La odisea empezó a finales de agosto con la fuga del presidente Ashraf Ghani y el retiro de las tropas norteamericanas después de 20 años de ocupación. La consternación de los afganos, en su afán de huir de la inminente opresión, provocó estupor durante unas semanas en la comunidad internacionales. Un rato, en realidad. Después, punto y aparte. O el repaso del fiasco de cuatro presidentes de Estados Unidos, (dos republicanos y dos demócratas), el gasto de miles de millones de dólares y la compilación de miles de soldados y civiles muertos por una causa perdida.

El régimen talibán contó desde 2001 con el guiño nominal de su vecino Pakistán, último escondite de Osama bin Laden, así como, después, de Qatar, sede del Mundial de Fútbol 2022 y dueño del equipo de Lionel Messi, el PSG. En Kabul, los talibanes fueron de puerta en puerta en busca de aquellos que apoyaron al gobierno depuesto o a los invasores extranjeros. Y reprimieron tanto a esos herejes, llamados apóstatas, como a las mujeres, privadas de las libertades que supieron conseguir. Un sistema teológico medieval se instauró de nuevo en el siglo XXI.

Los talibanes excluyeron a las mujeres del gabinete, privaron de educación a las niñas y las docentes e impusieron la interpretación estricta del islam

¿El mundo se olvidó de Afganistán? Parece. Los talibanes excluyeron a las mujeres del gabinete, privaron de la educación a las niñas y las docentes e impusieron la interpretación estricta del islam. El desastre humanitario amenaza a millones de personas, más allá de los envíos diarios de aviones con alimentos y medicinas desde Qatar. Un tercio de la población vive en situación desesperante debido a la sequía, el desplazamiento, la pobreza, el aumento de las hostilidades y el coronavirus. La mayoría de los afganos percibe menos de dos dólares por día. Más de la mitad de los menores de cinco años está expuesta a la desnutrición, según la ONU.

La promesa de la nueva dictadura de no cometer atentados en el exterior se vio recompensada con el reconocimiento de facto de Pakistán, Rusia y China, comprometida a la reconstrucción del país tras los estragos de la guerra a cambio de explotar sus vastos recursos minerales. Una ganga. Occidente retiene las reservas afganas depositadas en sus bancos. El doble rasero de Pakistán, supuesto aliado de Estados Unidos en la lucha contra el terrorismo, quedó al descubierto con la bandera de los talibanes izada en la mezquita más importante de su capital, Islamabad, apenas asumieron el poder.

Durante el gobierno de Donald Trump y el de Joe Biden, por opuestos que sean, cambiaron las prioridades de Estados Unidos

Los sucesivos presidentes norteamericanos desde George W. Bush toleraron esa actitud de Pakistán, ahijado de China, por varias razones: posee armas nucleares, acusa a su enemigo India de ensalzar a grupos separatistas como el Ejército de Liberación de Baluchistán en Afganistán y, desde que estalló la guerra, cedió sus puertos y sus aeródromos para el arribo de contingentes militares de Estados Unidos y de la OTAN. La retribución provino tanto de la ayuda internacional por los servicios prestados como del contrabando, el narcotráfico y los negocios de bienes raíces con los talibanes en Afganistán.

El nido de Al-Qaeda, hostil con su hijo bastardo, el Daesh, ISIS o Estado Islámico, quedó intacto en la rama. La derrota militar y el ensayo de establecer una democracia al estilo occidental en un Estado fallido no tuvieron mejor impacto que la ocupación soviética entre 1979 y 1989 con el fin de plantar una sucursal comunista. Durante el gobierno de Donald Trump y el de Joe Biden, por opuestos que sean, cambiaron las prioridades de Estados Unidos: mirar hacia dentro en lugar de ocuparse de asuntos externos y, en tanto no suene en casa el 911 por crímenes terroristas, enfocarse en la guerra comercial con China y en la pulseada con Rusia.

Lo llaman vuelta al realismo por privilegiar el interés nacional, como ocurría con la pasividad con las dictaduras de todo grupo y factor durante la Guerra Fría, mientras Europa promovía el respeto a los derechos humanos. Estados Unidos clausuró de este modo la era de las intervenciones, a veces humanitarias, otras por motivos de seguridad, en Panamá, Somalia, Libia y dos veces en la ex Yugoslavia e Irak, entre otros países. Algo que no ocurrió durante el genocidio de Ruanda en 1994 ni en otras comarcas acechadas por tragedias de ese calibre. 911: Afganistán, punto y aparte.

Jorge Elías

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