EE.UU. dispone, Brasil propone




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De ser por Barack Obama y sus aliados europeos de la OTAN, el mundo entero debía aislar a Rusia de la economía global en represalia por la anexión de Crimea. Primero, por medio de una resolución de la ONU y, después, por la decisión unánime de los miembros del G-20. En ambos casos, haciendo equilibrio sobre una cuerda delgada, Brasil tomó distancia de los Estados Unidos o, en realidad, mantuvo su independencia de criterio. Sin proponérselo, les aceitó el camino a otros gobiernos que, como el argentino, condenaron a Rusia en el Consejo de Seguridad y, tras un contacto de Vladimir Putin con Cristina Kirchner, se mantuvieron neutrales en la Asamblea General.

Más allá del hecho en sí, la invasión militar de un país a otro y la legitimación de la conquista de parte de su territorio con un referéndum, el gobierno de Dilma Rousseff podía esgrimir especiales razones para sentirse más cómodo con Rusia, su socio del grupo BRICS, que con los Estados Unidos, cuya Agencia de Seguridad Nacional (NSA) espió sus comunicaciones y las de Petrobras. La denuncia de Edward Snowden, anclado desde 2013 en Moscú por la persecución de la justicia norteamericana, pudo haber influido en la posición sobre Crimea, pero, igualmente, Brasil sentó un precedente insoslayable en la salida de eventuales conflictos de esa magnitud.

Pienso en voz alta: ¿sirven las sanciones? Funcionaron con Irán. Fracasaron con Cuba, con Irak y, más recientemente, con Siria. En el caso de Rusia, la mera amenaza de aplicarlas obtuvo como respuesta el acuerdo de Putin con su par chino, Xi Jinping, otro socio del grupo BRICS, para la provisión de gas ruso. En el fondo, nadie quiere deshacerse de los magnates rusos ni recrear la Guerra Fría. No es negocio, al margen del objetable proceder de Rusia en territorios que, como Ucrania, pertenecían a la órbita soviética. Brasil, en su papel no asumido de líder de América del Sur, camina sobre las piedras en esos devaneos. Desde siempre.

O, al menos, según el libro “De Dutra a Lula, La conducción y los determinantes de la política brasileña”, de Octavio Amorim Neto, desde 1946. Ese año asumió “el general Eurico Dutra, afiliado al PSD (de centro derecha)”. Iba a ser sucedido cinco años después por Getulio Vargas. Al margen de las ideologías y de la menguante coyuntura, “la política vis-a-vis con esa superpotencia (Estados Unidos) constituyó el núcleo central de la orientación general de la diplomacia de cada gobierno brasileño, adecuadamente descripto por el grado de convergencia en las votaciones realizadas en la Asamblea General de la ONU”.

La votación en disidencia sobre Crimea en la Asamblea General, como también pudo ser la oposición de México y Chile a la guerra contra Irak en el Consejo de Seguridad, no define una orientación. Los Estados Unidos por sí solos tienen una lista de más de veinte países a los cuales impone sanciones por diversos motivos. En algunos casos son contraproducentes, como el ineficaz bloqueo contra Cuba. El único régimen no democrático de América latina cosecha adhesiones de todo tipo. Entre ellas, la brasileña. Es el efecto contrario al esperado después de cinco décadas de unicato castrista. En su momento hasta Brasil recibió amenazas por su programa nuclear.

Insisto: ¿sirven las sanciones o, acaso, deparan un premio en lugar de un castigo? Putin se salió con la suya en Crimea y en otros territorios de Ucrania; el presidente sirio Bashar al Assad se revalidó a sí mismo en elecciones amañadas mientras continúa una impiadosa guerra civil en la cual usó armas químicas contra su pueblo… Y siguen las firmas. Brasil pudo ser sensato en negarse a convertir a Rusia en un paria internacional, como pretendían Obama y sus aliados. Es un enfoque constructivo eso de no poner gobiernos contra la pared, pero también da pie a los excesos y la represión, como en Venezuela y otras latitudes convulsionadas.

En defensa de su neutralidad, Brasil puede argumentar que los Estados Unidos no sufren sanción alguna por la invasión de Irak en 2003, no cuestionan los arsenales nucleares de Israel y la India como la pretensión de tenerlo de Irán y mantienen una afrenta contra los derechos humanos en Guantánamo. Esas inconsistencias alimentan las ajenas, así como la abstención en la Asamblea General tanto de Brasil como de los otros BRICS, India, China y Sudáfrica, frente a los afanes expansionistas del otro miembro, Rusia. Abstención, se atajan los diplomáticos brasileños, no significa apoyo ni condena. Es una forma de conservar el equilibrio sobre una cuerda delgada.



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