Crímenes ambientales

El cambio climático y sus consecuencias provocan más muertes que los atentados terroristas y más migraciones que los conflictos armados




México: sobras, nada más | Foto de Yolanda Yebra
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Por Jorge Elías

La Organización de las Naciones Unidas (ONU) logró el 12 de diciembre de 2015 que 195 naciones se comprometieran a detener el aumento de la temperatura del planeta. Fue el gran paso de la conferencia del clima de París (COP21), ratificado por los Estados Unidos, China y el Parlamento Europeo, entre otros. Los representantes de casi 200 países acordaron ahora en Kigali, Ruanda, la eliminación progresiva de los hidrofluorocarbonos (HFC), gases de efecto invernadero muy nocivos para el ambiente. El acuerdo supone la exclusión de los gases utilizados en heladeras, aerosoles y aparatos de aire acondicionado, capaces de atrapar miles de veces más calor en la atmósfera que el dióxido de carbono.

En 2015, el termómetro global batió el récord de incremento de la temperatura y de la emisión de gases de efecto invernadero. Resultó ser el año más caluroso desde que se tienen registros, según la Administración Nacional de la Aeronáutica y del Espacio (NASA). Superó en un grado centígrado o más al período comprendido entre 1880 y 1899. El fenómeno del Niño, llamado del Niño Jesús por los pescadores peruanos que lo percibieron en el siglo XVII, tuvo mucho que ver: fue el más enérgico desde 1950.

Desde 2008, una persona por segundo se ha visto obligada a abandonar su hogar por sequías, inundaciones, tsunamis, tormentas, terremotos y otros desastres ambientales. Son 60 víctimas por minuto, según el Consejo Noruego para Refugiados (NRC). De no atenuarse el cambio climático, dice la Agencia de la Organización de las Naciones Unidas para los Refugiados (Acnur), entre 250 millones y 1.000 millones de personas deberán desplazarse dentro de sus países o buscar refugio en otros en los próximos 50 años. Esos desplazados o refugiados, según su situación, carecen de estatus jurídico para buscar amparo a diferencia de aquellos que huyen de guerras o conflictos. Es una legión más numerosa, más vulnerable y, curiosamente, más silenciosa.

Los crímenes ambientales provocan más muertes que los atentados terroristas y más migraciones que los conflictos armados, observa la Organización Internacional para las Migraciones (OIM). Fueron 19 millones sólo en 2014. Algo así como las poblaciones enteras de Sri Lanka, Rumania, Níger, Burkina Faso, Mali, Chile, Kazajistán o los Países Bajos, entre otros países. Ocurrió en Tuvalu, archipiélago del Pacífico, por la subida de las aguas; en Senegal por la sequía; en Mozambique por las inundaciones… La crisis de los refugiados por los conflictos armados, empezando por Siria, concentra casi toda la atención. La Convención de Ginebra está lejos de abordar de inmediato la crisis de los refugiados ambientales.

Los residuos de plástico, tardan siglos en desparecer | Foto de Yolanda Yebra
Los residuos de plástico, tardan siglos en desparecer | Foto de Yolanda Yebra

En los mares, unas 60 refinerías vierten 20.000 toneladas de petróleo por año. Los residuos de plástico, como las botellas, los pañales o el hilo nailon que se utiliza para pescar, tardan siglos en desparecer. Me tocó verlo en México. Con los residuos de los cruceros (pasta de dientes, desodorante, ropa y sillas de plástico), dispersos en la playa, podría haber sobrevivido durante un buen tiempo como un náufrago.

El Mediterráneo, cementerio contemporáneo de aquellos que huyen del horror de sus países, se ha convertido en uno de los espacios marinos más contaminados del mundo. Sólo en la superficie hay acumuladas unas 1.455 toneladas de plástico, estima el Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC), de España. O, según la revista Marine Environmental Research, “unas 147.500 partículas de plástico por kilómetro cuadrado”.

La protección del ambiente tiene a veces un costo demasiado alto: la vida. Chico Mendes, emblemático defensor del ambiente en Brasil, dejó escrito en 1988: “Si bajara un enviado del cielo y me garantizase que mi muerte fortalecería nuestra lucha, diría que hasta valdría la pena. Pero la experiencia nos enseña lo contrario. Un acto público y un entierro numeroso no salvarán la Amazonía. Quiero vivir”. Lo mataron. En 2015 asesinaron a 185 activistas como él, según Global Witness. Un 59 por ciento más que en 2014. En marzo de 2016 liquidaron a la líder indígena Berta Cáceres, acreedora de premios internacionales por su celo por los ríos de Honduras. También quería vivir.

@JorgeEliasInter | @Elinterin
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