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Muerto en las vísperas

Todo el mundo sabe que Mario Ruiz Massieu se suicidó el miércoles, víspera del Día de la Independencia en su país, México, pero nadie sabe quién lo hizo. O por qué, más allá de que su hermana supiera que en la cabeza del ex subprocurador general de Justicia, llamado zar de la lucha antidrogas, rondaba la idea, siempre descabellada, de arrancarse la vida antes de terminar sus días en prisión por narcotráfico, enriquecimiento ilícito y lavado de dinero. Debía enfrentar 25 cargos por haber obtenido dinero a cambio de protección de los delincuentes a los que, se suponía, debía capturar. Ruiz Massieu, de 48 años, estaba vinculado con el extinto capo del cartel de Juárez, Amado Carrillo Fuentes, alias El Señor de los Cielos, y con los carteles del Golfo y de Tijuana. Presumía que iba a ser condenado a cadena perpétua por la corte de Houston, Texas. Estaba seguro, en realidad. De ahí, al parecer, el desenlace mientras cumplía arresto domiciliario en Palisades Park, Nueva Jersey. Cierra. No cierra, sin embargo, la causa de (leer más)

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Timoratos

La están pasando mal. Pésimo. Pero no reúnen las condiciones de Kosovo, con una etnia perseguida por un dictador con máscara de demócrata que se aisló del mundo, ni están en Europa. Les falta un Milosevic, con recomendación de captura internacional y recompensa por su cabeza, que amenace los intereses de las grandes potencias. El general Wiranto y la corte del caído Suharto no están a su altura. La diferencia entre Timor Oriental y Kosovo, según me explicaba un diplomático de las Naciones Unidas (ONU), radica en que el presidente de Indonesia, B. J. Habibie, a diferencia de Milosevic, no vedó la posibilidad de que la gente se pronunciara sobre el status de la isla ni cerró la puerta de su país frente a las narices del mundo. Ocho de cada diez personas se inclinaron por la independencia en el referendum del 30 de agosto. El dilema, ahora, es que que Habibie no puede impedir la barbarie que consuman a machetazos los paramilitares, indignados con el resultado. O no quiere. O no lo deja un (leer más)

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El oráculo de Chávez

CARACAS.– Cada tanto, según cuentan, Hugo Chávez echa mano de uno de esos libros que vocean los buhoneros (vendedores ambulantes) en los alrededores de la Plaza Bolívar. Es El Oráculo del Guerrero, ideal para la cartera de la dama o el bolsillo del caballero. Por el tamaño, no por el contenido. Su lectura no es necesariamente lineal. Dicen que Chávez, confiado en el azar, abre una página y, por ejemplo, lee: «Si combates en armonía con el Universo, no puedes sino vencer. Si combates porque es la única manera de recuperar el equilibrio perdido, no puedes sino vencer. Si combates porque has agotado todas las otras alternativas, no puedes sino vencer». Y, según sus íntimos, actúa en consecuencia. Es algo más que cultura oriental al servicio de su causa. Es el trasfondo de una retórica agresiva que aflora cada vez que se defiende con encono de enemigos agazapados. O de fantasmas. Habla el idioma de la gente. E interpreta su rencor. De ahí, su popularidad. El resentimiento de Chávez contra la Acción Democrática (AD), socialdemócrata, (leer más)

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La Revolución Mexicana

Dos mexicanos van a caballo. “¡Que viva Zapata!”, exclama uno de ellos. “¡Que viva!”, replica el otro. A las tres horas, el primero exclama de nuevo: “¡Que viva Zapata!”. El otro replica: “¡Que viva!”. Pasan tres horas más. “¡Que viva Zapata!”, insiste el primero. “¡Que viva, sí, pero no tan lejos!”, replica el otro. Lejos quedaba también la posibilidad de que el Partido Revolucionario Institucional (PRI) echara mano, después de siete décadas de hegemonía en el poder, de una regla tan elemental fuera de México como soslayar la designación a dedo del próximo candidato presidencial. Y ahí está, sin embargo, latente, con cuatro precandidatos en campaña para las elecciones abiertas, no sólo internas, del 7 de noviembre. Ninguno de ellos puede bajarse del caballo, por más que sólo dos, Roberto Madrazo, peleado con el presidente Ernesto Zedillo, y Francisco Labatida, ex funcionario gubernamental, se perfilen como favoritos. Es casi, casi la segunda Revolución Mexicana. Segundas partes nunca habrán sido buenas, pero la renovación que emprendió el PRI promete ser algo más que mero maquillaje democrático (leer más)

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Cabeza de ruso

Desde el miércoles, el último día del milenio que vivimos en peligro, Discépolo tiene más autoridad científica que Nostradamus: el mundo fue y será una porquería, ya lo sé, en el 506 y en el 2000 también, pero, mientras tanto, sigue andando. Y los maquiavelos, como Boris Yeltsin, no reparan ni en los viernes 13 (a falta de un martes fatídico de igual signo) si deciden jugar el juego que mejor juegan, despachar primeros ministros en este caso, con tal de evitar sus propios eclipses. Eclipse que sombreará a Yeltsin, después de dos mandatos consecutivos que vedan un tercero, en las elecciones de julio del año próximo. Siempre y cuando se equivoque Mikhail Gorbachov en sus presagios. ¿Re-reelección al estilo latinoamericano? No precisamente. El mentor de la perestroika habló del impulso que cobraría la anexión de Bielorrusia a Rusia (en proporción, algo así como un grano de arena en el Caribe), en medio de la guerra santa que se desató con los rebeldes musulmanes en Daguestán y que se extendió a Chechenia o como correlato (leer más)

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Colombia: segundos, afuera

Dice un cable reservado del embajador norteamericano en Bogotá: “Estoy completamente en contra del ingreso de personal militar en Colombia. La existencia de planes de contingencia para fuerzas de tierra es dinamita. Representa un peligro para las relaciones entre los Estados Unidos y Colombia”. El cable, firmado por Covey Oliver, data del 26 de agosto de 1965. En ese momento, crispados los nervios en Washington por la expansión del comunismo en América latina desde Cuba, el presidente Lyndon Johnson ordena el desembarco de tropas en República Dominicana y evalúa una eventual intervención en Colombia. Intervención que, finalmente, no se concreta. Pero, con apoyo logístico norteamericano, aviones de la fuerza aérea colombiana pulverizan una sublevación campesina en el sur del país, en donde, con el respaldo financiero e ideológico de Fidel Castro, campean las llamadas repúblicas independientes. Mueren Pedro Brincos, Tarzán, Desquite, Puñaladas, Puente Roto y Sangre Negra, entre otros líderes de un incipiente grupo guerrillero, las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC), que ha nacido en 1964, un año antes, cual réplica al rechazo del (leer más)

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Chávez lo hizo

Hugo Chávez es tan populista como Perón, tan contrario al sistema como Fujimori y tan vanidoso como Menem. Con Perón comparte los gestos y la historia de un militar golpista que llega a la presidencia por las vías constitucionales, luego cambiadas a su antojo. Con Fujimori comparte la fórmula de la disolución del Congreso y de la Corte Suprema con tal de imponer su voluntad. Con Menem, y con los otros, comparte la egolatría. Son las tres fuentes con las cuales pavimentó el camino hacia la abrumadora victoria que obtuvo en las elecciones del domingo para la Asamblea Constituyente, llamada la soberanísima por él. Tan soberanísima que les ahorrará el trabajo a los elegidos: ya tiene redactada la Constitución en ciernes. La consigna de Chávez, abrazada en especial por los pobres, clase de la cual provienen los militares venezolanos, a diferencia de los argentinos y los chilenos, es salir de la crisis económica, terminar con la corrupción y refundar el país como la República Bolivariana, de modo de no esperar una década (dos períodos presidenciales) (leer más)

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Remedio casero

Otra vez, el presidente peruano, Alberto Fujimori, rompió el molde. O, peor aún, usó de nuevo un remedio casero que contradice las recetas magistrales de América latina: en lugar de promover el diálogo con la guerrilla, como intenta su par colombiano, Andrés Pastrana, se calzó el chullo (gorro de lana tejida) y, seguro de que las cámaras de la televisión de Lima iban detrás de él, señaló con el índice, desde el aire, el claro de la selva central de Huancayo en donde iba a caer Oscar Ramírez Durand, Feliciano, cabecilla de Sendero Rojo. Era el líder de la resaca de Sendero Luminoso desde la captura, en septiembe de 1992, de Abimael Guzmán, otro logro que se adjudica Fujimori, pero Feliciano, a diferencia de sus viejos camaradas, rechazó desde el comienzo el plan gubernamental para guerrilleros arrepentidos. La Operación Cerco había dado resultado, como la súbita liberación de los rehenes del Movimiento Revolucionario Tupac Amaru (MRTA) que permanecieron en la residencia del embajador japonés en Lima desde el 17 de diciembre de 1996 hasta el (leer más)

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Kosovo al revés

Colombia parece Kosovo al revés: la limpieza étnica (sin reparar en etnias, en realidad) no está a cargo de un gobierno intolerante, sino de una guerrilla compulsiva que cobra impuestos y dicta justicia en un territorio cuatro veces más grande que la provincia yugoslava. Razón más que suficiente para que mucha gente, expuesta al pago de la vacuna (suerte de seguro contra secuestros), decida emigrar ante la tormentosa posibilidad de vivir bajo las reglas de las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC) o, fuera del área cedida en forma provisional por el gobierno con tal de favorecer el proceso de paz, del Ejército de Liberación Nacional (ELN). Terrorismo interno es traición. Terrorismo internacional es guerra. Terrorismo en Colombia es traición y guerra a la vez: el proceso de paz empezó mal, con el presidente Andrés Pastrana plantado por el líder de las FARC, Manuel Marulanda, alias Tirofijo, en San Vicente del Caguán, santuario guerrillero de la jungla del Caquetá, y con demostraciones de fuerza que ya taladran las muelas de Bogotá mientras el diálogo, aplazado (leer más)

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El Cóndor pasa

Vaya coincidencia: el gobierno norteamericano destapa la lata de gusanos (definición de un agente de la CIA sobre los papeles que confirman los lazos entre Washington y Santiago antes, durante y después del brutal golpe de Estado de 1973) a pocas horas de que el presidente de Chile, Eduardo Frei, arranca una tibia promesa de sensibilidad de su par español, José María Aznar, con tal de que Pinochet pueda volver a casa. Frei, con mandato a plazo fijo hasta fin de año, aduce razones humanitarias (un neologismo para la colección de fin de siglo, como limpieza étnica y daños colaterales) en su afán de obtener piedad para el senador vitalicio que ha caído en desgracia, pero Aznar toma prudente distancia del asunto: el juez Baltasar Garzón, no su gobierno, giró el pedido de extradición por crímenes contra ciudadanos españoles en los años de plomo. Y la justicia, mi amigo, es independiente. Es una respuesta de circunstancia. ¿Quién podría negarle compasión a un hombre de 83 años con diabetes, depresión y problemas cardiorrespiratorios, por más que (leer más)

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Tiempo de revancha

BELGRADO.– Paz. ¿Paz? Paz no significa fin, sino apenas un intervalo entre la cacería étnica, los misiles de la alianza atlántica (OTAN), el regreso de los refugiados y el éxodo de los nuevos refugiados. Paz, en los Balcanes, no significa nada. Es, en todo caso, una sucesión de espantos, con casas destruidas por bombas o saqueadas por bestias, tumbas colectivas y muertos vivos que claman venganza a pedrada y balazo mientras se marchan los serbios y sus últimas tropas de Kosovo. Los albaneses que han sufrido la violación de sus mujeres y la deportación de sus familias, enrolados en el Ejército de Liberación de Kosovo (ELK), podrán deponer ahora las armas, pero, seguramente, conseguirán otras con tal de aventar fantasmas. Los otros, los serbios, podrán irse ahora, mordiendo polvo y cólera por la derrota, pero, seguramente, procurarán volver de algún modo, alentados desde Belgrado por el régimen de Slobodan Milosevic, el ultranacionalista Vojislav Seselj y el Santo Sínodo de la Iglesia Ortodoxa Serbia, mientras Rusia, el único confidente confiable, busca un lugar en Kosovo (en (leer más)

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El día después

BELGRADO.– En medio del océano, el primer ministro ruso, Yevgueny Primakov, ordenó al piloto que regresara a Moscú. Era el 22 de marzo, dos días antes del comienzo de la cruzada aérea de la alianza atlántica (OTAN) contra el régimen de Slobodan Milosevic. El vicepresidente norteamericano, Al Gore, le había anunciado por teléfono que atacarían Yugoslavia, cerrando toda posibilidad de negociación. A Boris Yeltsin, el jefe de Primakov, nadie le había consultado. Era una novedad y una ofensa a la vez, reducida Rusia a un papel de país de segundo orden, después de haber sido el líder de una porción del mundo, en un escenario en el que tanto los Estados Unidos como sus socios de la OTAN necesitarían en algún momento de la única voz que podía tener eco en Belgrado. De ahí que Yeltsin haya conjurado su malestar con la advertencia sobre el peligro inminente de una tercera guerra mundial y que haya invocado razones económicas, no políticas, para destituir semanas después a Primakov, demasiado popular para su gusto. La vuelta a Moscú (leer más)

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Paz armada

Ley número 15: “Empezando por Moisés, todos los grandes líderes de la historia sabían que era necesario aplastar por completo al enemigo al que temían. (…) Si se deja encendida una sola brasa, por muy débil que sea, siempre se corre el riesgo de que vuelva a desencadenarse un incendio. Se ha perdido más por una aniquilación a medias que por una exterminación total: el enemigo se recuperará y buscará venganza. Destrúyalo por completo, no sólo física sino también espiritualmente”. Por fortuna, Bill Clinton, Tony Blair y compañía no habrán leído, o no habrán tomado en cuenta, Las 48 Leyes del Poder (The 48 Laws of Power), de Robert Greene y Joost Elffers, más propias, quizá, de conquistadores bárbaros que de líderes democráticos que, con la prerrogativa moral de frenar el lampazo étnico, aplicaron la receta mágica de la OTAN (Organización del Tratado del Atlántico Norte) en Kosovo. La Ley número 15 es descarnada, extrema, bestial, digna de un fanático como Hitler, dirán los criadores de palomas. Curiosamente, los enemigos vencidos a medias, como Saddam (leer más)

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Temporada de palomas

Si Ehud Barak y Yasser Arafat hubieran estado frente a frente a mediados de los 80, uno de los dos habría disparado primero. Uno de los dos, en teoría, no sería hoy el primer ministro de Israel o el líder de la Autoridad Nacional Palestina. Habría muerto uno de los dos, seguramente. Sería un mártir más de los tantos que atesora Medio Oriente, en definitiva. Pero Barak, el militar más condecorado de la historia de Israel, y Arafat, el fusil cantante de la Organización para la Liberación de Palestina (OLP), no se encontraron en esos tiempos y hoy, por fortuna, lanzan señales de humo que, en la realidad entre velos que circunda la frontera de la Franja de Gaza, dan pautas de acercamiento. Son los halcones de ayer, cara y cruz con Bill Clinton, Tony Blair y Gerhard Schroeder, pacifistas de los 60 que, a pura bomba sobre Yugoslavia por la emergencia humanitaria de Kosovo, tuvieron que quitarse el plumaje de palomas. ¿Qué hace uno si advierte que el vecino está pegándole a la mujer? (leer más)

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Ruleta rusa

Abrigaban pocas expectativas. ¿Qué nuevas podría aportarles a ellos, sabelotodos de Wall Street, un gobernador sureño (símil de riojano en la Argentina), joven y vitalicio a la vez, que pretendía llegar a la Casa Blanca? Ni Robert Rubin, cabeza de Goldman Sachs, parecía convencido, pero había dicho que sí, que iría, y ahí estaba, en un salón de Nueva York, estrechando por primera vez la mano inútil de Bill Clinton, zurdo. Era junio de 1991, vivo aún el fantasma de la Guerra Fría a pesar de la caída del Muro de Berlín, dos años antes, tiempos del ascenso al poder, en Moscú, del presidente que iba a coronar el fin del comunismo, Boris Yeltsin. Todo aquello que sucediera, y suceda, en Rusia, todavía Unión Soviética, el segundo nido nuclear del planeta, formaba, y forma, parte del interés nacional, y económico, de los Estados Unidos. Los dos hombres se miraron con frialdad, pendiente uno, Rubin, del otro, Clinton, mientras los banqueros, demócratas en su mayoría, defraudados por Jimmy Carter en su mayoría, hartos de George Bush (leer más)