Kosovo al revés




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Colombia parece Kosovo al revés: la limpieza étnica (sin reparar en etnias, en realidad) no está a cargo de un gobierno intolerante, sino de una guerrilla compulsiva que cobra impuestos y dicta justicia en un territorio cuatro veces más grande que la provincia yugoslava.

Razón más que suficiente para que mucha gente, expuesta al pago de la vacuna (suerte de seguro contra secuestros), decida emigrar ante la tormentosa posibilidad de vivir bajo las reglas de las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC) o, fuera del área cedida en forma provisional por el gobierno con tal de favorecer el proceso de paz, del Ejército de Liberación Nacional (ELN).

Terrorismo interno es traición. Terrorismo internacional es guerra. Terrorismo en Colombia es traición y guerra a la vez: el proceso de paz empezó mal, con el presidente Andrés Pastrana plantado por el líder de las FARC, Manuel Marulanda, alias Tirofijo, en San Vicente del Caguán, santuario guerrillero de la jungla del Caquetá, y con demostraciones de fuerza que ya taladran las muelas de Bogotá mientras el diálogo, aplazado hasta el 20 de este mes, Día de la Independencia, amenaza con convertirse en una mera  imposición de condiciones de los rebeldes.

Son demasiadas presiones para un presidente que, sucesor de las sospechas de vínculos con el narcotráfico que crucificaron a Ernesto Samper, hace malabarismos para preservar la confianza de los organismos de crédito, como el Fondo Monetario, y de los Estados Unidos, cada vez más exigentes con la eliminación de la droga colombiana que se cuela, nunca por arte de magia ni por argucias de los carteles, en sus propios dominios.

La guerra tiene un costo: más de 2000 millones de dólares anuales, dos puntos del Producto Bruto Interno (PBI). También emite una señal: el éxodo de empresarios y terratenientes, y las dudas de inversores del exterior (ergo, menos fuentes de trabajo). Y deja un correlato: la sublevación de coroneles, oficiales y suboficiales del ejército, indignados por una retirada que huelen definitiva, y el miedo de la gente.

Pero el miedo tiene cara de hereje. En el territorio rebelde, 42.000 kilómetros cuadrados, algunos comenzaron a apreciar las ventajas de una administración que, si bien caótica, pavimenta las calles, reduce los crímenes, combate el abigeato, veda la prostitución, evita las riñas de cantina, vacuna a los chicos, cobra peaje, grava el tránsito de coca y hasta arregla reyertas conyugales por violencia e infidelidad mientras, cual reverso, cautiva adolescentes con la prédica marxista de la igualdad de clases y demás. El temor de ellos es, ahora, la vuelta de los militares y, en especial, de los paramilitares (mercenarios pagados por narcotraficantes y por latifundistas).

La cesión provisional puede ser un boomerang, por más que el gobierno esté convencido de que ha frenado los asaltos y las emboscadas en otras regiones del país. Es una cortina de humo, en definitiva, mientras Pastrana trata de convencer a Washington de que las FARC son la única vía para erradicar los cultivos de coca. No por nada un funcionario del Departmento de Estado se reunió con un sicario guerrillero en San José, Costa Rica, de modo de confirmarlo.

Tirofijo, arquitecto de las FARC en 1964, con un ejército de labriegos compuesto hoy por 15.000 efectivos que saben más de armas que de labranza, se maneja con la soltura de un jefe de Estado, de igual a igual con Pastrana. En los territorios cedidos, las milicias transmiten una imagen de justicia y equidad.

Pero el tintico (cafecito) sabe amargo. ¿No será que la guerra por la guerra misma ha devenido, después de cuatro décadas, en una guerra separatista, al estilo Kosovo, mientras el gobierno sólo pretende frenar la ola de secuestros y rubricar el cese el fuego?

El sol no puede taparse con un dedo: Tirofijo exigirá la posesión de las armas y algún tipo de poder político, seguramente de carácter territorial, en medio de una virtual reforma del Estado. Son demandas que, en principio, exceden a cualquier gobierno.

En la amplia agenda de negociaciones no figura la soberanía, sino el sistema democrático y la unidad de la nación, pero un ejército irregular no se enfrenta cara a cara con uno regular, como sucedió el jueves en las afueras de Bogotá, por demandas gremiales, como el canje de prisioneros o el desmantelamiento de las fuerzas paramilitares.

Pastrana, conservador, habló con Tirofijo antes del desaire de la silla vacía, en 1998. Aún era candidato a la presidencia. Tenía como premisa liquidar el asunto FARC. La oposición liberal reprueba su estrategia, pero cree que debería dispensarle igual trato al ELN, capaz de operativos espectaculares, como el secuestro del hermano del ex presidente César Gaviria, liberado gracias a la mediación de Fidel Castro, mientras otros, aprovechados, cometen delitos como si pertenecieran a un grupo u otro.

A pesar de haber fracasado en el primer encuentro en público del gobierno con la guerrilla en casi siete años, Pastrana cuenta con el aval de su par Bill Clinton, pero, curiosamente, las FARC han ganado su propio polo de poder.

Algunos gobiernos de América latina, mientras tanto, miran por la ventanilla. Parecen ajenos al drama. ¿Golpearán la puerta de los Estados Unidos, como los europeos con Kosovo, cuando sea demasiado tarde?

La lucha contra las drogas y contra el caos, el justificativo de una intervención hipotética hoy, posible en el futuro, no es ni más ni menos que la defensa de los derechos humanos. Los Andes, después de todo, son un punto estratégico en el continente, como los Balcanes en Europa.



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