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Política

Remedio casero

Otra vez, el presidente peruano, Alberto Fujimori, rompió el molde. O, peor aún, usó de nuevo un remedio casero que contradice las recetas magistrales de América latina: en lugar de promover el diálogo con la guerrilla, como intenta su par colombiano, Andrés Pastrana, se calzó el chullo (gorro de lana tejida) y, seguro de que las cámaras de la televisión de Lima iban detrás de él, señaló con el índice, desde el aire, el claro de la selva central de Huancayo en donde iba a caer Oscar Ramírez Durand, Feliciano, cabecilla de Sendero Rojo. Era el líder de la resaca de Sendero Luminoso desde la captura, en septiembe de 1992, de Abimael Guzmán, otro logro que se adjudica Fujimori, pero Feliciano, a diferencia de sus viejos camaradas, rechazó desde el comienzo el plan gubernamental para guerrilleros arrepentidos. La Operación Cerco había dado resultado, como la súbita liberación de los rehenes del Movimiento Revolucionario Tupac Amaru (MRTA) que permanecieron en la residencia del embajador japonés en Lima desde el 17 de diciembre de 1996 hasta el (leer más)

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Política

Kosovo al revés

Colombia parece Kosovo al revés: la limpieza étnica (sin reparar en etnias, en realidad) no está a cargo de un gobierno intolerante, sino de una guerrilla compulsiva que cobra impuestos y dicta justicia en un territorio cuatro veces más grande que la provincia yugoslava. Razón más que suficiente para que mucha gente, expuesta al pago de la vacuna (suerte de seguro contra secuestros), decida emigrar ante la tormentosa posibilidad de vivir bajo las reglas de las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC) o, fuera del área cedida en forma provisional por el gobierno con tal de favorecer el proceso de paz, del Ejército de Liberación Nacional (ELN). Terrorismo interno es traición. Terrorismo internacional es guerra. Terrorismo en Colombia es traición y guerra a la vez: el proceso de paz empezó mal, con el presidente Andrés Pastrana plantado por el líder de las FARC, Manuel Marulanda, alias Tirofijo, en San Vicente del Caguán, santuario guerrillero de la jungla del Caquetá, y con demostraciones de fuerza que ya taladran las muelas de Bogotá mientras el diálogo, aplazado (leer más)

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El Cóndor pasa

Vaya coincidencia: el gobierno norteamericano destapa la lata de gusanos (definición de un agente de la CIA sobre los papeles que confirman los lazos entre Washington y Santiago antes, durante y después del brutal golpe de Estado de 1973) a pocas horas de que el presidente de Chile, Eduardo Frei, arranca una tibia promesa de sensibilidad de su par español, José María Aznar, con tal de que Pinochet pueda volver a casa. Frei, con mandato a plazo fijo hasta fin de año, aduce razones humanitarias (un neologismo para la colección de fin de siglo, como limpieza étnica y daños colaterales) en su afán de obtener piedad para el senador vitalicio que ha caído en desgracia, pero Aznar toma prudente distancia del asunto: el juez Baltasar Garzón, no su gobierno, giró el pedido de extradición por crímenes contra ciudadanos españoles en los años de plomo. Y la justicia, mi amigo, es independiente. Es una respuesta de circunstancia. ¿Quién podría negarle compasión a un hombre de 83 años con diabetes, depresión y problemas cardiorrespiratorios, por más que (leer más)