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Todo el mundo sabe que Mario Ruiz Massieu se suicidó el miércoles, víspera del Día de la Independencia en su país, México, pero nadie sabe quién lo hizo. O por qué, más allá de que su hermana supiera que en la cabeza del ex subprocurador general de Justicia, llamado zar de la lucha antidrogas, rondaba la idea, siempre descabellada, de arrancarse la vida antes de terminar sus días en prisión por narcotráfico, enriquecimiento ilícito y lavado de dinero. Debía enfrentar 25 cargos por haber obtenido dinero a cambio de protección de los delincuentes a los que, se suponía, debía capturar.
Ruiz Massieu, de 48 años, estaba vinculado con el extinto capo del cartel de Juárez, Amado Carrillo Fuentes, alias El Señor de los Cielos, y con los carteles del Golfo y de Tijuana. Presumía que iba a ser condenado a cadena perpétua por la corte de Houston, Texas. Estaba seguro, en realidad. De ahí, al parecer, el desenlace mientras cumplía arresto domiciliario en Palisades Park, Nueva Jersey. Cierra.
No cierra, sin embargo, la causa de la muerte: la autopsia echó por tierra la hipótesis inicial de sobredosis de antidepresivos. Ni cierra, tampoco, la carta póstuma en la que acusa a Ernesto Zedillo y otros dirigentes del Partido Revolucionario Institucional (PRI) de haber fabricado pruebas y de haber comprado testigos con el propósito de encubrir el asesinato de su hermano, José Francisco Ruiz Massieu, secretario general del partido, en septiembre de 1994.
“Es llamativo el énfasis que pone contra el presidente”, interpretó en voz baja uno de los pocos funcionarios mexicanos que estaba el jueves, feriado, al pie del teléfono (o del cañón).
Tan llamativo, en todo caso, como el Luis Donaldo Colosio, el delfín del presidente Carlos Salinas de Gortari, en marzo de 1994. En ese año, curiosamente signado por la crisis económica, el ingreso del país en el Tratado de Libre Comercio (TLC) y la irrupción de los enmascarados de Marcos en el Estado sureño de Chiapas, el entonces subprocurador, Ruiz Massieu, advirtió que ambas muertes, a tiros, no debían presagiar nuevos atentados.
“Los demonios están sueltos”, coronó su discurso del 23 de noviembre. Es la fecha que menciona en la carta póstuma, aduciendo que la investigación de la muerte de su hermano debería comenzar por Zedillo, súbito sucesor de Colosio después de haber administrado su campaña. La carta en sí despertó iras en el gobierno que no repararon en la condición de su autor, muerto.
En cierto modo, Ruiz Massieu pisó las flores antes de irse. El PRI, inmerso en cambios tan profundos como la interna abierta en lugar del dedazo (designación a dedo) para decidir el próximo candidato presidencial, procura dar señales de adaptación a estos tiempos después de siete décadas en las cuales apeló a todo, lo malo y lo bueno, con tal de permanecer en el poder, pero el gobierno, a su vez, una suerte de prolongación del partido, todavía no descifró el complejo rompecabezas de 1994.
Vanos han sido en los últimos cuatro años los pedidos de extradición de Ruiz Massieu, detenido en 1995 en el aeropuerto Newark, de Nueva Jersey, por no declarar los 40.000 dólares en efectivo que llevaba consigo. Iba a España.
Con él, los Estados Unidos preservaban una punta de la madeja de corrupción que alternó en el gobierno de Salinas de Gortari. Era, a los ojos norteamericanos, un pez gordo del narcotráfico y del lavado de dinero en su propio territorio. Se llevó los secretos a la tumba.
El caso Ruiz Massieu estuvo rodeado de sospechas desde el comienzo. Y el final, atribuido por sus abogados a severas depresiones desde que el gobierno norteamericano se quedó en 1997 con más de 9 millones de dólares que tenía depositados en un banco de Houston, no afectará al PRI ni al gobierno en las elecciones del 2000 (“Pertenece a la era Salinas”, adujo la fuente) ni modificará la política antidrogas de los Estados Unidos con México.
Está envuelto, por ejemplo, Raúl Salinas de Gortari, preso por haber sido el autor intelectual del asesinato de José Francisco. Ganaba 100.000 dólares anuales como funcionario gubernamental. En 1995, cuando fue detenido, tenía 120 millones depositados en Suiza con nombres falsos, como Juan Guillermo Gómez Gutiérrez y Juan José González Cadena. Demasiados ahorros para alguien que no redondeaba 8500 dólares por mes. Su hermano, Carlos, el presidente, era uno de los mejores aliados de Washington hasta que terminó su gestión, en diciembre de 1994, y cayó en desgracia, apenas dos meses después, con el arresto de Raúl. Del amor al odio, del poder en México al exilio en Dublín, hubo un paso.
Con sus defectos y sus virtudes, el gobierno de Bill Clinton considera que el PRI es el único garante de la estabilidad política y económica al sur del Río Grande, según convienen en el Departamento de Estado. Es la razón por la que trató con guante de seda a Ruiz Massieu y por la que el país no ha sido descertificado, al igual que Colombia, por las dudas que sembraron en los últimos años su colaboración en la lucha contra las drogas. La frontera, de hecho, es una especie de colador para el 70 por ciento de los narcóticos que consumen los primos del Norte.
A tal extremo ha llegado el desmadre, como dicen los mexicanos, que el general Jesús Gutiérrez Rebollo, comisionado del Instituto Nacional para el Combate a las Drogas (INCD), fue arrestado en 1997 por proteger a El Señor de los Cielos, también relacionado con Ruiz Massieu, después de haber sido destacada su labor por su par norteamericano, el general Barry McCaffrey.
Ruiz Massieu llevaba una tobillera electrónica que no fue capaz de advertir a los agentes federales que iba a suicidarse. Murió en las vísperas de un cambio en su país. Uno grande, esta vez. Los demonios, mientras tanto, siguen sueltos.L
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