Síntesis de esa reflexión del siglo XIX ha sido la vida de algunos hombres del siglo XX.
Aristóteles Onassis desembarcó en 1923 en Buenos Aires con 450 dólares en el bolsillo y una ambición a toda prueba. Tenía 17 años de edad.
Conrad Hilton comenzó sus negocios hoteleros con un magro capital de 5.000 dólares.
Ray Kroc obtuvo de los hermanos McDonald una licencia para abrir restaurantes de comida rápida en los Estados Unidos. Padecía diabetes y un principio de artritis.
¿Cómo amasar fortunas y no morir en el intento?
Charles Albert Poissant y Christian Godefroy dicen en su libro Mi primer millón: «La primera condición es creer que uno puede enriquecerse. No es más fácil tener éxito que fracasar».
Le reprocharon a Kroc, rico gracias a las hamburguesas, su despecho cuando hablaba de millones como si fueran monedas. «Aun así –repuso–, sepa usted que no puedo llevar más de un par de zapatos a la vez». Yo tampoco.