Getting your Trinity Audio player ready...
|
Cardoso procura que Brasil se consolide como líder de la región, pero sufre reveses que debilitan su aspiración
Detrás de la escandalosa revalidación del poder de Fujimori en el Perú hubo gato encerrado, según trascendió. O, al menos, un pacto incumplido con Fernando Henrique Cardoso, su par brasileño, presuntamente acordado poco después de que la sangre llegara al río con el retiro de los observadores de la Organización de los Estados Americanos (OEA) en vísperas de las elecciones y, como correlato de ellas, con las sospechas de fraude expresadas con dureza inusual por los Estados Unidos.
Señales, o advertencias, que Fujimori pasó por alto. Como también habría pasado por alto el gesto, o el silencio, de la diplomacia brasileña con tal de atenuar el impacto que podrían haber tenido las sanciones que barajaban los Estados Unidos en la OEA.
El silencio, siempre más difícil que la palabra, tenía un costo: que Fujimori, a cambio de no ser aislado, emitiera de inmediato señales y gestos en favor de la democracia y de la apertura política en el Perú. Grande habría sido el desencanto de Cardoso frente al silencio como respuesta.
Lo dejó mal parado la actitud de Fujimori. Señal y gesto de arrogancia, en definitiva. Sobre todo, por las resistencias regionales que cosechó como consecuencia del pacto. Y, poco antes de la cumbre de jefes de Estado de América del Sur que organiza para fin de mes en Brasilia, por el signo de debilidad que implica la falta de respeto a la palabra empeñada en su afán de que Brasil se consolide como el líder de la región.
Afán bendecido por Bill Clinton en la gira que hizo en octubre de 1997 por Venezuela, Brasil y la Argentina. Fue en Brasilia, no en Buenos Aires (premiado con la categoría de aliado extra OTAN), en donde dijo: «Yo apoyo el Mercosur». Señal y gesto en el momento oportuno y, a los ojos de los norteamericanos, en el lugar adecuado. Es decir, según su léxico, en un continente dentro del continente.
En la cumbre, la primera en su tipo, estará Fujimori. Nada rencoroso, por cierto, después de la ausencia de sus pares en su tercer juramento de fidelidad a sí mimo. Un desplante masivo. Sólo estuvieron Gustavo Noboa, presidente del Ecuador gracias a un golpe de Estado, y Hugo Bánzer, encarrilado en el tren de la democracia después de haber sido presidente de facto de Bolivia.
Fue curiosa, dentro de t odo, la excusa de Ricardo Lagos: «Normalmente, los presidentes de Chile no han estado para la asunción de los presidentes del Perú». Ergo: no voy a ser la excepción. Y menos aún en estas circunstancias.
Fujimori, sin embargo, no encarna sólo la figura del caudillo latinoamericano capaz de vulnerar la letra constitucional, o de clausurar hasta el Congreso, en aras de ejercer el gobierno con puño de acero. Yo, el supremo, según Roa Bastos. Es, en cierto modo, el resultado del déficit de las reformas económicas en América latina: la brecha entre ricos y pobres.
Por él, como por Hugo Chávez en Venezuela, votaron más los pobres que los ricos. Capital político en países con grandes desproporciones entre un extremo y el otro. Dañados, a su vez, por antecesores marcados a fuego con el sello de la corrupción en sus frentes.
El fin no justifica los medios ni los mandatos eternos, pero traza el límite entre el país formal y el país real. Ya no es la capital o el interior. Ni sólo ricos o sólo pobres. Son, en la Argentina, aquellos que están intrigados por el suicidio de Favaloro, ricos o pobres, o aquellos que abogan por la canonización de Rodrigo, pobres o ricos. Iconos de unos o de otros. No de todos. Y espejos de una crisis social profunda.
Crisis de la cual no está exento ningún país de la región. Ni Brasil, por más que pretenda erigirse como el líder, con un caso de corrupción reciente (la desaparición de 93 millones de dólares del Tesoro) que rozó a Cardoso. Resultó enlodado por Eduardo Jorge Caldas Pereira (E.J. a secas), su mano derecha durante más de 15 años. En vísperas de la cumbre, también.
¿Está todo atado con alambre? En la franja andina, en especial, campea la incertidumbre. Por Chávez, por la sombra del golpe de Estado en el Ecuador, por las mañas de Fujimori y por el caos de guerrilla, narcotráfico y paramilitares en Colombia. Pero también campea la incertidumbre en otros países. Por malhumores sociales que amenazan con degradar el valor de la democracia.
Valor que tiene la región en sí, convengamos. Por algo Vicente Fox, el héroe de México después de haber terminado con el unicato de 71 años del Partido Revolucionario Institucional (PRI), recorre esta semana Chile, la Argentina, Brasil y Uruguay. Busca, al igual que Cardoso para Brasil, consenso para su país, de modo de negociar con mayores avales (el Mercosur, en particular) con los Estados Unidos y con Canadá, sus socios del Tratado de Libre Comercio (TLC).
¿Dualidad, tal vez? Estrategia. Del mismo modo que la Argentina de Menem anudó las relaciones carnales con los Estados Unidos después de un siglo de enfrentamientos y, con ellas, intentó sacarle ventaja a Brasil, Fox piensa que un acuerdo con el Mercosur, así como el lazo con la Unión Europea que hereda de Ernesto Zedillo, será provechoso para México en sus tratos con los primos del Norte.
Tratos que en América latina surten efecto si existe voluntad política y, sobre todo, si los presidentes firman papeles. De palabra, como solemos manejarnos en la vida cotidiana, caen en el olvido. Como pudo ocurrir entre Fujimori y Cardoso. «No abras los labios si no estás seguro de que lo que vas a decir es más hermoso que el silencio», reza un proverbio árabe. Que, seguramente, ignora uno de ellos. O no aprecia, como las señales y los gestos.
Be the first to comment