Día de la independencia
El desafío para ambos candidatos es que los Estados Unidos nunca han tenido más prosperidad económica ni menos amenazas externas Al Gore confiesa: “Dicen que soy demasiado serio”. ¿Le suena? George W. Bush, a su vez, confiesa: “Heredamos un buen apellido, no los votos”. No le suena, seguramente. Pues, le suene o no, ambos están librando una batalla contra sí mismos. Contra sus propios temperamentos y contra sus propias historias. Contra sus limitaciones por no ser pioneros. En divanes separados, quizás escuchen: “Elimine la imagen de ese padre dominante, reniegue de su herencia y gane poder por medio de sus méritos”. Fácil, asentirían, pero cómo. Es un dilema. Sobre todo, en un país cuyo presidente, el más desprolijo de la historia, obtuvo, paradójicamente, las mejores notas de la historia después de haber librado una batalla contra sí mismo en la cual supo conjurar con virtudes públicas sus vicios privados. Pesado legado de Bill Clinton, por más que los Estados Unidos nunca hayan tenido más bonanza económica ni menos amenazas externas, que afecta tanto a Gore, (leer más)