Soy leyenda
A Obama le sientan bien los guantes de candidato, pero Hillary no tira la toalla En estos años, los Estados Unidos perdieron la reputación. Perdieron, también, la ilusión. Les deben a las reñidas primarias demócratas haber restaurado la política como motor de cambio. No por ser la vistosa contienda entre un afroamericano y una mujer, rarezas en la Casa Blanca, sino por haber alentado una visión optimista frente a verdades tapadas, como la pobreza al desnudo en Nueva Orleáns después de ser arrasada por el huracán Katrina, y verdades dolorosas, como el deterioro de la imagen del país a raíz de Irak, Afganistán, Guantánamo, Abu Ghraib y todos los antónimos de los valores que, bien o mal, siempre honraron los norteamericanos. Durante el gobierno de Bush, signado por el esplendor neocon en respuesta a la voladura de las Torres Gemelas, cambió el mundo y cambió, en forma silenciosa, la esencia del poder. Lo comprobó Hillary Clinton. La tenía fácil. Le sobraba dinero, recaudado por su marido. Y le sobraba experiencia, acumulada desde su Mayo del (leer más)