Las mil y una noches de Borges

En sus poemas, cuentos y ensayos, el escritor argentino Jorge Luis Borges vuelca sus conocimientos de sufismo, budismo, taoísmo, y otras vertientes religiosas, místicas y filosóficas, fruto de extensas lecturas. Entre ellas, diversas traducciones de “Las mil y una noches”, libro que consideraba infinito y que resultó ser la causa de su fascinación por el Oriente




En el universo de Borges, una moneda de 20 centavos argentina de 1929 pasa a ser un Zahir
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SMARA, Sahara Occidental – Días antes de morir a los 86 años en Ginebra, Suiza, el escritor argentino Jorge Luis Borges tomó clases de idioma árabe. Unas pocas. Más por curiosidad que por necesidad. La curiosidad, precisamente, llevó a Borges a adentrarse en mundos distantes, aparentemente inalcanzables, a causa de una pasión. La pasión por la lectura. Frente a cualquier circunstancia, fuera polémica o no, Borges proponía una nueva lectura. La lectura, volcada en la escritura, era algo así como la munición de su vida y de sus textos. De esos textos que, por ser universales, trascienden fronteras caprichosas, como la de Oriente y Occidente.

Jorge Francisco Isidoro Luis Borges Acevedo nació el 24 de agosto de 1899 en la ciudad de Buenos Aires, Argentina. Era Borges a secas, hijo de Jorge Guillermo Borges, abogado y profesor de psicología con ambiciones literarias, y de Leonor Acevedo Suárez, uruguaya, traductora. Borges era más que un escritor universal. Era un escritor cosmopolita que, por circunstancias de su época, se vio privado del premio Nobel de Literatura, no del reconocimiento global por su rica obra. En sus poemas, cuentos y ensayos, traducidos en varias lenguas, compadritos del viejo Buenos Aires se codean con seres de distintos tiempos y latitudes.

La propuesta de Borges era entablar un diálogo, un intercambio de pareceres, armado de un poderoso arsenal de sabiduría gracias a la lectura. Entre otras, la de Las mil y una noches en sus diversas versiones. Eso le permitió descubrir que los traductores habían añadido o quitado texto a su antojo. Un hallazgo de orfebre, capaz de notar cómo Sherezade se las ingenió de diferentes formas, según las traducciones, para evitar la amenaza del sultán que se desposaba con una muchacha distinta cada noche y que, para vengarse de la traición de su primera esposa, la mandaba decapitar al día siguiente.

Borges según Borges, Episodio 1

Escribe Borges: “En Trieste, en 1872, en un palacio con estatuas húmedas y obras de salubridad deficientes, un caballero con la cara historiada por una cicatriz africana –el capitán Richard Francis Burton, cónsul inglés– emprendió una famosa traducción del Quitab alif laila ua laila, libro que también los rumíes llaman de Las mil y una noches. Uno de los secretos fines de su trabajo era la aniquilación de otro caballero (también de barba tenebrosa de moro, también curtido) que estaba compilando en Inglaterra un vasto diccionario y que murió mucho antes de ser aniquilado por Burton. Ése era Eduardo Lane, el orientalista, autor de una versión harto escrupulosa de las 1001 Noches, que había suplantado a otra de [Jean Antoine] Galland. Lane tradujo contra Galland, Burton contra Lane; para entender a Burton hay que entender esa dinastía enemiga”. Para Borges, “la versión de Galland es la peor escrita de todas, la más embustera y más débil, pero fue la mejor leída”.

Borges creció en un hogar bilingüe. Dominaba el inglés y el castellano desde niño. Cuando hablaba con su abuela paterna, Frances Anne Haslam, oriunda de Staffordshire, Inglaterra, “lo hacía de una manera que después descubrí que se llamaba el idioma inglés, y cuando hablaba con mi madre o mis abuelos maternos lo hacía de otra forma que luego resultó ser la lengua castellana”. La biblioteca estaba colmada de libros en inglés, razón por la cual su primer contacto con Las mil y una noches resultó ser en ese idioma. Se titulaba The Arabian Nights (Las noches árabes). Era una de las tantas traducciones que iba a comparar.

Esa temprana incursión en la cultura árabe le permitió admirarla, abrazarla y evocarla hasta convertirse en uno de sus principales referentes en América latina. Borges, como el escritor nicaragüense Rubén Darío, contribuyó a unir dos mundos. El árabe y el latinoamericano. En la región hubo varias oleadas de inmigrantes. La primera, entre 1870 y 1900, debido a la dominación del imperio otomano. La segunda, entre 1900 y 1914, a causa de la ocupación inglesa y francesa de Medio Oriente y del comienzo de la Primera Guerra Mundial. La tercera, entre 1948 y 1974, a raíz de la ocupación de Palestina y de la guerra civil en el Líbano.

Borges según Borges, Episodio 2

En 1984, Borges asistió al VII Congreso Mundial de Poetas, realizado en Marrakech. Era el invitado de honor y, según dijo, era su primera vez en Marruecos: “Aquí me despierta todas las mañanas el almuecín y eso me gusta mucho. Me emocionan las plegarias de los fieles”. ¿Era realmente su primera visita a Marruecos? Había estado en 1936 en Tetuán, capital del protectorado español. Escribía entonces, a los 37 años, un libro de ensayos publicado ese mismo año que iba a titularse Historia de la eternidad. El nombre Tetuán, “el fondo de un pozo”, surge en el libro de cuentos El Aleph (1949).

En 1984, Borges asistió al VII Congreso Mundial de Poetas, realizado en Marrakech. Era el invitado de honor y, según dijo, era su primera vez en Marruecos: “Aquí me despierta todas las mañanas el almuecín y eso me gusta mucho. Me emocionan las plegarias de los fieles”

La visita a Marruecos era, quizá, su secreto mejor guardado, más allá de haber sido visto “atravesando la Plaza Cervantes (Plaza de la Victoria), con su estatura mediana, su cabello negro peinado hacia arriba, buscando a una mujer de identidad desconocida”, según su traductor al árabe, Ibrahim al Jatib. “Miraba con indiferencia a la gente y a las cosas, asombrado ante los colonos españoles, y los hombres de la Falange española, también observaba con asombro el nacimiento de un movimiento nacionalista marroquí en aquella pequeña y tranquila ciudad del norte de Marruecos”.

Varios personajes en uno

Borges era varios Borges a la vez. ¿Cuántos Borges había en Borges, a veces más conocido por sus ocurrencias que por su vasta obra? Borges parecía buscarse a sí mismo. “¿Qué son el Oriente y el Occidente? –dijo alguna vez–. Si me lo preguntan, lo ignoro. Busquemos una aproximación”. El ambiente exótico creado por los parajes y la cultura del medioevo oriental resultaron ser una fuente de inspiración tanto para Borges como para el movimiento cultural del romanticismo europeo en el siglo XIX. La leyenda cobró vida en su obra, labrada con meticulosidad en sueños y musas que irrumpían en sitios tan inverosímiles como los baños de inmersión, impedido de tomar duchas debido a su ceguera, según me contó su viuda, María Kodama.

Borges según Borges, Episodio 3

El Oriente de Borges tenía “El fino olor del té, el olor del sándalo / Las mezquitas de Córdoba y del Aska / Y el tigre, delicado como el nardo. / Tal es mi Oriente. Es el jardín que tengo / Para que tu memoria no me ahogue.”. Ese Oriente, el de Borges, no respeta fronteras: se extiende desde Persia hasta China y Japón, con sus culturas, costumbres y religiones. En el libro Historia universal de la infamia, publicado en 1935 y revisado en 1954, recrea pasajes de Las mil y una noches. Un cuento, Historia de los dos que soñaron, resume su otra obsesión: los sueños. El libro era, para Borges, “una serie de sueños, cuidadosamente soñados”.

La palabra mil es sinónimo de infinito. Decir mil y una noches, observa Borges, es agregar una al infinito

Sus textos, en poesía y en prosa, van saltando con personajes de nombres árabes de Buenos Aires a la Alhambra, de la Alhambra a Alejandría, de Alejandría a Babel, de Babel a Babilonia y de Babilonia a otros sitios. En ocasiones, con citas del Corán. El hechizo de Las mil y una noches recorre sugestivos pasajes de su obra, admitió en una conferencia recogida en el libro Siete Noches. “En el título de Las mil y una noches hay algo muy importante: la sugestión de un libro infinito –escribió–. Virtualmente, lo es. Los árabes dicen que nadie puede leer Las mil y una noches hasta el fin. No por razones de tedio: se siente que el libro es infinito”.

La palabra mil es sinónimo de infinito. Decir mil y una noches, observa Borges, es agregar una al infinito. En inglés, en lugar de decir for ever (para siempre), suele decirse for ever and one day (para siempre y un día). Si las cifras pares son de mal agüero para algunas culturas, el número impar viene a subsanarlo con esa presunción de infinito que, a lo largo de las fábulas de trasmisión oral que recorrieron Alejandría, India, Persia y el Asia Menor hasta ser escritas en árabe en El Cairo, se hizo consustancial con ese Oriente en el cual Borges, a su vez, percibe la palabra oro. El cielo de oro del amanecer. Un cielo infinito.

Lo es, acaso como el legado de Borges. Con sus textos, como los de Las mil y una noches, intentaba distraer y conmover al lector, no persuadirlo, avisa en el prólogo de El Informe de Brodie (1970). Era alguien que, como Balkh Nishapur, de Alejandría, “cree hablar para unos pocos y unas monedas y en un perdido ayer entreteje el libro de Las mil y una noches”, como confiesa en Historia de la noche (1977). En Borges aflora la sensualidad de las noches árabes frente a su frondosa imaginación y su prodigiosa pluma. Las noches árabes traducidas al inglés, luego a otro idioma, el castellano, y a otra latitud, Buenos Aires.

Borges según Borges, Episodio 4

Lo místico tiene límite. Según Kodama, “si pensamos en el Evangelio, cuando dice: «En el principio era el Verbo, y el Verbo se hizo carne y habitó en medio de nosotros», nos hallamos ante una bifurcación del significado de la palabra ‘verbo’ a través del tiempo. El camino elegido por Borges consiste en perseguir esa noción de Verbo como ‘el todo’, al que el poeta solo tendrá una posibilidad de acercamiento a través del imperfecto verbo, la palabra”.

El Oriente era su Norte

Borges rechazaba la profusión del color local de la literatura argentina. El Oriente era su Norte: “¿Qué es el Oriente? Si lo definimos de modo geográfico nos encontramos con algo bastante curioso, y es que parte del Oriente sería Occidente o lo que para los griegos y romanos fue el Occidente, ya que se entiende que el norte de África es el Oriente. Desde luego, Egipto es el Oriente también, y las tierras de Israel, el Asia Menor y Bactriana, Persia, la India, todos esos países que se extienden más allá y que tienen poco en común entre ellos. Así, por ejemplo, Tartaria, China, el Japón, todo eso es el Oriente para nosotros. Al decir Oriente creo que todos pensamos, en principio, en el Oriente islámico, y por extensión en el Oriente del norte de la India”.

Borges escribe en la periferia (Argentina) como si estuviera en el centro (Europa). Su tendencia cosmopolita apela a la tradición islámica para sostener su universo literario y su humanidad, antes que su nacionalidad. Para Borges, los debates sobre la nacionalidad solían ser un lugar propicio para ejercer la paradoja: los escritores argentinos que escribían como españoles eran una prueba de la versatilidad criolla, los nacionalismos argentinos eran ideologías importadas de Europa.

Con su amigo Adolfo Bioy Casares, otro gran escritor argentino, formó una sociedad. Una sociedad literaria que llevaba el seudónimo Honorio Bustos Domecq. Era el autor ficticio de relatos detectivescos, como Seis problemas para don Isidro Parodi (1942), Un modelo para la muerte (1946), Crónicas de Bustos Domecq (1967) y Nuevos cuentos de Bustos Domecq (1977).

Borges, ciego desde los 55 años, no podía apreciar los caracteres arábigos sobre el papel, pero percibía la familiaridad con la lengua

¿Cómo hacía para escribir con Borges?, le pregunté a Bioy Casares. “Era tan fácil… –me respondió–. Ante cualquier dificultad siempre estaba el otro. En 1935 o algo así, yo tenía un tío que trabaja en [la empresa láctea] La Martona. Me encargó un folleto seudocientífico sobre el yogur. A 16 pesos por página, buena paga para la época. Como sabía que Borges pasaba estrecheces económicas, le propuse que lo hiciéramos juntos. Nos fuimos a la estancia de mis padres, en el partido de Las Flores. La casa estaba totalmente destruida. En ese comedor, al lado de la chimenea, hacía mucho frío. Nos alimentábamos con tazas de cacao tan espeso que la cucharita quedaba parada”.

Tres o cuatro años después, Borges y Bioy Casares comenzaron a escribir cuentos. “Borges decía que íbamos a darnos tres días para pensar la historia, pero, después de la primera noche, se impacientaba y comenzábamos”, agregó Bioy Casares, quien compartió con Borges otro seudónimo literario, Benito Suárez Lynch.

Ser agnóstico no le impedía a Borges encontrar en el islamismo, con ayuda de la filosofía, un sistema de pensamiento que trascendía el color local. En Ficciones (1944) y en El Aleph, que define “la primera letra del alfabeto de una lengua sagrada”, la ficción encuentra eco en versículos del Corán. Se trata, tal vez, de la búsqueda del otro en el tiempo y en el espacio, convertido en un laberinto. O de la búsqueda de sí mismo.

Borges según Borges, Episodio 5

El otro, en verdad, es él mismo en la disyuntiva del tiempo: “Tiempo sagrado y tiempo profano, tiempo de Dios y tiempo del hombre, plano de lo humano y ámbito del milagro, Borges trama, apoyándose en la noción de temporalidad sagrada en el Corán, una ficción que descansa en un paralelismo temporal fascinante y que refleja la concepción que él mismo tiene del tiempo”. Ese tiempo se consume en el laberinto. Era la otra obsesión de Borges, asociada no por casualidad al desierto, una de las señas de identidad de la cultura árabe.

En el universo de Borges, una moneda de 20 centavos argentina de 1929, con “marcas de navaja o de cortaplumas” que “rayan las letras N T y el número dos”, pasa a ser un Zahir, palabra que significa notorio, visible y que, como narra en el cuento homónimo, publicado en 1949, “quizá yo acabe por gastar a fuerza de pensarlo y de repensarlo, quizá detrás de la moneda esté Dios”.

Las figuras circulares más célebres de Borges son el Aleph y el Zahir. Las dos esferas, cuyas letras iniciales fijan los márgenes del alfabeto, la A y la Z, irradian luz: una es tornasolada y la otra es metálica. Ambas se entrelazan en la frase “Dios es inescrutable”, a tono con «Sólo Dios es sapiente», remate de muchos autores islámicos.

La búsqueda de sí mismo

El manantial de Borges resulta inagotable en un viaje fantástico desde un sótano de Buenos Aires hasta los dominios de Simbad el Marino (o Ulises), Iskandar Zu al-Karnayn, Alejandro el Bicornio de Macedonia y Tarik Benzeyad o la mezquita Amr, de El Cairo.

La búsqueda del otro o de sí mismo estaba en otro idioma, en árabe, y su mujer quiso complacerlo poco antes de morir, el 14 de junio de 1986. Un profesor egipcio que vivía en Lausana acudió a su encuentro en Ginebra sin saber que iba a romper en llanto en cuanto traspusiera la puerta de una habitación. La de Borges. Había leído su obra completa en francés.

Borges, ciego desde los 55 años, no podía apreciar los caracteres arábigos sobre el papel, pero percibía la familiaridad con la lengua. “La vejez (tal es el nombre que los otros le dan) / puede ser el tiempo de nuestra dicha”, dice en el libro Elogio de la sombra (1969), traducido al árabe con el título Madih al Atama por la editorial Toubkal, de Marruecos.

Aquel profesor, nacido en Alejandría, “le dedicó horas bellísimas en los últimos días de Borges, dibujando en su mano las preciosas letras del alfabeto árabe”, recuerda Kodama. La lectura en Borges despierta a la memoria y remueve los sueños propios y los de otras generaciones: «En dos procedimientos abunda el libro de Las mil y una noches: uno, puramente formal, la prosa rimada; otro, las predicciones morales. El primero corresponde a las animaciones del narrador: personas agraciadas, palacios, jardines, operaciones mágicas, menciones de la divinidad, puestas de sol, batallas, auroras, principios y finales de cuentos. El segundo requiere dos facultades: la de combinar con majestad palabras abstractas y la de proponer sin bochorno un lugar común».

Entre los libros de la biblioteca familiar de Borges había numerosos volúmenes sobre budismo, taoísmo, sufismo, y otras vertientes religiosas, místicas y filosóficas. La ceguera era hereditaria. En 1914, la visión de su padre comenzó a deteriorarse. La familia viajó a Europa para consultas médicas. El estallido de la Primera Guerra Mundial demoró el regreso. Borges asistió al colegio en Ginebra, donde se radicó la familia y donde iba a morir. Aprendió francés y latín después de haber incorporado como autodidacto el alemán. Luego iba a asimilar otras lenguas, como el italiano y el japonés, y dialectos, como el germánico medieval y el escandinavo antiguo.

Era un erudito en toda regla. Un habitante de los arrabales de los géneros literarios, capaz de hacer reales viajes imaginarios y calcar el espíritu de sociedades pretéritas y lejanas como si viviera en ellas. Un bibliotecario, oficio que ejerció, que trascendió la biblioteca, desplegó las alas de la imaginación y plasmó en palabras el resultado de sus aventuras. Las aventuras de su memoria prodigiosa y de su transgresión literaria. Borges, a contramano de su tiempo, se salió del molde, desentendido de las críticas y de los críticos por su aparente falta de raíces y por haber unido dos mundos: Oriente y Occidente. Los unos y los otros. Nosotros. Que, como solía decir Borges, nos merecemos una nueva lectura.


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Ponencia de Jorge Elías en la conferencia Contactos entre las lenguas árabe y española, organizada por Alter Forum y la Facultad de Letras y Ciencias Humanas de la Universidad Mohamed V de Rabat en Smara, Sahara Occidental, entre el 14 y el 16 de diciembre de 2018

BIBLIOGRAFÍA

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Jorge Elías

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Instagram: @JorgeEliasInter | @el_interin



6 Comments

  1. Hola Jorge
    Te cuento que fui compañero de secundaria de Cristian Mira, él quizá recuerde que en la escuela teníamos una revista (salieron solo dos números) y en uno de ellos publicamos un reportaje a Borges, hecho por mí y otro compañero (Mariano Memolli) en el departamento del escritor en la calle Maipú. Fue emocionante estar en su casa, entre sus libros y con su gato blanco. Lo escuchamos magnetizados durante más de dos horas, teníamos 17 años. También publicamos una nota donde contábamos cómo habíamos conseguido la entrevista.
    Gracias por estos recuerdos, disparados por esta entrada de tu blog.
    Un abrazo
    Mauricio Vacas

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