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Por Jorge Elías
Como es habitual en diciembre, el sitio digital Politifact convoca a sus suscriptores a elegir la mentira del año. Es difícil esta vez. La mentira del año pudo ser el firme rechazo de Hillary Clinton a la acusación de haber enviado material clasificado por su correo electrónico privado mientras era secretaria de Estado de los Estados Unidos o las denuncias de Donald Trump sobre el presunto fraude electoral del que iba a ser víctima. Hubo más claro, atribuidas a las plataformas no tradicionales Google, Facebook y Twitter, como el supuesto apoyo del papa Francisco al candidato republicano. Esas noticas circularon más en la red y recibieron más comentarios que las reales.
En el año del Brexit, del tropiezo del acuerdo de paz de Colombia en un referéndum innecesario y de la victoria de Trump, entre otros reveses de la clase política, el Diccionario Oxford escogió su propia palabra para describir el contratiempo y la conmoción que han supuesto. Se trata de post-truth o posverdad. El adjetivo denota “circunstancias en las cuales los hechos objetivos son menos influyentes en la formación de la opinión pública que los llamados a la emoción y a la creencia personal”. Traducido: noticias que han excedido cualquier expectativa ortodoxa o racional.
The Economist publicó en su portada el avance de un editorial en el cual insinuaba el triunfo de Trump como el “máximo exponente de la política posverdad”. La palabra posverdad proviene del libro The Post-Truth Era: Dishonesty and Deception in Contemporary Life (La era de la posverdad: falta de honradez y engaño en la vida contemporánea), del sociólogo norteamericano Ralph Keyes. Lo publicó en 2004. Pudo ser posverdad la victoria de Trump, pero también lo ha sido la derrota de Hillary, así como la imprevista salida del Reino Unido de la Unión Europea o el rechazo al acuerdo de paz del gobierno de Juan Manuel Santos con las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC).
Desde Richard Nixon (“No soy un criminal”), pasando por Bush padre (“Fíjense en lo que digo: no subiré los impuestos”) e hijo (“El régimen iraquí continúa poseyendo y encubriendo algunas de las más letales armas nunca concebidas”), hasta Bill Clinton (“No mantuve relaciones sexuales con esa mujer”), pocas veces la mentira ha cobrado tanta relevancia en la política norteamericana y mundial como en 2016.
En los días previos a las presidenciales de los Estados Unidos, el gobierno de Barack Obama acusó al Kremlin de estar detrás de ciberataques contra organizaciones políticas con el fin de «intervenir en el proceso electoral norteamericano». Lo confirmó ahora la CIA. De ser cierto, las agencias de inteligencia rusas hackearon las cuentas de correo electrónico de figuras importantes Partido Demócrata y entregaron ese material a WikiLeaks para ventilarlo durante la campaña y perjudicar a Hillary.
La piratería informática no está regulada como los ataques a instalaciones civiles en tiempos de paz. La alteración rusa violó el principio elemental de no intromisión en asuntos extranjeros y dejó al desnudo asuntos delicados que lesionaron a la candidata demócrata, más allá de la simpatía de Trump con Vladimir Putin. Durante la campaña, la presidenta del Comité Nacional Demócrata, Debbie Wasserman Schultz, debió renunciar tras el hackeo de los registros de su partido. El mismo Trump, hombre del año para la revista Time por ser el “presidente de los Estados Divididos de América”, animó a los rusos a “hackear los correos electrónicos de Hillary”.
La proliferación de las teorías conspirativas, alentadas por mentiras, llevó a un hombre de 28 años de edad, oriundo de Salisbury, Carolina del Norte, a ingresar con un rifle de asalto, una pistola Colt calibre 38, una escopeta y un cuchillo en una pizzería de la ciudad de Washington. Disparó. De milagro no hubo víctimas. Quiso verificar si era cierto que la pizzería era la tapadera de una red de prostitución infantil liderada por Hillary y su jefe de campaña, John Podesta. La historia había circulado en las redes con el hashtag #pizzagate.
En las redes también circularon afirmaciones de Trump sobre el nacimiento en Kenia de Obama, su rechazo a la guerra contra Irak o su respeto a las mujeres. Los llamados fast checkers de la web Politico comprobaron en una sola semana de septiembre que el ahora presidente electo decía o posteaba algo falso cada tres minutos y 25 segundos de discurso o de declaración. Eso arrojaba un total de 87 mentiras o distorsiones en el transcurso de cinco días. Alguna de ellas puede ser, sin duda, la mentira del año o, quizás, una escueta posverdad.
@JorgeEliasInter | @Elinterin
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