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Bajo el pretexto de la lucha contra el terrorismo y contra otras plagas, la vigilancia clandestina de los gobiernos ha aumentado en forma desmedida en todo el mundo
“Can you hear me now?”, tecleó Edward Snowden. Con esas cinco palabras, apenas tres en castellano (“¿Pueden oírme ahora?”), el hombre que ventiló las intimidades de la inteligencia de los Estados Unidos, refugiado en Rusia desde 2013, estrenó su cuenta de Twitter. El primer tuit de Snowden fue compartido por 25.000 personas en apenas una hora. En unos días superó el millón y medio de seguidores. Entre ellos, el ex vicepresidente norteamericano Al Gore y la actriz Whoopi Goldberg. En su biografía escribió: “Solía trabajar para el gobierno. Ahora trabajo para el público”. Sigue a una sola cuenta: la NSA (Agencia de Seguridad Nacional), su antiguo empleador.
Héroe para algunos, traidor para otros, Snowden se había comprometido a no divulgar secretos de Estado, pero también juró defender la Constitución contra los enemigos extranjeros y nacionales. Con su denuncia, tras haber prestado servicios para la NSA, dejó al desnudo la intrusión gubernamental injustificada en la vida privada de los ciudadanos mediante escuchas de diálogos telefónicos y seguimientos de correos electrónicos. La lista incluyó a la canciller de Alemania, Angela Merkel, y a la presidenta de Brasil, Dilma Rousseff, entre otros, en cuestiones vinculadas con licitaciones e inversiones en sus respectivos países. La excusa era la seguridad.
Por las revelaciones de Snowden, el Tribunal de Justicia de Europa invalidó el acuerdo entre la Unión Europea y los Estados Unidos para la transferencia de datos personales. El caso, planteado el austríaco Max Schrems como usuario de Facebook, fue presentado en Irlanda, desde donde la empresa norteamericana realiza por razones fiscales sus actividades en Europa y desde donde transfiere hacia los Estados Unidos las reseñas de sus usuarios. La transferencia de datos se rige por el acuerdo de 2000 entre Bruselas y Washington conocido como Safe Harbour (Puerto Seguro). Los Estados Unidos, según el fallo, dejaron de eso: un puerto seguro.
Bajo el pretexto de la lucha contra el terrorismo y contra otras plagas, “vivimos, aquí y ahora, bajo la mirada de una especie de imperio de la vigilancia y, sin que lo sepamos, cada vez más nos observan, nos espían, nos vigilan, nos controlan, nos fichan”, escribió Ignacio Ramonet. Empresas comerciales y agencias publicitarias registran nuestras vidas como Estados orwellianos, ansiosos de obtener datos personales y, de ese modo, vulnerar nuestra intimidad. El problema no es la vigilancia en sí, sino la clandestina, aquella que, como señaló Snowden, carece “del permiso de un juez, un juez independiente, un juez auténtico, no un juez secreto”. Es más efectivo fisgonear que disparar, aunque sea ilegal.
Snowden, como Julian Assange, fundador de WikiLeaks, es un “lanzador de alertas”, según Noam Chomsky. Son puntales en un mundo en el cual, a pesar de las guerras, disminuye el gasto militar y aumenta el espionaje. En 2015, el Pentágono adquirió el menor número de aviones nuevos desde 1915 y fue superado por primera vez en entregas de aviones de combate por Rusia. Eso da una pauta del cambio, así como la reducción de 548.000 efectivos a 213.000 en el ejército francés y de 545.000 a 180.000 en el alemán. El ejército británico es el más pequeño desde las guerras napoleónicas. Por ahí van los tiros. La información es poder.
Twitter @JorgeEliasInter y @elinterin
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