Getting your Trinity Audio player ready...
|
Antes de la brutal incursión de Hamas en Israel, el 7 de octubre de 2023, el gobierno de Joe Biden no quería malgastar su capital político en Medio Oriente. Era más redituable, en vísperas de un año electoral, insistir en moler a Rusia por la guerra contra Ucrania y repeler la intención de China de implantar un nuevo orden mundial codo a codo con Vladimir Putin. El rival republicano de Biden, ahora de Kamala Harris, Donald Trump, no dejó de estar en contacto con Putin, inclusive después de abandonar la Casa Blanca. También supo mantener su sintonía fina con el primer ministro de Israel, Benjamin Netanyahu, más cómodo con él que con Biden.
Estalló la guerra de Israel contra Hamas en la Franja de Gaza y, un día después, contra Hezbollah en el sur de Líbano, así como contra los hutíes en Yemen y, más recientemente, contra Irán en forma directa. Aquello que se temía pasó a ser realidad. Israel e Irán llevan muchos años embarcados en una conflagración. Lejos del nacionalismo y a favor de la creación de un Estado islámico, la teocracia iraní delega su poder en otras fuerzas. La misión, supuestamente encomendada por Alá: borrar a Israel de la faz del planeta. Biden invirtió un año en convencer a Netanyahu de frenar la escalada bélica con una tregua con Hamas. No pudo.
En la intimidad, Biden no ahorra insultos contra Putin y Netanyahu. Uno, capaz de desatar una guerra nuclear, “es un malvado. Estamos lidiando con el epítome del mal”, dice. El otro, embarcado en la guerra para consolidar su delicada posición política, según sus detractores en Israel, “es un mal tipo”, sostiene Biden mientras suelta otros improperios. Quizá como Trump, “peor que Richard Nixon”, el único presidente en la historia de Estados Unidos que se vio obligado a renunciar. Lo cuenta de ese modo el veterano periodista Bob Woodward, editor asociado de The Washington Post, en su nuevo libro, War (Guerra).
Réplica de Biden: “¿Cuál es tu estrategia, hombre?”. Conclusión: “Bibi [apodo de Netanyahu], no tienes estrategia”
Woodward, famoso por haber hecho con su colega Carl Bernstein, bajo la mirada atenta del jefe de ambos, Ben Bradlee, la investigación periodística del caso Watergate, que precipitó el final del gobierno de Nixon en 1974, revela medio siglo después la entretela del poder. Esa que baja a tierra tras las paredes de la Oficina Oval, donde huelgan las teorías y prima el pragmatismo. En este período, entre éxitos y fracasos, reluce el desastroso retiro de las tropas norteamericanas de Afganistán en 2021. Un error de cálculo de la inteligencia: no haber previsto la rapidez con la que los talibanes iban a tomar el gobierno.
Entonces, dice Woodward, Biden recibió un llamado sorpresivo de uno de los miembros del Club de los Presidentes, como supieron llamar Nancy Gibbs y Michael Duffy a la fraternidad de exmandatarios más allá de sus colores políticos en el libro homónimo. Era George W. Bush, impulsor de la invasión a Afganistán tras la voladura de las Torres Gemelas en 2001: «Vaya, chico, puedo entender por lo que estás pasando. Mi gente de inteligencia también me jodió». Error de cálculo o negligencia que se codea con la israelí en el ataque terrorista de Hamas.
Frente a esa calamidad, puntal de la guerra más larga y mortífera de Israel desde su origen en 1948, Biden le preguntó a Netanyahu cuál era su plan. La respuesta: “Tenemos que ir a Rafah [el territorio más al sur de la Franja de Gaza, en el límite con Egipto]”. Réplica de Biden: “¿Cuál es tu estrategia, hombre?”. Conclusión: “Bibi [apodo de Netanyahu], no tienes estrategia”. En abril, cuando hablaron por teléfono, Israel lanzó un ataque contra Siria. Mató a un general de la Guardia Revolucionaria de Irán. Fue respondido con misiles contra Israel. Era la primera vez, en esta etapa, que Irán disparaba en forma directa contra su enemigo.
Nunca estuvo en duda el derecho a la autodefensa de Israel, sino la insistencia de Netanyahu en equiparar la proporción de terroristas y civiles muertos
Los asesinatos selectivos de los cabecillas de Hamas y Hezbollah, así como los de militares iraníes, quedaron fuera del control de Estados Unidos. Eso creó una creciente desconfianza de Biden, que debió hamacarse entre el apoyo a Israel y a las víctimas civiles palestinas mientras, en las universidades, maduraban las protestas del movimiento woke en rechazo a la represalia contra la Franja de Gaza. Un costo político adicional para los demócratas, más allá de que ninguno de los manifestantes aceptaría incorporar las leyes islámicas en su vida cotidiana.
Nunca estuvo en duda el derecho a la autodefensa de Israel, sino la insistencia de Netanyahu en equiparar la proporción de terroristas y civiles muertos y en subestimar la propuesta de Biden de cesar las hostilidades y reanudar el trabajo diplomático, empezando por el acuerdo con Arabia Saudita. El reino, también más cómodo con Trump, supeditó esa posibilidad al establecimiento de un Estado palestino, algo inaudito para Netanyahu. “Un maldito mentiroso”, según Biden en el libro de Woodward, especialista en desnudar las intimidades del poder.
https://reporteasia.com/opinion/2024/10/12/biden-intimidades-poder/