El desconcierto ideológico

No todos son topos que pretenden destruir al Estado, como se define Milei, más allá de que comulguen con otros alfiles de la llamada derecha alternativa




Multifacético, técnica mixta, Martín Dinatale, 2024
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La derecha alternativa, mentora de Donald Trump y del Brexit, entre otras falencias dignas de Matrix, no es liberal. Esa nueva derecha, como la llama el presidente de Argentina, Javier Milei, puede estar de acuerdo con la derecha moderada de liberales y conservadores en la importancia de preservar las virtudes en sociedades libres y civilizadas o en contener la marea colectivista de las izquierdas, pero está lejos de coincidir en el papel del individuo, de la comunidad y del Estado, esgrime Lorenzo Bernaldo de Quirós, académico asociado del Cato Institute.

Si hubiera un diálogo socrático entre liberales y conservadores, no coincidirían en las causas ni en las soluciones del desmadre global. Liberales y libertarios, como se identifica la nueva derecha, permanecieron bajo el mismo alero durante la Guerra Fría. No pudieron asomarse mientras el comunismo soviético acechaba como un francotirador en un mundo dividido en dos. Eran una suerte de coalición que necesitaba una razón para cobrar o recobrar el aliento y la identidad.

“Este tipo de conservadurismo defendía el deber del hombre de buscar la virtud, pero insistía en que ese fin no puede lograrse a menos que sea libre de la coerción estatal”, expone De Quirós. En conclusión, los libertarios como Trump, Milei, Georgia Meloni, Santiago Abascal, Viktor Orbán y afines no son liberales. Ni por asomo. Milei se define a sí mismo como “un topo” que “destruye al Estado desde adentro”. Algo así “como estar infiltrado en las filas enemigas”. Paradójicamente, el jefe de Estado está obsesionado en dinamitar al Estado.

No ocurre lo mismo con otros libertarios, aunque coincidan en abrazar el nacionalismo populista, detesten a los inmigrantes y no oculten su desdén contra los políticos y las instituciones globalistas. Después de las elecciones del Parlamento Europeo, donde socialdemócratas, liberales y democristianos mantuvieron una amplia mayoría, el presidente de Francia, Emmanuel Macron, liberal, disolvió en forma sorpresiva la Asamblea Nacional y convocó elecciones anticipadas frente al avance de Marine Le Pen. Ganó, por 30 parlamentarios contra 13, la líder de la Agrupación Nacional.

Meloni pertenece a la ultraderecha, pero resulta amable para una parte de la derecha europea por una política híbrida que une el nacionalismo y el europeísmo

Una señal de alarma, al igual que la emitida por Alternativa por Alemania (AfD), el primer partido de ultraderecha que ingresó en el Parlamento Europeo desde la Segunda Guerra Mundial. No cambian mucho los guarismos, pero no dejan de ser significativas las derrotas entre los partidarios de la integración europea.

La nueva derecha tiene matices. El partido de Meloni, Fratelli d’Italia (Hermanos de Italia), creció de 10 a 24 parlamentarios en desmedro de Liga, el de extrema derecha de Matteo Salvini, que bajó de 22 bancas a ocho. No todos los topos son iguales, aunque, como ocurre en Italia, formen parte de la coalición de gobierno. Meloni pertenece a la ultraderecha, pero resulta amable para una parte de la derecha europea por una política híbrida que une el nacionalismo y el europeísmo. Ultraconservadora puertas adentro y moderada puertas afuera.

A diferencia de otros ultraderechistas, Meloni no reniega de la pertenencia de Italia a la Unión Europea y a la OTAN y apoya a Ucrania y Estados Unidos, gobernado por Joe Biden, nuevamente rival de Trump en las presidenciales, frente a las ambiciones expansionistas de Vladimir Putin, patrocinador de extremos.

Matices del desconcierto ideológico o, en cierto modo, de las etiquetas como una forma de encasillar políticos. En Alemania, por ejemplo, los democristianos de Ursula von de Leyen, presidenta de la Comisión Europea, obtuvieron nueve bancas adicionales a pesar del crecimiento del partido filonazi AfD y del debilitamiento de los socialdemócratas del canciller Olaf Scholz y de los verdes.

En Polonia, después del cambio de gobierno en 2023, el partido Ley y Justicia (PiS), de tendencia católica, conservadora y proteccionista, perdió escaños en Estrasburgo. Otro tanto ocurrió en Hungría: el partido nacionalista y conservador Fidesz, de Orbán, sufrió un traspié. La ultraderecha creció en Austria, transformándose en la principal fuerza política por encima de los democristianos. En Luxemburgo resultó elegido por primera vez un populista de derecha. Y así sucesivamente en elecciones que, como todas, tuvieron más sabor a plebiscito nacional que a integración o desintegración europea para aportar otro grano de arena al desconcierto ideológico global.

Jorge Elías

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