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Cuando decenas de estudiantes tomaron un edificio de la Universidad de Columbia en Nueva York, muchos recordaron las protestas por los derechos civiles y contra la guerra de Vietnam en 1968. El déjà vu, con barricadas en los accesos y consignas contra el gobierno de Estados Unidos, se esfumó apenas colgaron en una ventana una bandera palestina y corearon “Palestina libre”. Los desalojó la policía, como ha ocurrido en Atlanta, Michigan, Texas y otros campus. Hubo varios arrestos. En el aire quedó flotando el debate sobre la libertad de expresión en desmedro de la libertad académica.
Desde Vietnam hasta el apartheid y el asesinato de George Floyd, las universidades norteamericanas han sido escenarios de encendidas discusiones sobre asuntos contemporáneos. No solo entre los estudiantes. Esta vez, la palabra woke se coló en el lenguaje. Aquellos que no son woke “tienen que ser reaccionarios”, explica la filósofa Susan Neiman en su libro Izquierda no es woke. “Lo que les une es el principio del tribalismo en sí mismo: solo te conectarás verdaderamente con aquellos que pertenecen a tu clan y no necesitas mantener compromisos profundos con nadie más”, agrega. Prima la intolerancia.
Las protestas en las universidades de Estados Unidos estallaron en respuesta a la represalia de Israel en la Franja de Gaza, que lleva más de 34.000 palestinos muertos en casi siete meses, a raíz del ataque en el cual Hamas mató a 1.200 personas, en su mayoría civiles, y secuestró a 250. Un juego de suma cero en el que Joe Biden, empeñado en ser reelegido en noviembre, no pudo persuadir a Benjamin Netanyahu, nostálgico del gobierno de Donald Trump, sobre su vano afán de liquidar a Hamas y rescatar a los rehenes israelíes sin reparar en las víctimas civiles.
“Stay woke (mantente despierto)”, decía la letra, símbolo de la resistencia contra la injusticia social
El antisemitismo, aunque la palabra semita incluya a hebreos y árabes, y la islamofobia, aunque no todos los árabes sean musulmanes, confluyen en las universidades norteamericanas. No se trata ahora de rebeldes de pelo largo y conservadores de pelo corto como en los años sesenta, sino, entre otros matices, de estudiantes no judíos contra pares judíos en un país polarizado hasta por el sabor del helado. En la Universidad de California en Los Ángeles (UCLA) se trenzaron a puñetazos, empujones y patadas.
Woke proviene del verbo wake. Significa despertar. La primera vez que se popularizó esa palabra fue en una canción del cantante de blues Lead Belly titulada Scottsboro Boys. Estaba dedicada a nueve adolescentes negros acusados de violar a mujeres blancas en Arkansas en 1931. Sus ejecuciones fueron impedidas tras años de protestas internacionales contra el Partido Comunista mientras la Asociación Nacional por el Avance de las Personas de Color (NAACP, en inglés) se mostraba reacia a involucrarse. “Stay woke (mantente despierto)”, decía la letra, símbolo de la resistencia contra la injusticia social.
El movimiento cobró relevancia con Black Lives Matter, comprometido en la lucha contra la brutalidad policial contra afrodescendientes desde el caso Michael Brown, baleado en 2014. El antirracismo, el feminismo, los derechos de los transexuales y otras cuentas pendientes fueron sumándose en una agenda contradictoria que, en blanco y negro, pone ahora a Hamas como un coro de ángeles frente a un invasor, Israel, que se excedió en la venganza por la muerte y los apremios de los suyos. Algo que nadie duda, así como la coartada política de Netanyahu para zafar de las condenas domésticas, pero no amerita la defensa del terrorismo.
Nosotros, los woke, somos la solución y ustedes, los antiwoke, son el problema, por más que aquello que defendamos, como Hamas, ejercite lo que denostamos
Lejos del llamado del predicador, periodista y empresario jamaiquino Marcus Garvey en 1923: “Wake up, Ethiopia! Wake up, Africa! (¡Despierta, Etiopía! ¡Despierta, África!)”. En 1962, el novelista norteamericano William Melvin publicó en The New York Times el artículo If you’re woke, you dig it (Si estás despierto, lo cavas). Puso en negro sobre blanco las injusticias que sufrían los afroamericanos. Martin Luther King dijo en su discurso de 1965 en el Oberlin College, de Ohio, que los nuevos graduados debían mantenerse “despiertos”. Era la revolución de aquel momento, ensalzada por Vietnam, el movimiento hippie y la imaginación al poder.
Citada por el Capitolio, la presidenta de la Universidad de Columbia, Nemat Shafik, economista egipcia, adoptó una postura firme contra el antisemitismo. Omitió la libertad de expresión que, en cierto modo, se codea con la libertad académica. En diciembre, audiencias similares provocaron las renuncias de los presidentes de las universidades de Harvard y de Pensilvania, también cercadas por las protestas. La porfía forma parte de una campaña de los republicanos para prevenir el antisemitismo en los claustros.
La palabra woke pasó a ser considerada un insulto por los conservadores. La interpretan como una cultura de la cancelación. Nosotros, los woke, somos la solución y ustedes, los antiwoke, son el problema, por más que aquello que defendamos, como Hamas, ejercite lo que denostamos: el racismo, la xenofobia y la homofobia. Término paraguas, woke, para las causas sociales de una franja progresista que va contra la corrección del centro político. El bien y el mal bíblicos en el contexto de Medio Oriente, observado a distancia con un catalejo rajado por la fisura social y política de su propio país.
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