La ultraderecha se desinfla en Holanda

Perdió el partido de Geert Wilders, abanderado de la islamofobia y del euroescepticismo, pero dejó instalado el debate sobre la identidad nacional como eje de las campañas de Francia y de Alemania




Geert Wilders: el capitán de la eurofobia, de capa caída
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Al filo de la campaña, Turquía metió la cola en las elecciones de Holanda. La crisis entre ambos gobiernos aireó la xenofobia contra los musulmanes en particular y contra los extranjeros en general. Intentó sacarle rédito el líder del Partido de la Libertad (PVV), Geert Wilders, un provocador nato. En la campaña, Wilders tildó a los marroquíes de “escoria” y le sugirió al diputado holandés de origen turco Tunahan Kuzu que se fuera del país. En respuesta, Kuzu le reprochó que su partido instaba a prohibir el Corán y cerrar las mezquitas como, en los años treinta, el régimen nazi instaba a prohibir la Torá y cerrar las sinagogas.

Era el momento Wilders de la historia, con el Brexit y Donald Trump como estandartes, pero perdió. Su derrota en las parlamentarias holandesas resultó un alivio para los partidos centristas. De haber ganado, difícilmente iba a ser el primer ministro, sobre todo por las alianzas que requiere el sistema, pero tapizaba el camino de otras agrupaciones euroescépticas. Wilders llegó a ser el favorito en algunas encuestas. Era el termómetro, más allá de ser una rareza política. Vive en las sombras, con custodia. Lo amenazaron de muerte en 2004. Ese año, extremistas musulmanes liquidaron al cineasta Theo van Gogh, también antiislamista.

Casi todos los partidos holandeses se oponían firmemente a una coalición con Wilders. En 2010, con cinco posibilidades en danza, la formación del gobierno demandó más de cien días de tejes y manejes. Desde la oposición, el PVV se veía fortalecido por haber impuesto el perfil de la campaña y por ser una fuerza de obstrucción en el Parlamento. En estas elecciones, la propia sociedad holandesa dejó de mostrarse liberal y tolerante. Hasta el primer ministro Mark Rutte, cuyo partido liberal revalidó la victoria, quedó a merced de la prédica sin matices. Los atentados terroristas contra blancos europeos radicalizaron los discursos.

El día después

Parecía ser la oportunidad de Wilders. El apoyo a la extrema derecha creció en Europa del uno por ciento en los años ochenta al 12 por ciento en 2016, según la Encuesta Mundial de Valores. En Holanda, Francia, Alemania y Austria, el aumento ha sido superior. Lo mismo ocurrió con la extrema izquierda, con índices de adhesión significativos desde 2005. La confianza en la Unión Europea, a su vez, cayó 20 puntos porcentuales entre 2004 y 2014, así como la aprobación de las instituciones nacionales. Lo curioso es que ambos extremos pugnan por dinamitar a la Unión Europea, aparente causa de todos los males. Los extremos se unen.

El debate por la soberanía y la identidad nacional no sólo dominó la campaña en Holanda. Trascendió fronteras. La proclama de Wilders, «Make the Netherlands ours again (Hagamos los Países Bajos nuestros de nuevo)«, emuló la de Trump. Su plan, de una carilla frente a otros de extensiones kilométricas, quiso ser simple. El islam, según Wilders, amenaza a la democracia. La Unión Europea entrega dinero a los refugiados mientras los gobiernos recortan los servicios públicos. ¿Qué queda, entonces? Abandonar la Unión Europea, al estilo Brexit, a pesar de que Holanda haya sido uno de los seis miembros fundadores.

Wilders, con su lema “nosotros contra ellos”, polarizó a un país de más inmigrantes que emigrantes. Vive ensimismado mientras el primer ministro Rutte va a trabajar en bicicleta. En la refriega, dos ministros turcos no pudieron hacer campaña en Holanda por el referéndum para reforzar el poder del presidente Recep Tayyip Erdogan. Será en abril. Una ministra deportada, el canciller con el aterrizaje vedado, la diáspora enardecida y Erdogan crítico del presunto reverdecer del nazismo en Holanda y, también, en Alemania, socios de su país en la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN). Un despropósito.

Poco antes del entuerto con Holanda, el arresto en Estambul del periodista alemán de origen turco Deniz Yucel, acusado de hacer «propaganda terrorista», avivó en Alemania las llamas contra Turquía y renovó la xenofobia. Erdogan, renuente a liberarlo a pesar del reclamo de la canciller Angela Merkel, tampoco pudo enviar a sus ministros a alentar a los turcos a votar por el sí en la consulta. La pelea insufló al partido de extrema derecha Alternativa para Alemania y se trasladó a Francia, donde Marine Le Pen pretende aprovechar en las presidenciales de abril el viento a favor de la islamofobia y del euroescepticismo. Ahora atenuado por el traspié de Wilders.

Publicado en Télam

Jorge Elías
@JorgeEliasInter | @Elinterin
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