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Por Jorge Elías
Hay preguntas que, según el ex primer ministro conservador David Cameron, “ni los políticos deberían responder”. Tenía razón. Su antecesor, Gordon Brown, laborista, no reparó en diferencias ideológicas al convenir en que “nadie tiene el derecho” de formularlas. También tenía razón. Estuvo de acuerdo el ex viceprimer ministro Nick Clegg, liberal demócrata: “Quienes cuantifican el sexo no lo disfrutan lo suficiente”. En la evasiva ante la inquietud periodística coincidían a tres bandas los políticos británicos, menos propensos al destape que los norteamericanos. Los secretos de alcoba, por regla general, pueden estropear una campaña electoral, no una gestión gubernamental. Dan fe Bill Clinton y John F. Kennedy.
¿Qué ocurre cuando asuntos de esa estofa se cuelan en la alta política, como ocurrió durante la primera media hora del segundo debate presidencial entre Donald Trump y Hillary Clinton? Lo otro, acaso lo importante, queda reducido a cenizas, como en el primer debate. Trump debió explicar esta vez la grabación difundida en las vísperas en la cual alardeaba de besar y meter mano en sus partes más íntimas a las mujeres sin preguntar y de seducir a cualquiera por el simple hecho de ser una estrella. Lo resolvió como «conversaciones de vestuario» entre hombres. Vergonzoso.
Horas antes, Trump había comparecido con cuatro mujeres (Juanita Broaddrick, Paula Jones, Kathleen Willey y Kathy Shelton) que en su día acusaron al ex presidente Clinton de acoso sexual. En el debate cruzó la línea acusando a Hillary de haberle permitido los deslices a su marido y de haber intimidado a esas mujeres. ¿Cómo reaccionó ella? Como un témpano. Citó a Michelle Obama: “Cuando ellos caen bajo, tú emprendes vuelo”. Y pasó página, como si nada hubiera herido su sensibilidad. Ese es el punto: ¿se sintió ofendida? Es una feminista que, absorbida por sus ambiciones políticas, no logra exhibir su costado femenino.
Más elocuente resultó la reacción de Melania Trump, la tercera esposa del magnate, cuya burda copia de un discurso de Michelle Obama durante la convención republicana quedó en anécdota en medio la campaña de los peores candidatos de la historia: «Las palabras usadas por mi marido son inaceptables y ofensivas para mí. Esto no representa al hombre que yo conozco. Él tiene el corazón y la mente de un líder. Espero que la gente acepte su disculpa, como he hecho yo, y se centre en los asuntos importantes a los que se enfrenta nuestro país en el mundo». Cuando Trump exaltó su machismo, en septiembre de 2005, ella estaba embarazada de Barron, nacido el 20 de marzo de 2006.
En el mundo se practica sexo más de 100 millones de veces por día o 64.445 veces por minuto, según la Organización Mundial de la Salud (OMS). Los japoneses son los más reacios. En el otro extremo, de poder elegir, los brasileños relegarían un aumento de sueldo para ver satisfecho su voraz apetito carnal. Prueba de ello es la brasileña Carla Adriana Weatherley, esposa del ex diputado conservador británico Mike Weatherley: se hacía llamar Carla a secas, Bea o Bianca en la intimidad. Su marido no sabía que era prostituta en los ratos libres. The Sunday Mirror publicó fotos de ella haciendo un insinuante striptease para un reportero que se hizo pasar por cliente.
Weatherley, padre de tres hijos de su matrimonio anterior, estaba llamado a crear la big society (gran sociedad) con el ex primer ministro Cameron. Era uno de los rostros radiantes del nuevo conservadurismo británico, de comportamiento ejemplar y atributos altruistas. A Carla, bastante menor que él, la conoció en Río de Janeiro, donde ejercía el oficio más antiguo del mundo. Nunca creyó que, con medias de rejilla y lencería de color fucsia, continuara siendo fiel a aquella vocación. No podía creer que fuera la misma que, grabada con una cámara oculta, recitaba de memoria sus honorarios: de 30 a 70 libras, según el servicio.
Dominique Strauss Kahn, ex director gerente del Fondo Monetario Internacional (FMI), no habría dudado un instante en contratar el combo completo. Tampoco se habría conformado con menos el ex primer ministro italiano Silvio Berlusconi, capaz “de tener, sin exagerar, seis relaciones sexuales por semana”, según su médico, Umberto Scapagnini, y descansar el séptimo, como Dios. De esa presunta aura se jactaba el difunto Muamar el Gadafi, pero, según una de sus asistentes, tratada como esclava, era “violento y adicto al alargador peniano y al viagra”. Su enfermera ucraniana, la rubia exuberante Galina Kolotnítskaya, alias Gala, solía recomendarle que no tomara más de una píldora por día.
Si bien los escándalos sexuales derivaron en un impeachment (juicio político) que pudo haber apresurado la liquidación del gobierno de Clinton, en otros tiempos no eran tan despreciables como los de Strauss-Kahn ni tan groseros como los de Arnold Schwarzenegger ni tan grotescos como los de Berlusconi ni tan vergonzosos como los de Eliot Spitzer, ex gobernador de Nueva York. Tenían el encanto de la travesura consentida, al estilo de Kennedy con Marilyn Monroe, en lugar de sospechas de sometimiento, abuso, vicio y papelón. En esos tiempos no había cámaras ni micrófonos ocultos hasta en los floreros ni amenazas de filtraciones indiscretas vía WikiLeaks.
El caso Strauss-Kahn animó en Francia a dos ex empleadas a acusar al secretario de Estado de la Función Pública durante el gobierno de Nicolas Sarkosy, Georges Tron, de asediarlas cuando trabajaban con él en el Ayuntamiento de Draveil con la ingenua excusa de darles un masaje en los pies. Tron, empujado por El Elíseo, dimitió. De inmediato, Luc Ferry, ex ministro de Educación, soltó una bomba por televisión: reveló que un ex ministro francés había participado de una orgía con menores en Marrakech y que recuperó la libertad después de haber estado detenido durante unas horas.
Nada nuevo. En 2009, el ministro de Cultura, Frédéric Mitterrand, debió renunciar por haber narrado en un libro autobiográfico publicado en 2005 que había tenido experiencias como turista sexual de jóvenes en Bangkok. Si aquel episodio no levantó ampollas, el caso Strauss-Kahn llevó a titular al semanario Le Nouvel Observateur: «La Francia de los machos», y al diario Libération: «Hartos de machos». Unos días después del arresto del ex director gerente del Fondo Monetario, Mahmoud Abdel-Salam Omar, de 74 años de edad, ex presidente del Bank of Alexandria, una de las grandes instituciones de Egipto, quedó bajo custodia policial por haber intentado propasarse con una empleada de otro hotel de Manhattan.
Eso no se dice. Eso no se hace. Eso no se toca. Menos aún en una campaña presidencial que no levanta vuelo. El presidente de la Cámara de Representantes de Estados Unidos, Paul Ryan, republicano, ha dicho a sus compañeros de bancada que no apoyará a Trump, pero no hará campaña a su favor. Los republicanos tienen la mayoría de número en esa cámara y en el Senado. Temen perder su hegemonía por los efectos negativos de Trump, émulo de Berlusconi con matices de Strauss-Kahn frente a una adversaria cuyo temperamento le impide plantarse frente a él como mujer más allá de la relativa bendición de las encuestas.
@JorgeEliasInter | @Elinterin
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