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Política

Plan canje

Hayan estado en sus aguas territoriales o no, Irán quiso subir la apuesta frente a las inminentes sanciones de la ONU Amonestado o no, Irán nunca consideró la posibilidad de suspender su programa de enriquecimiento de uranio. Prometió que no iba a usarlo para fabricar la bomba. Nadie le creyó. Y, por ello, puso a la comunidad internacional en un aprieto. En un aprieto mayúsculo: los Estados Unidos, encerrados en su “eje del mal”, siempre se mostraron más propensos a la guerra que a la diplomacia. Pesó Irak, sin embargo. Pesó Irak, con su rédito penoso, y pesó, también, Gran Bretaña, asociado con los máximos exponentes de la denostada “vieja Europa”, Francia y Alemania, en el intento de evitar otra confrontación. O de recuperar la cordura. La captura de 15 marinos británicos en aguas territoriales iraníes, o no, puso en otro aprieto a la comunidad internacional. En otro aprieto mayúsculo: ¿cómo responder a un país soberano, bajo sospecha por su obsesión de obtener la bomba, ante una situación por la cual Israel, en circunstancias diferentes, (leer más)

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Toco y me voy

Por unos días, la región quedó presa de una falsa opción entre la impotencia de uno y la competencia del otro En vísperas de la gira de George W. Bush por la región, Tabaré Vázquez y Luiz Inacio Lula da Silva se reunieron en la estancia presidencial de Anchorena, en las afueras de Colonia. Firmaron convenios de cooperación; sonrieron para la foto. Luego echaron migas a la prensa con los reclamos del gobierno uruguayo, compartidos con el paraguayo, por las asimetrías del Mercosur. Es decir, por la poca atención que los socios grandes prestan a los socios chicos. Nada nuevo bajo el sol. Ambos expusieron su parecer y, con ello, procuraron demostrar que habían afianzado el bloque. ¿De qué habían hablado? De la inminente visita de Bush a sus respectivos países. Si no, la reunión en sí, con el despliegue y el gasto que implica, no hubiera sido más que una formalidad. Con la demorada visita, Lula quiso pagarle a Tabaré Vázquez una deuda de ausencias. En la XVI Cumbre Iberoamericana, realizada en noviembre de (leer más)

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Un extraño en el espejo

Los cargos contra el ex asesor del vicepresidente Cheney desnudan la obsesión por la guerra contra Irak  Bush cultiva una máxima de Texas: el que se atreve, gana. Con ella arribó a Washington, DC, después de las amañadas elecciones de 2000. Estaba convencido de que iba a dar una lavada de cara a la Casa Blanca y de que en el Capitolio, con mayoría propia, los suyos iban a hacer mejor papel que Newt Gingrich, ex presidente de la Cámara de Representantes. Su Contrato con América turbó a Bill Clinton desde comienzos de 1995 hasta que renunció, a fines de 1998. Renunció para no ser echado. En cuatro áreas admitió después que habían fracasado los republicanos: corrupción, consultores, competencia y carisma. En aquel momento, Clinton había despojado a los republicanos del ideario de uno de sus próceres: Ronald Reagan, el primer presidente, después de Richard Nixon, con el cual tuvieron la sensación de que ocupaban la Casa Blanca. Reagan solía decir que los demócratas combatían la pobreza y ganaba la pobreza. Clinton, el demócrata más (leer más)

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Abierto por inventario

El diálogo con Irán y Siria, la mayor participación en Medio Oriente y el acuerdo con Corea del Norte son algunas señales En 2004, Al-Qaeda se atribuyó haber tumbado al gobierno de José María Aznar tras los atentados de Atocha. Tres años después, Al-Qaeda se atribuyó haber debilitado al gobierno de Romano Prodi, cercado, entre otras causas, por su insistencia en mantener la misión italiana de paz en Afganistán. En ese lapso, tres años, Al-Qaeda se atribuyó todo aquello que consideró un éxito: desde los atentados en Londres, Casablanca y Bali hasta la rutina de violencia en Irak. En todos los casos, la marca de Al-Qaeda, o de alguna de sus filiales, tuvo beneficios de inventario. Beneficios concretos. En especial, adhesiones y reclutamientos en Europa y otras regiones. Apenas perdieron los republicanos las elecciones de medio término en noviembre de 2006, otro falso mérito de Al-Qaeda, George W. Bush entregó a los demócratas la cabeza de su ladero más controvertido: Donald Rumsfeld, hasta entonces jefe del Pentágono. Sin él, el gobierno norteamericano adquirió un perfil (leer más)

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Contigo aprendí

Bush y Kim se detestan, pero, asediados por problemas internos, necesitaban encontrar una salida para recuperarse Excepto para el depuesto régimen de Saddam Hussein, sobre el cual no hubo lágrimas ni honras, el “eje del mal” tuvo un efecto no deseado: fortaleció a aquellos que, en principio, apenas contaban con la capacidad necesaria para negociar rebajas de ocasión frente a eventuales sanciones económicas de las Naciones Unidas por ir detrás de la bomba. La bomba manda. En un mundo sin liderazgos claros, echado a rodar como una bola de billar después de la Guerra Fría, la bomba, o la mera intención de concebirla en casa, indica el grado de peligro, y de interés, que puede entrañar un país o un gobierno determinado. La bomba, empero, no es igual para todos. No significa lo mismo. Israel, aunque niegue poseerla, procura asegurarse con ella su existencia. Irán, aunque niegue su afán de poseerla, procura asegurarse con ella su independencia. En algunos casos, la bomba no sólo da garantías a los regímenes, sino, también, a los Estados. En (leer más)

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Con la soga al cuello

Con la mención de la adicción al petróleo como signo negativo para los EE.UU., Bush comenzó a aceptar la derrota Con la ejecución de Saddam Hussein, a cargo de las autoridades iraquíes, las tropas norteamericanas completaron, en principio, la primera fase del plan: derrocar una tiranía que cobijaba armas de destrucción masiva y que amenazaba con utilizarlas contra los Estados Unidos. Era la premisa de George W. Bush. La premisa por la cual, contra la corriente, alentó en 2003 la invasión y, hecho el daño, la ocupación y la administración de un país que iba a ver profundizadas sus divisiones internas entre la minoría sunnita, antes dominante, y la mayoría chiíta, ahora emergente, bajo la mirada expectante de la población kurda. La excusa era un shock de democracia liberal, de modo de propagarla, como si de fuego en el bosque se tratara, en la región más conflictiva del planeta: Medio Oriente. Esa excusa, políticamente afín al mundo idealizado por la globalización, convenció a pocos. Los agoreros, renuentes a convalidar la doctrina de las guerras preventivas (leer más)