
La expropiación es una fiesta
Desde la nacionalización del petróleo mexicano durante el gobierno de Lázaro Cárdenas, en los años treinta, cada presidente latinoamericano que toma una medida de esa naturaleza sobre los recursos naturales parece reivindicar el orgullo popular en respuesta al despojo de la era colonial. Los argentinos estallaron en júbilo por la expropiación del 51 por ciento de Yacimientos Petrolíferos Fiscales (YPF) a la compañía española Repsol, aprobada por abrumadora mayoría en el Congreso, así como los bolivianos sintieron que les volvía el alma al cuerpo por la decisión de Evo Morales de estatizar la Transportadora de Electricidad (TDE), propiedad de Red Eléctrica Española (REE). La presidenta argentina, Cristina Kirchner, cuyo difundo marido contribuyó en los noventa a la privatización de YPF como gobernador de la provincia petrolera de Santa Cruz, barnizó el trámite con el tono épico con el cual hubiera alcanzado un anhelo un poco más distante y complejo: la recuperación de las islas Malvinas, usurpadas por Gran Bretaña en 1833. En este caso, procurando demostrar que Repsol no cumplió con sus compromisos de inversión (leer más)