Cicatrices en el alma




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Nadie en las condiciones de Lula, Obama y Evo Morales ha logrado llegar tan lejos

Es lo último que necesita oír. Lo reprende su madre, Ann Dunham, por ser “yonqui”, “porrero” y perfilarse hacia “el papel definitivo y fatal de joven aspirante a negro” tras animarse con la marihuana, el alcohol y “una rayita de coca cuando podías permitírtela”. El descarnado autorretrato de Barack Obama en su libro Los sueños de mi padre poco y nada dista de la escena de la película Lula, el hijo del Brasil, estrenada en estos días en la Argentina. Doña Lindú reprende a su séptimo hijo, Luiz Inacio, por beber en exceso como su padre, Arístides.

Obama cree que Lula es “el político más popular de la Tierra”. Lula cree que Evo Morales “refleja la cara de Bolivia”. Los tres atraviesan dificultades en la infancia y, en esa etapa, se ven obligados a trasladarse a tierras extrañas por los problemas afectivos y económicos de sus mayores. Tanto Lula como Morales pasan hambre: uno no tiene zapatos y, curiosamente, se gana la vida como lustrabotas, consigna Audálio Dantas en la biografía O Menino Lula (El Niño Lula); el otro, recuerda él mismo, recoge las cáscaras de naranja que arrojan los turistas desde las ventanillas de las flotas (autobuses) que serpentean entre las montañas de cumbres inalcanzables.

Nadie en esas condiciones ha llegado tan lejos ni tan alto. Es un mérito compartido por los tres, más allá de sus convicciones y gestiones. Próximo a concluir su segundo mandato, Lula es considerado en 2009 el personaje más influyente del mundo por la revista norteamericana Time y los diarios Le Monde, de París, y El País, de Madrid, así como uno de los protagonistas de la década por el Financial Times, de Londres. Le perdonan todo: desde la corrupción en su entorno –ahora en perjuicio de su presumible sucesora, Dilma Rousseff– y su pésima relación con la prensa hasta la mano blanda con un líder tan controvertido como Mahmoud Ahmadinejad y un régimen tan decadente como el cubano.

Esa versión del hijo del Brasil, la última, no aparece en la película, basada en el libro homónimo de la socióloga Denise Paraná. Narra sus primeros 35 años de vida, marcados por un interminable viaje de 13 días en camión del pueblo de Caetés, Pernambuco, a San Bernardo do Campo, San Pablo. A los 15 años obtendrá el diploma de tornero mecánico, al parecer insuficiente hasta que “yo, que tantas veces fui acusado de no tener un título universitario, consigo mi primer diploma, el título de presidente de la República”. Hasta ese momento, mucha lágrima se escurre en el pañuelo.

En 2005, Lula debe sortear uno de los peores escándalos de corrupción de la historia de Brasil. Es reelegido un año después. Esta vez, a una semana de las presidenciales, su protegida, Rousseff, debe sortear una crisis de no menor tenor en la cual se encuentra involucrada su ex segunda, Erenice Guerra, ministra jefe de Gabinete. Como en otras ocasiones, Lula arremete contra la prensa por “inventar cosas” y alentar el “odio”. Permite incluso que el Partido de los Trabajadores organice una concentración con el lema “Contra el golpismo de la prensa”. Promete “derrotar a los medios como hemos derrotado a los partidos de la oposición”.

En ese falso dilema entre los medios y la oposición como si de un complot se tratara también se trenza Obama: “Un canal de televisión se ha dedicado en su totalidad a atacar mi administración. Si usted observa el día entero ese canal, tendría graves dificultades para encontrar una noticia positiva acerca de mí”. Es Fox News. Su propietario, el magnate australiano Rupert Murdoch, ha tildado a Obama de “peligroso” para el futuro de los Estados Unidos.

Tan peligroso es, quizá, como lo son los medios para Morales, convencido de que “estamos sometidos a un terrorismo mediático, como si fuéramos animales, como si fuéramos salvajes”.

En uno de sus arrebatos, Lula confiesa que la prensa le produce “acidez” y acierta en afirmar: “Nosotros sabemos que el pueblo de 2010 no es maniobrado como hace 30 años. Ya no sirve más eso de que apareció algo en la televisión y, por eso, es verdad”.

Si sólo lee periódicos apenas un tercio del electorado brasileño, los otros dos tercios, menos instruidos y beneficiados por los planes sociales del gobierno, no vacilan en darle la razón cada vez que dice que la prensa miente. Lo dice a menudo. Es como la cicatriz que tiene en el muslo, a la altura de la rodilla, ingrato recuerdo de la única vez que su padre le demuestra afecto. Han ido a cazar venados y él, aún pequeño, se corta con un machete. La sangre brota a borbotones. Nota desesperación en el rostro delgado de ese hombre que convive con su segunda mujer y dos hijos con ella, y golpea con detestable frecuencia a su madre y sus hermanos. Lo abandonan.

Y, como Obama cuando se reconcilia con su padre muerto, presiente Lula que nada podrá ser peor y deja volar la imaginación hasta un sitio tan inaudito como la cumbre de las montañas que ni ellos ni Morales imaginan que alcanzarán. Eso pasa en las películas y las biografías. No mejoran a los hombres. Sólo ayudan, en ocasiones, a entenderlos.



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