Cuba no retrocede ni avanza




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Por vigésimo año consecutivo, la Asamblea General de las Naciones Unidas expresó en 2011 su “rechazo abrumador” al bloqueo económico y comercial que los Estados Unidos mantienen contra Cuba desde 1962. Medio siglo después de la aplicación de esa medida, ordenada por John F. Kennedy al calor de la Guerra Fría, hasta los más feroces detractores del régimen comunista sostienen que es tan ineficaz como “injusta e inhumana”. Tanto, que se ha convertido en la gran excusa de los hermanos Castro para imponer el principio de no intromisión y, de ese modo, prevenirse de las críticas por la falta de respeto a las libertades y los derechos humanos en la isla.

El aislamiento de Cuba a causa del bloqueo es, según el presidente de Colombia, Juan Manuel Santos, «un anacronismo que nos mantiene anclados en una era superada hace ya varias décadas». Lo expuso con esas palabras en la VI Cumbre de las Américas frente a Barack Obama y el primer ministro de Canadá, Stephen Harper, renuentes a la presencia en ese ámbito de autoridades cubanas por su nula disposición hacia una apertura democrática. Por cortesía, antes del foro regional realizado en Cartagena de Indias, Santos visitó a Raúl Castro en La Habana y, después, consintió la inasistencia de su par de Ecuador, Rafael Correa, en solidaridad con el país excluido en esta cita y las anteriores.

En vísperas de las presidenciales de los Estados Unidos, Obama no podía compartir un espacio de discusión con Raúl Castro y enfrentarse a la diáspora cubana de Florida ni dar el brazo a torcer frente a una dictadura que no ha vacilado en reprimir a sus opositores. En un libro reciente, “Diplomacia y Derechos Humanos en Cuba”, de la Fundación Konrad Adenauer y el Centro para la Apertura y el Desarrollo de América Latina (Cadal), Gabriel Salvia compila y honra los esfuerzos de diplomáticos extranjeros radicados en la isla para darles voz a aquellos que el régimen ha procurado acallar con ejecuciones, confinamientos, censuras y otras crueldades.

En 2003, Fidel Castro y los suyos apresaron a 75 disidentes (entre ellos, 27 periodistas) y fusilaron a tres infelices que intentaban huir en balsa. La llamada Primavera Negra de Cuba coincidió con el comienzo de la guerra contra Irak, su virtual pantalla. Con la asunción de Raúl Castro, en 2006, varios han sido excarcelados para subsanar el daño que Cuba se había hecho a sí misma con el deterioro de su imagen internacional. Ni ese intento de reparación ni la posterior muerte de un “preso de conciencia” como Orlando Zapata, tras 85 días en huelga de hambre, ha precipitado una salida democrática ni ha ablandado al régimen y su principal sostén, el convaleciente Hugo Chávez.

Así como la mayoría de los líderes democráticos de la región clama por la inclusión de Cuba, también deberían revisar sus convicciones democráticas. Es un extremo o el otro: la admisión del régimen tal como es significa tolerar la violación de derechos consagrados por las Naciones Unidas y la Organización de los Estados Americanos (OEA); su exclusión significa tolerar el bloqueo norteamericano. Zapata murió en 2010, horas antes del arribo a La Habana del entonces presidente de Brasil, Luiz Inacio Lula da Silva. Su muerte dejó en evidencia las contradicciones de la diplomacia brasileña, incapaz de presionar a los Castro por los derechos humanos y las libertades civiles.

El doble rasero también les cabe a los Estados Unidos: piden en Cuba aquello que no respetan en el limbo legal que han creado en Guantánamo. Brasil, en su papel de líder de América del Sur y miembro del G-20 y del grupo BRICS (compartido con Rusia, la India, China y Sudáfrica), perdió una oportunidad de oro. Esa actitud distante, imitada por casi todos los gobiernos de la región, lleva el nombre de “paciencia estratégica”. Supone esperar y ver mientras Raúl Castro, aparentemente más pragmático que su hermano Fidel, recorta el empleo estatal y, poco a poco, se abre a la iniciativa privada.

Un cambio al estilo de Deng Xiaoping en la China de los años ochenta no implica una reforma integral, sino un movimiento de piezas dentro de un esquema que, tras la orfandad ocasionada por el colapso de la Unión Soviética, depende ahora de los petrodólares venezolanos. Fidel Castro debió enmendar una declaración suya frente a un periodista norteamericano: “El modelo cubano ya ni siquiera funciona para nosotros”. De ser efectivo, aquellos que abogan por levantar esa bandera, más allá del razonable repudio al bloqueo, deberían ser coherentes más coherentes: ninguno se atreve a elogiar la fórmula del partido único, aunque algunos repriman la tentación de desearlo para sí mismos.



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