Tacos altos y afilados




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Le pregunté a la presidenta de Costa Rica, Laura Chinchilla, si pudo haber influido su condición de mujer en la disputa con Nicaragua por la ocupación militar de los humedales de la isla Calero, donde el gobierno de Daniel Ortega pretende construir un canal para desviar el curso del río San Juan. “No podemos descartarlo –respondió en plural–. Y no porque a mí me obsesione esa característica. Es algo que superé hace tiempo. Lo he escuchado. De ser así, están equivocados”. El conflicto, sometido a tribunales internacionales, estalló en octubre de 2010. Habían transcurrido pocos meses desde la asunción presidencial de la primera mujer en la historia de Costa Rica.

Le pregunté a la presidenta de Irlanda, Mary McAleese, por qué no llevaba bolso como la mayoría de las mujeres: “Siempre llevo a mi marido –despejó mi duda con naturalidad–. Martin lleva el dinero, las llaves y todo eso que una suele cargar. Yo prefiero llevar solamente a mi marido”. Era broma, pero hablaba en serio. Martin estaba sentado a su lado, impertérrito, sonriente, orgulloso de su papel de primer caballero o cónyuge de la mandataria. En su país, desangrado durante años por la ira del IRA, que una mujer fuera presidenta no era novedoso: Mary Robinson, su antecesora, había sido la primera.

El género es circunstancial. Tanto, quizá, como la mala traducción de la palabra inglesa gender, usada en esa lengua para fijar la diferencia entre varones y mujeres. En castellano refiere un conjunto de seres que tienen uno o varios caracteres en común. Una mujer que no deja de hacer la compra los viernes, la canciller alemana Angela Merkel, atesora buena parte del poder mundial. ¿Es sorpresivo que Dilma Rousseff y Cristina Kirchner rijan los destinos de Brasil y la Argentina, que Michelle Bachelet haya sido la primera y más exitosa presidenta en la historia de Chile o que Michelle Obama y la esposa del presidente peruano, Nadine Heredia, sean más populares que sus maridos?

Una mujer no debe perder rasgos femeninos para ocupar un sitio típicamente masculino. No debe despojarse de sus collares o bolsos ni poseer “la boca de Marilyn Monroe y los ojos de Calígula”, como definió François Mitterrand a Margaret Thatcher. De no ser cada vez más usual un nombre femenino en las candidaturas, ¿qué futuro tendría Josefina Vázquez Mota, candidata presidencial por el oficialista Partido Acción Nacional (PAN), de México, o Margarita de Cedeño, esposa del presidente dominicano Leonel Fernández y candidata a vicepresidenta por el Partido de la Liberación Dominicana (PLD)?

El mismo que Sandra Torres, fallida candidata presidencial guatemalteca. Su “sacrificio personal y familiar”, emulando a Eva Perón, empezó el 8 de abril de 2011 con el divorcio del presidente Álvaro Colom. No tomó esa drástica decisión por falta de amor a su marido, repuso, sino por exceso de amor a su pueblo. “Me estoy divorciando del presidente para casarme con el pueblo”, resumió entre lágrimas. No renunció a ser candidata a vicepresidenta como “la abanderada de los pobres” argentina en 1951, aquejada por el cáncer, sino a volver al llano con su ahora ex cónyuge.

La Constitución de Guatemala, cual seguro contra el nepotismo, prohíbe que los familiares del presidente de hasta el cuarto grado de consanguinidad y el segundo de afinidad puedan sucederlo. Torres resolvió divorciarse y, de ese modo, eliminar el parentesco con Colom. Era el plan perfecto, pero, tras numerosas instancias, la Corte Suprema rechazó el recurso de amparo, pedido por el partido oficialista Unión Nacional de la Esperanza (UNE). Por su entrañable “amor al pueblo”, la “esposa de nadie” y “madre soltera de cuatro hijos”, como se llamó a sí misma, dilapidó ocho años de matrimonio y seis de noviazgo. El opositor Otto Pérez Molina ganó las elecciones.

Que las mujeres ocupen cargos relevantes contribuye a disminuir la disparidad. América latina continúa en deuda con ellas: “Tienen menos posibilidades que los hombres de satisfacer necesidades básicas como la alimentación y el acceso a la vivienda y a los servicios de salud especializados, y siguen expuestas a formas de violencia física y sexual”, señala la Comisión Interamericana de Derechos Humanos (CIDH).

La senadora uruguaya Lucía Topolansky, esposa del presidente José Mujica, es la tercera en el orden de sucesión. La del colombiano Juan Manuel Santos, María Clemencia Rodríguez, realiza tareas sociales, al igual que la del hondureño Porfirio Lobo, Rosa Elena Bonilla, y la del chileno Sebastián Piñera, Cecilia Morel. La brasileña Vanda Pignato, primera dama de El Salvador, se ha destacado como secretaria de Inclusión Social por el programa Ciudad Mujer, elogiado en el exterior

¿Está el mundo preparado para asociar el talento y el éxito con nombres de mujeres? J. K. Rowling, autora de Harry Potter, firmó con iniciales y omitió su nombre completo por consejo de sus editores: los varones se rehúsan a comprar y leer libros escritos por mujeres. La primera carta que recibió tras la aparición del volumen inicial en 1997 era de una niña británica que comenzaba diciendo: “Estimado señor”. La dejó pasmada.



2 Comments

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