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Un clavo saca otro clavo

Con Brown en el 10 de Downing Street, se corona una década en la cual el Nuevo Laborismo remozó el viejo thatcherismo Era un trato. Debía esperar. Trece años esperó Gordon Brown. En 1994, durante una cena en un restaurante de Londres, Tony Blair había echado las cartas sobre la mesa: tenía más posibilidades que él de presidir el Partido Laborista y de terminar con el gobierno conservador de John Mayor. ¿Qué iba a hacer? Aceptó las reglas, de modo de no quedar fuera de juego. De plazos no hablaron. Ni de plazos ni de condiciones, más allá de la promesa de ser respaldado una vez que venciera el contrato de alquiler del 10 de Downing Street. Pasaron 10 años desde 1997; en ellos surgió el nuevo laborismo, cual ruptura con el Estado de bienestar, y la tercera vía, cual expresión de esa tendencia. Brown no sucedió a un desocupado. Blair también aceptó las reglas y, como si fuera Ghandi, pasó a ser de inmediato el enviado especial del Cuartero de Medio Oriente (las Naciones (leer más)

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El País de Nunca Hamas

Era más previsible la guerra civil en Palestina que el colapso de la Unión Soviética, y, sin embargo, nadie quiso evitarla En otro tiempo y en otro lugar, George Kennan firmó la receta: “Para tener un verdadero autogobierno, un pueblo debe comprender lo que significa, y desearlo, y estar dispuesto a sacrificarse por él”. Si tiene un gobierno inestable o indeseable, mala suerte. Los Estados Unidos, según él, deben dejar que las sociedades no democráticas “sean gobernadas o desgobernadas como sus costumbres y sus tradiciones dicten; lo único que se pide a sus camarillas gobernantes es que en sus relaciones bilaterales con nosotros y con el resto de la comunidad internacional respeten las normas mínimas de las relaciones diplomáticas civilizadas”. En su libro de memorias, Around the Cragged Hill (literalmente, alrededor de la colina escarpada), editado en 1993, Kennan no se refiere a Irak. Menos aún a Palestina. Memora los tiempos de la Unión Soviética. En un telegrama enviado al Departamento de Estado, en el cual era jefe de planificación de políticas, esbozó en 1946 (leer más)

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Hagamos un trato

Cómo negocian los gobiernos democráticos con grupos insurgentes que no deponen las armas ni se avienen al diálogo En 2002, el Comité de Relaciones Exteriores del Congreso de los Estados Unidos concluyó que las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC) tenían vínculos con el grupo separatista vasco ETA y su símil irlandés IRA. Habían sido capturados en Bogotá, el año anterior, tres miembros del IRA que asesoraban a las FARC en la zona de distensión cedida por el entonces presidente Andrés Pastrana para las negociaciones de paz. Colaboraban con las FARC, también, expertos cubanos e iraníes en terrorismo urbano. En ello había demostrado macabra eficacia ETA, ligada, a su vez, a la mafia rusa por el intercambio de armas por drogas. ¿Importaba que las FARC fueran primas de ETA y el IRA, hermanas de la mafia rusa, cuñadas de los brazos armados de Hamas o Hezbollah, viudas de la revolución bolchevique y padres de la delincuencia común? En ese año, uno después de la voladura de las Torres Gemelas, los congresistas norteamericanos estaban más sensibles (leer más)

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El paciente libanés

Detrás de los combates entre el ejército y Fatah al-Islam aflora el afán de Siria e Irán de acrecentar su poder en la región En el campo de refugiados Naher al-Bared, cerca de Trípoli, al norte del Líbano, aparecieron caras nuevas. Milicianos con uniformes de combate y fusiles de asalto. Hombres rudos y callados, de barbas sin bigotes al estilo de los fundamentalistas islámicos. Caras nuevas e inexpresivas que amonestaban con la mirada a los residentes que fumaban, por ir contra la religión, y que, por la misma razón, bajaban la vista frente a las mujeres. Arribaban en pequeños grupos, provenientes de Palestina, Paquistán, Jordania, Irak, Siria y Yemen. No se integraban. No emitían palabra. Nunca sonreían. En menos de un año formaron un ejército.             El primer ministro libanés, Fouad Siniora, surgido con respaldo occidental como correlato del caos que provocó el asesinato del ex primer ministro Rafik Hariri en 2005, acusó a la banda Fatah al-Islam, creada en 2006 bajo la inspiración de Al-Qaeda, de haber cometido atentados contra autobuses en el este (leer más)

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Cómo atarse los cordones con una sola mano

Cada vez hay menos diferencia entre los gobiernos de ambas tendencias, vectores de la vida política durante dos siglos En la Revolución Francesa no había zapatos para ambos pies. Aún no se fabricaban. El zapato derecho era igual al izquierdo. Sin diferencias entre sí. Los pies terminaban domándolos: pasaba a ser uno el derecho y el otro el izquierdo. Con la política ocurrió algo parecido. En la asamblea nacional constituyente de Francia se sentaron a la derecha los partidarios de la monarquía absoluta y a la izquierda los detractores del orden establecido. Hasta entonces no había corrientes de opinión identificadas de ese modo. Tenían, como los zapatos, el molde derecho y debían calzarlo en el pie izquierdo. No existían las hormas, supongo. Dos siglos después, con un zapato para cada pie, la derecha y la izquierda sobreviven más en la forma que en el contenido. En Europa, cuna de ambas vertientes, varios motes sustituyeron los modelos primitivos. En Gran Bretaña, Francia, y Alemania, entre otros países, no pocos candidatos de un polo enriquecen sus programas (leer más)

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La Revolución Francesa

Una nueva generación de gobernantes europeos refirma la identidad nacional y recompone la relación con los EE.UU. Dejó dicho Napoleón que los problemas de Francia se resolvían con dos cosechas. Con dos cosechas, Nicolás Sarkozy no resolvió los problemas de Francia, pero, como hijo de una generación invicta del trauma de la Segunda Guerra Mundial, se perfiló en la campaña electoral como el sepulturero del gaullismo y, en plan de renovación, como el partero de otro tipo de alianza con Europa y los Estados Unidos. Un conservador interpretó  entonces el papel de revolucionario en una obra en dos actos que vino a ser el anverso de la resistencia a la posibilidad de que el legado del último Tony Blair, parecido a Margaret Thatcher, demuela lo que quedó en pie de la utopía de Mayo del 68. En Francia, nada menos. Sarkozy pertenece a la generación de la canciller de Alemania, Angela Merkel, conservadora como él. Pertenece, también, a la generación de Blair, en retirada tras su último acto: el histórico acuerdo entre protestantes y católicos (leer más)

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La vida de los otros

El gobierno de Olmert paga las consecuencias de la revisión interna de la guerra contra Hezbollah, apoyada por Bush Hezbollah cruzó la frontera del Líbano con Israel, mató a tres soldados israelíes y secuestró a dos. No demoró la reacción de Israel, con bombardeos contra el Líbano. Demoró, curiosamente, la reacción de los Estados Unidos, custodio de Israel. Cuatro días demoró George W. Bush en concluir en San Petersburgo, donde se realizaba una cumbre del G-8, que Hezbollah, aupado por Irán y Siria, propiciaba la inestabilidad en Medio Oriente, al igual que Hamas en Palestina. Dos días más demoró la secretaria de Estado, Condoleezza Rice, en evaluar el alto el fuego a pedido de la comunidad internacional. Mientras tanto, el Líbano ardía. Promediaba julio de 2006. En esos días, Bush convino que la campaña aérea emprendida por Israel era prima hermana de sus guerras preventivas. Era, convino, una forma de evitar represalias contra Israel desde el Líbano. El arsenal de Hezbollah, escondido en refugios subterráneos, había crecido con la ayuda de Irán y Siria desde (leer más)

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Triste, solitario y final

Pocas veces, un país tan poderoso, asociado con otro también poderoso, invirtió tanto en una guerra y obtuvo tan poco  En broma, el cómico norteamericano Jay Leno atribuye a CNN una información sobre la presunta intención de George W. Bush de dividir a Irak en tres partes, regular (normal), premium (súper) y unleaded (sin plomo), de modo de terminar con la guerra. En serio, la consultora IHS, también norteamericana, concluye que circula por las entrañas de ese país el doble de la cantidad de petróleo que imaginaba la coalición  cuando decidió buscar armas de destrucción masiva debajo de la cama de Saddam Hussein y, de casualidad, encontró manchones negros. En broma y en serio a la vez, si los norteamericanos deben renunciar a  su adicción al petróleo, como predicó Bush en su discurso del Estado de la Unión, ¿de qué vale conquistar un país que, de confirmarse las estimaciones de IHS, desplazaría a su vecino Irán de la segunda posición entre los mayores reservorios de crudo del planeta después de Arabia Saudita? No tendría sentido. (leer más)

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La guerra es la paz

Como si de una pesadilla orwelliana se tratara, el Ministerio de Defensa británico prevé más restricciones a la libertad Tres décadas después, en este tórrido otoño austral del año 2037, todo el mundo advierte que la maldición del Gran Hermano cayó como un rayo sobre nuestras cabezas. En aquel tiempo, bajo el yugo de Irak, el desafío de Irán y la rutina del terrorismo, la sensación de bienestar no estaba asegurada. Tambaleaba la libertad y, con ella, la democracia. La Europol concluía que la violencia iba a continuar acechando a Europa: en un año, 2006, había contado 498 atentados en su territorio. Titilaba la luz roja. La paz corría peligro. Y el calentamiento global, la otra gran amenaza, era incorporado por primera vez en la agenda del Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas. La furia climática, tan azarosa como la islámica y la separatista, insinuaba sequías, hambrunas y desplazados. Insinuaba, a su vez, temperaturas infernales, incendios forestales, lluvias torrenciales y, curiosamente, sed. Mucha sed. Era el presagio de lo peor, aprovechado como tantas causas (leer más)

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Futuro imperfecto

¿En qué cedieron Blair y Bush que Ahmadinejad no juzgó a aquellos que realizaban espionaje en sus aguas territoriales? En febrero, la marina norteamericana envió su segundo portaaviones a tres o cuatro olas de Irán. Parecía inminente la represalia por la insistencia de Mahmoud Ahmadinejad en ser el presidente de una potencia nuclear. Su par de los Estados Unidos, George W. Bush, entonado con otra guerra a pesar de no haberles puesto los broches que deseaba a las declaradas contra Irak y contra el régimen talibán en Afganistán, revelaba sus planes con una audacia rayana en la osadía. Hasta dejó trascender el Pentágono que iba a lanzar la bomba atómica B61-11 contra búnkeres subterráneos mientras la Casa Blanca impulsaba una estrategia diplomática con la cual procuraba atenuar las críticas por otra decisión unilateral. La aviación norteamericana, secundada por espías establecidos en Teherán que se entendían en forma clandestina con opositores al régimen de los ayatollahs, preparaba la lista de blancos con más precisión que Tom Clancy en sus novelas sobre la Guerra Fría. Detrás de (leer más)

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Plan canje

Hayan estado en sus aguas territoriales o no, Irán quiso subir la apuesta frente a las inminentes sanciones de la ONU Amonestado o no, Irán nunca consideró la posibilidad de suspender su programa de enriquecimiento de uranio. Prometió que no iba a usarlo para fabricar la bomba. Nadie le creyó. Y, por ello, puso a la comunidad internacional en un aprieto. En un aprieto mayúsculo: los Estados Unidos, encerrados en su “eje del mal”, siempre se mostraron más propensos a la guerra que a la diplomacia. Pesó Irak, sin embargo. Pesó Irak, con su rédito penoso, y pesó, también, Gran Bretaña, asociado con los máximos exponentes de la denostada “vieja Europa”, Francia y Alemania, en el intento de evitar otra confrontación. O de recuperar la cordura. La captura de 15 marinos británicos en aguas territoriales iraníes, o no, puso en otro aprieto a la comunidad internacional. En otro aprieto mayúsculo: ¿cómo responder a un país soberano, bajo sospecha por su obsesión de obtener la bomba, ante una situación por la cual Israel, en circunstancias diferentes, (leer más)

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Toco y me voy

Por unos días, la región quedó presa de una falsa opción entre la impotencia de uno y la competencia del otro En vísperas de la gira de George W. Bush por la región, Tabaré Vázquez y Luiz Inacio Lula da Silva se reunieron en la estancia presidencial de Anchorena, en las afueras de Colonia. Firmaron convenios de cooperación; sonrieron para la foto. Luego echaron migas a la prensa con los reclamos del gobierno uruguayo, compartidos con el paraguayo, por las asimetrías del Mercosur. Es decir, por la poca atención que los socios grandes prestan a los socios chicos. Nada nuevo bajo el sol. Ambos expusieron su parecer y, con ello, procuraron demostrar que habían afianzado el bloque. ¿De qué habían hablado? De la inminente visita de Bush a sus respectivos países. Si no, la reunión en sí, con el despliegue y el gasto que implica, no hubiera sido más que una formalidad. Con la demorada visita, Lula quiso pagarle a Tabaré Vázquez una deuda de ausencias. En la XVI Cumbre Iberoamericana, realizada en noviembre de (leer más)

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Un extraño en el espejo

Los cargos contra el ex asesor del vicepresidente Cheney desnudan la obsesión por la guerra contra Irak  Bush cultiva una máxima de Texas: el que se atreve, gana. Con ella arribó a Washington, DC, después de las amañadas elecciones de 2000. Estaba convencido de que iba a dar una lavada de cara a la Casa Blanca y de que en el Capitolio, con mayoría propia, los suyos iban a hacer mejor papel que Newt Gingrich, ex presidente de la Cámara de Representantes. Su Contrato con América turbó a Bill Clinton desde comienzos de 1995 hasta que renunció, a fines de 1998. Renunció para no ser echado. En cuatro áreas admitió después que habían fracasado los republicanos: corrupción, consultores, competencia y carisma. En aquel momento, Clinton había despojado a los republicanos del ideario de uno de sus próceres: Ronald Reagan, el primer presidente, después de Richard Nixon, con el cual tuvieron la sensación de que ocupaban la Casa Blanca. Reagan solía decir que los demócratas combatían la pobreza y ganaba la pobreza. Clinton, el demócrata más (leer más)

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Abierto por inventario

El diálogo con Irán y Siria, la mayor participación en Medio Oriente y el acuerdo con Corea del Norte son algunas señales En 2004, Al-Qaeda se atribuyó haber tumbado al gobierno de José María Aznar tras los atentados de Atocha. Tres años después, Al-Qaeda se atribuyó haber debilitado al gobierno de Romano Prodi, cercado, entre otras causas, por su insistencia en mantener la misión italiana de paz en Afganistán. En ese lapso, tres años, Al-Qaeda se atribuyó todo aquello que consideró un éxito: desde los atentados en Londres, Casablanca y Bali hasta la rutina de violencia en Irak. En todos los casos, la marca de Al-Qaeda, o de alguna de sus filiales, tuvo beneficios de inventario. Beneficios concretos. En especial, adhesiones y reclutamientos en Europa y otras regiones. Apenas perdieron los republicanos las elecciones de medio término en noviembre de 2006, otro falso mérito de Al-Qaeda, George W. Bush entregó a los demócratas la cabeza de su ladero más controvertido: Donald Rumsfeld, hasta entonces jefe del Pentágono. Sin él, el gobierno norteamericano adquirió un perfil (leer más)

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Contigo aprendí

Bush y Kim se detestan, pero, asediados por problemas internos, necesitaban encontrar una salida para recuperarse Excepto para el depuesto régimen de Saddam Hussein, sobre el cual no hubo lágrimas ni honras, el “eje del mal” tuvo un efecto no deseado: fortaleció a aquellos que, en principio, apenas contaban con la capacidad necesaria para negociar rebajas de ocasión frente a eventuales sanciones económicas de las Naciones Unidas por ir detrás de la bomba. La bomba manda. En un mundo sin liderazgos claros, echado a rodar como una bola de billar después de la Guerra Fría, la bomba, o la mera intención de concebirla en casa, indica el grado de peligro, y de interés, que puede entrañar un país o un gobierno determinado. La bomba, empero, no es igual para todos. No significa lo mismo. Israel, aunque niegue poseerla, procura asegurarse con ella su existencia. Irán, aunque niegue su afán de poseerla, procura asegurarse con ella su independencia. En algunos casos, la bomba no sólo da garantías a los regímenes, sino, también, a los Estados. En (leer más)