El paciente libanés
Detrás de los combates entre el ejército y Fatah al-Islam aflora el afán de Siria e Irán de acrecentar su poder en la región En el campo de refugiados Naher al-Bared, cerca de Trípoli, al norte del Líbano, aparecieron caras nuevas. Milicianos con uniformes de combate y fusiles de asalto. Hombres rudos y callados, de barbas sin bigotes al estilo de los fundamentalistas islámicos. Caras nuevas e inexpresivas que amonestaban con la mirada a los residentes que fumaban, por ir contra la religión, y que, por la misma razón, bajaban la vista frente a las mujeres. Arribaban en pequeños grupos, provenientes de Palestina, Paquistán, Jordania, Irak, Siria y Yemen. No se integraban. No emitían palabra. Nunca sonreían. En menos de un año formaron un ejército. El primer ministro libanés, Fouad Siniora, surgido con respaldo occidental como correlato del caos que provocó el asesinato del ex primer ministro Rafik Hariri en 2005, acusó a la banda Fatah al-Islam, creada en 2006 bajo la inspiración de Al-Qaeda, de haber cometido atentados contra autobuses en el este (leer más)