Los piratas del Caribe

¿Negociará Trump con Maduro, ordenará un ataque para apurar un cambio de régimen o propiciará un golpe de Estado?




Maduro y Trump: horas decisivas
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Antes de soltar amarras hacia el Caribe con un portaviones descomunal frente a las costas de Venezuela, el gobierno de Donald Trump había dejado entrever que en su segundo mandato iba a combinar en el vecindario algo así como nostalgia soberana con cartografía creativa. Con un discurso de tiempos en los cuales los imperios se anunciaban a cañonazos y los mapas se corregían según los estados de ánimo, Trump prometió recuperar el Canal de Panamá, convertir a Canadá en el Estado número 51 de Estados Unidos y comprar Groenlandia. El Golfo de México, en su léxico, pasó a llamarse Golfo de América.

Nada de eso ocurrió. En todos los casos, Trump aplicó el arte de la provocación, más habitual en los negocios que en la política o, menos aún, en la diplomacia. Luego iba a caer como un rayo el aviso de aranceles y represalias contra Brasil por la presunta persecución judicial o “caza de brujas” del expresidente Jair Bolsonaro, un aliado condenado por el intento de impedir la investidura de Luiz Inácio Lula da Silva en enero de 2023 con los destrozos de las sedes de la Presidencia, el Congreso y el Tribunal Supremo. Réplica del proceder de los muchachos trumpistas con el asalto al Capitolio, dos años antes, para evitar la certificación de Joe Biden.

El desplazamiento del USS Gerald R. Ford, el portaaviones más grande del mundo, tras el hundimiento de 21 lanchas supuestamente cargadas de drogas y la muerte de 83 personas en el Caribe y el Pacífico, entraña algo más que una bravata contra el régimen de Nicolás Maduro. Con 75 aviones en la cubierta y 15.000 soldados desplegados en la zona, así como un submarino nuclear, cazas F-35, destructores y enjambres de drones, se trata de la mayor concentración castrense norteamericana desde la crisis de los misiles de 1962.

Trump prepara, apunta y desconcierta. ¿Está dispuesto a ordenar la invasión de Venezuela y apurar un cambio de régimen como ocurrió en Panamá en 1989?

El músculo, sea cual fuere el desenlace, refuerza la militarización de Puerto Rico y las Islas Vírgenes. Y apunta a Cuba, la mayor obsesión del secretario de Estado, Marco Rubio, asesor de seguridad nacional nacido en Miami cuyos padres emigraron de la isla rumbo a Estados Unidos antes del comienzo de la dictadura castrista.

Trump prepara, apunta y desconcierta. ¿Está dispuesto a ordenar la invasión de Venezuela y apurar un cambio de régimen como ocurrió en Panamá en 1989, cuando fue derrocado el dictador Manuel Noriega, también acusado de sostener carteles de la droga? De ser así, más allá de la impopularidad de Maduro y los suyos, los nuevos piratas del Caribe, ¿en qué quedarían las sanciones contra el presidente de Colombia, Gustavo Petro, por haber suspendido el intercambio de información de inteligencia con Estados Unidos mientras continúen los ataques contra las supuestas narcolanchas? ¿Y la oferta de mediación de Lula?

Por un lado, Trump aprobó el plan de la CIA de realizar operaciones encubiertas en Venezuela para debilitar al régimen o, en su defecto, preparar la pista de aterrizaje para una eventual invasión como parte de la llamada Operación Lanza del Sur. Por el otro, las negociaciones siguen en curso detrás de puertas blindadas con la aparente oferta de Maduro de ceder el petróleo venezolano a empresas norteamericanas y pactar una salida del Palacio de Miraflores dentro de dos o tres años. “Es posible que mantengamos conversaciones con Maduro”, deslizó Trump, enigmático.

¿Cómo se administra el uso de la fuerza en el sistema internacional en tanto no se aplique como antaño la ley del más fuerte?

Si la Doctrina Monroe supuso mantener a raya en 1823 el avance de Europa en la región, el secretario de Guerra norteamericano, Pete Hegseth, resumió la visión de su jefe: “El hemisferio occidental es el vecindario de Estados Unidos y lo protegeremos”. Más allá de devolver a los remitentes a los inmigrantes, muchos de ellos legales, China invierte en litio en el Cono Sur, compra petróleo venezolano, instala fábricas de autos eléctricos en Brasil y, codo a codo con Rusia, cobija a los regímenes de Venezuela, Nicaragua y Cuba.

El caso Maduro, regente del Cartel de los Soles, grupo delictivo no convencional considerado terrorista por Estados Unidos que se beneficiaría con el narcotráfico y otros ilícitos, plantea interrogantes. ¿Cómo se administra el uso de la fuerza en el sistema internacional en tanto no se aplique como antaño la ley del más fuerte? Las señales mixtas y los mensajes contradictorios pueden disimular las reales intenciones de Trump. Antes de ordenar el bombardeo de las centrales nucleares de Irán también insinuaba que mantenía tratos con el régimen de los ayatolás.

La intervención militar puede ser prudente, necesaria o simplemente inevitable. Maduro, acusado de violar los derechos humanos, conoce su geografía y compara a Venezuela con Afganistán. El paralelo con el país dominado por el régimen talibán, un trauma para los norteamericanos al igual que Irak, refleja la dificultad de las tropas en terrenos montañosos y selváticos con fronteras porosas, como ocurrió en Vietnam, la guerra más larga y ardua de la historia de Estados Unidos.

“Trump quiere amedrentar a la cúpula militar que rodea a Maduro para que lo derroquen” con “el objetivo de provocar un golpe de Estado”

En plan de hipótesis, Christopher Sabatini, investigador principal para América Latina en Chatham House, señala: “Trump quiere amedrentar a la cúpula militar que rodea a Maduro para que lo derroquen” con “el objetivo de provocar un golpe de Estado”. Algo que durante años esperó la oposición venezolana, atada de pies y manos después de denunciar fraudes en las presidenciales de 2018 y 2024. Eso, en principio, significaría una transición hacia el poder militar y luego el civil, encarnado en María Corina Machado, premio Nobel de la Paz, y el virtual presidente electo en las últimas elecciones, Edmundo González Urrutia.

La coyuntura regional inclina la balanza hacia Trump, decida negociar o atacar, por la afinidad ideológica y la necesidad de ayuda del presidente de Argentina, Javier Milei; de su nuevo par de Bolivia, Rodrigo Paz, y de José Antonio Kast, posible sucesor de Gabriel Boric en Chile, entre otros aliados. No fueron casuales los acuerdos comerciales de Estados Unidos con Argentina, Guatemala, Ecuador y El Salvador. Un reparto de recompensas personales, no nacionales. Y una nueva vuelta de tuerca en un continente desatendido durante años, si no décadas, que gira del tronado socialismo del siglo XXI a las versiones edulcoradas del movimiento MAGA, hecho a imagen y semejanza de su líder.

Jorge Elías



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