España estrena ultraderecha

La ultraderecha dejó de ser ajena a la política de España después del inquietante resultado que obtuvo Vox en las elecciones autonómicas de Andalucía




Santiago Abascal, líder del partido de ultraderecha Vox
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Las elecciones autonómicas tocaban en marzo de 2019. La presidenta de la Junta de Andalucía, Susana Díaz, decidió adelantarlas. Creía que eran un trámite. Uno más. Las encuestas daban por descontada la enésima victoria del Partido Socialista Obrero Español (PSOE) en el territorio que gobierna desde hace 36 años. Ganó Díaz, pero el batacazo de Vox provocó un tembladeral en la socialdemocracia, en caída libre en casi toda Europa. Por primera vez un partido de ultraderecha, primo hermano de la Agrupación Nacional (antes Frente Nacional francés) de Marine Le Pen, ingresa en un parlamento autonómico español.

La excepcionalidad era extraña en un continente en el cual campea el miedo a la amenaza externa. El miedo a los inmigrantes. Vox pasó de cero a doce diputados en Andalucía. Contribuyeron a su escalada el desempleo, la precariedad laboral, la sensación de arrebato de puestos de trabajo por parte de extranjeros y las sospechas de corrupción del PSOE, en el gobierno nacional después de la moción de censura que tumbó a Mariano Rajoy e impuso al presidente Pedro Sánchez. También influyó el independentismo de Cataluña, cual desafío para los españoles frente al peligro de ruptura de su integridad territorial.

En otros países europeos, el crecimiento de la ultraderecha llevó a los partidos de centro a endurecer sus posiciones sobre la inmigración

Las de Andalucía fueron las primeras elecciones tras las catalanas de 2017. Sánchez arribó a La Moncloa con el voto de los independentistas catalanes, luego desencantados con la falta de apoyo a su causa. Con un ala derecha fragmentada entre el Partido Popular (PP) y Ciudadanos, Vox encontró la veta para filtrar su discurso: nacionalismo; ley de memoria histórica (mientras el gobierno de Sánchez insiste en remover la tumba de Franco del Valle de los Caídos); alabanzas a las fuerzas de seguridad; muro contra los indocumentados en Ceuta y Melilla, al estilo Donald Trump, y rechazo al aborto y al matrimonio homosexual.

Vox planteó en clave nacional la campaña en Andalucía, donde la falta de alternancia durante más de tres décadas creó una suerte de feudo socialista y donde la escasa participación de los votantes, la más baja desde 1990, iba a dejar todo en manos de los convencidos. Era el primer paso. En 2019 habrá elecciones europeas, autonómicas, municipales y, de decidirlo Sánchez, nacionales. El plan de 100 puntos de Vox, presentado por su líder, Santiago Abascal, en el Palacio Vistalegre, de Madrid, no incluye un solo párrafo sobre los asuntos regionales, excepto suprimir la cámara en la cual contará con doce escaños.

En otros países europeos, el crecimiento de la ultraderecha llevó a los partidos de centro a endurecer sus posiciones sobre la inmigración. España tiene ahora un Trump o un Jair Bolsonaro capaz de capitalizar el descontento popular. El 40 por ciento de los habitantes de Andalucía, la comunidad más poblada del país, corre el riesgo de caer en la pobreza. Si la presidenta de la Junta, Díaz, alimentó a Vox, como la acusa Podemos desde la izquierda, Rajoy alimentó a Podemos, como lo acusa el PSOE desde el centro. La aguja siguió su curso, dio ahora en la ultraderecha y soltó un chirrido. El chirrido del despertador para los moderados, aislados de la sociedad.

Jorge Elías
Twitter: @JorgeEliasInter



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