¿Es el fin del orden mundial que conocíamos?

El modelo que ha dominado las relaciones geopolíticas durante más de setenta años parece ser cada vez más frágil




Soplan otros vientos
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Por Peter S. Goodman | The New York Times

LONDRES — Se suponía que la historia no tomaría este rumbo.

Después de la Segunda Guerra Mundial, los victoriosos países de Occidente forjaron instituciones —la OTAN, la Unión Europea y la Organización Mundial del Comercio— que tenían como objetivo mantener la paz por medio del poderío militar colectivo y la prosperidad compartida. Promovieron los ideales democráticos y el comercio internacional al mismo tiempo que invirtieron en la noción de que las coaliciones eran el antídoto para el nacionalismo destructivo.

Sin embargo, en la actualidad, el modelo que ha dominado las relaciones geopolíticas durante más de setenta años parece ser cada vez más frágil. Un arrebato nacionalista está desafiando sus principios y algunas de las mismas potencias que lo construyeron lo están atacando —en particular, Estados Unidos bajo el mandato del presidente Donald Trump—.

En lugar de tener estrategias comunes para resolver problemas sociales —desde disputas comerciales, pasando por la seguridad, hasta el cambio climático—, los intereses nacionales se han vuelto una prioridad. El idioma de la cooperación multilateral se ha ahogado en llamados enfurecidos de solidaridad tribal, tendencias que han intensificado las ansiedades económicas.

“Hemos presenciado un tipo de respuesta negativa a la democracia liberal”, comentó Amandine Crespy, una politóloga de la Universidad Libre de Bruselas (ULB) en Bélgica. “Las masas de gente sienten que la democracia liberal no las ha representado de manera apropiada”.

Dentro de una Casa Blanca turbia de tanto alboroto, en semanas recientes ha quedado demostrado que los nacionalistas han arrebatado el control de sus pocos pares globalistas. Gary Cohn, el egresado de Goldman Sachs que asesoró a Trump sobre política económica, se ha ido. Peter Navarro, el asesor comercial que se opone con estridencia a China, ha ganado influencia. Desde entonces, Trump ha provocado antagonismo entre aliados cruciales por medio de los aranceles al acero y al aluminio mientras aumentan las posibilidades de una guerra comercial con China.

No obstante, Estados Unidos está lejos de ser la única potencia que está atacando los cimientos del orden mundial de la posguerra.

El Reino Unido está abandonando la Unión Europea, con lo cual da la espalda al proyecto cuya existencia misma es una expresión de fe en que la integración disuade las hostilidades. Italia acaba de encumbrar dos partidos políticos populistas que alimentan un resentimiento histórico en contra del bloque.

Polonia y Hungría, países que en algún momento eran percibidos como triunfos de la democracia que florecían en el terruño postsoviético, han encadenado a los medios, han reprimido reuniones públicas y han atacado la independencia de sus sistemas judiciales.

Este resurgimiento de los arrebatos autoritarios ha debilitado un impulso central de política europea que no se veía desde el fin de la Guerra Fría. Se suponía que expandir la OTAN y la UE mediante la aceptación de naciones de Europa del Este iba a provocar que los recién llegados adoptaran los valores de la democracia liberal de sus socios miembro. Las cosas sucedieron de otra manera.

China ha utilizado su poder económico —el cual se acentuó con su ingreso a la OMC en 2011— para reforzar la autoridad de un Estado que sigue bajo control del Partido Comunista. Esto también ha frustrado las esperanzas de que la integración de China a la economía global provocara su democratización.

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