Europa levanta sus propios muros
Sobre la playa, frente al Mediterráneo, 74 cadáveres alineados dentro de bolsas numeradas dan cuenta de otro naufragio de una barcaza precaria repleta de migrantes y refugiados. Ocurrió esta vez cerca de la ciudad libia de Zawiyah, enclave de contrabandistas de almas, armas y drogas. La barcaza había zarpado de Sabratha, patrimonio de la humanidad y, en otros tiempos, polo de atracción turística. El destino era Italia, relevo de Grecia como principal puerta de ingreso en Europa de aquellos que huyen de guerras y de otras miserias. Las víctimas eran africanos subsaharianos. Pagaron un precio vil por la ilusión de una vida mejor. Mientras Donald Trump prometía tapiar la frontera con México y firmaba el veto migratorio contra nacionales de siete países de mayoría musulmana, Europa se curaba en salud con una inversión millonaria para sellar el tránsito y el tráfico de refugiados y migrantes por el Mediterráneo desde Libia. Rubricó, en la cumbre realizada a comienzos de febrero en La Valeta, Malta, una estrategia menos ruidosa que la del presidente de los Estados Unidos (leer más)