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Los Estados Unidos buscarán recuperar el terreno perdido a manos de Rusia y China
Contó Antonio Pigafetta, miembro de la tripulación de Magallanes en su primer viaje alrededor del mundo, que en América meridional había visto seres exóticos; entre ellos, cerdos con el ombligo en el lomo y pájaros sin patas cuyas hembras empollaban en las espaldas del macho y otros sin lengua cuyos picos parecían cucharas. Contó también el navegante florentino que, hacia 1520, el primer nativo que encontraron en la Patagonia, “tan alto que con la cabeza apenas le llegábamos a la cintura”, iba vestido con la piel de un animal con cabeza y orejas de mula; cuerpo de camello; piernas de ciervo, y cola y relincho de caballo.
“El comandante en jefe mandó darle de comer y beber y, entre otras chucherías, le hizo traer un gran espejo de acero –continúa Pigafetta–. El gigante, que no tenía la menor idea de este mueble, y que sin duda por primera vez veía su figura, retrocedió tan espantado que echó por tierra a cuatro de los nuestros.”
No le había provocado pavor el espejo, sino su imagen reflejada en él. Casi cinco siglos después, algunos de los presidentes latinoamericanos surgidos después de los noventa tuvieron una reacción parecida frente al espejo: fingieron caer de espaldas por las políticas que, en algunos casos, ellos mismos creyeron efectivas y abrazaron en esos años. Ninguno vivió en otro planeta. Culparon de la corrupción, la falta de gobernabilidad, la mala calidad de las instituciones y los quebrantos económicos al Consenso de Washington, como si esa fórmula no hubiera tenido devotos en cada comarca.
Indolente con la región, George W. Bush agotó su agenda en la poco seductora Area de Libre Comercio de las Américas (ALCA). Dejó un hueco. Lo aprovecharon China y Rusia. Abonado el terreno con acuerdos comerciales y promesas de mayor calado, los presidentes Hu Jintao y Dimitri Medvedev realizaron giras por América latina en una suerte de cruzada por demostrarles a los Estados Unidos que habían perdido influencia en su patio trasero. Ni uno ni el otro se propusieron arrebatarles un territorio al cual están unidos por la geografía, sino dejar sentado que pueden tener mayor peso político y económico en él y hasta algún que otro devoto en cada comarca.
Cristina Kirchner, recibida con honores en la “madre Rusia”, no reparó en un detalle: la Unión Soviética, glorificada por Vladimir Putin, era socia y cómplice de la dictadura militar argentina. La actual jerarquía rusa, manejada por el primer ministro con nostalgia de la Guerra Fría, lejos está de ser un ejemplo de respeto a los derechos humanos. Business are business, sin embargo.
Como, en otros casos, sucede con China. Su presidente estrenó en la gira por América latina una hoja de ruta como las trazadas en 2003 para la Unión Europea y en 2006 para África. Contempla, entre otros planes, “la suscripción de tratados de libre comercio con países u organizaciones de integración regional”. Esa política no difiere de la aplicada por los Estados Unidos con algunos países. Hu pone una condición para ejecutarla: que los gobiernos se abstengan “de desarrollar relaciones y contactos oficiales con Taiwan, en apoyo a la gran causa de la unificación” de su país.
El aislamiento de América latina supone un costo para los Estados Unidos. Expertos reunidos por The Brookings Institution (entre ellos, los ex presidentes Ernesto Zedillo, Ricardo Lagos y Jorge Quiroga) convinieron en señalar que Barack Obama deberá concentrarse en cuatro áreas vinculadas a la región: el desarrollo de la energía sustentable y la lucha contra el cambio climático; la gestión apropiada de la inmigración; la ampliación de las oportunidades para alcanzar la integración económica, y la acción conjunta contra el narcotráfico y el crimen.
En esos campos, difícilmente China y Rusia puedan intervenir, por más que Hugo Chávez festeje el “fin del maldito capitalismo”, celebre los ejercicios navales conjuntos con la flota rusa y firme acuerdos de cooperación nuclear con Medvedev.
Tras sus giras por la región, él y Hu se llevaron impresiones similares. No encontraron un gigante, como Pigafetta, sino seres de estatura mediana y visión estrecha peleados entre sí. Correa, no reconciliado con Uribe, enfureció a Lula con la expulsión de Ecuador de una compañía brasileña. Evo Morales tildó a Alan García de “muy gordo y poco antiimperialista”. Tabaré Vázquez vetó la candidatura de Néstor Kirchner para conducir la Unasur. El vínculo entre Chile y Perú se tensó por la amenaza del general peruano Edwin Donayre de hacer retornar al chileno que trasponga la frontera “en un ataúd y, si no hay suficientes, en bolsas de plástico”. El Mercosur, a su vez, no pudo fijar una posición común en la Ronda de Doha ni en la Organización Mundial de Comercio (OMC).
Hacia 2025, según el Consejo Nacional de Inteligencia de los Estados Unidos, China y la India controlarán el planeta, África no habrá levantado cabeza y “América latina seguirá desempeñando un papel marginal en el sistema internacional”. La relación con los Estados Unidos tampoco habrá cambiado. Vana es la observación de Robert Pastor, asesor de Jimmy Carter: “La seguridad nacional depende más de vecinos cooperativos y fronteras seguras que de combatir milicias en Basora”. Detrás de esas fronteras, casi cinco siglos después del viaje de Magallanes, Pigafetta todavía podría encontrar seres exóticos de pelajes diversos y cambiantes.
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